Estar socialmente interconectados no solo afecta positivamente nuestra salud mental y nuestro bienestar emocional, sino que también influye en nuestra salud física y longevidad (Holt-Lunstad & Lefler, 2021). Un beneficio adicional es la posibilidad de generar capital social, por lo que no existe razón alguna para no hacerlo por voluntad propia, a menos que haya obstáculos, físicos o mentales, y esos debemos tratar de superarlos. Los dos principales obstáculos identificados, por ahora, para que un adulto mayor pueda relacionarse socialmente, como es debido, son el mal estado de salud y la incapacidad para transportarse; sin embargo, para la ciencia, existe la prioridad de poder identificar a quienes corren riesgo por poca integración o aislamiento social.
Igualmente, la ciencia se ocupa de diseñar e implementar protocolos de intervención, efectivos, que sirvan para aminorar y, posiblemente, revertir los efectos negativos de largo plazo causados por la falta de relacionamiento social de los adultos mayores, según demuestran los estudios realizados por la Dra. Holt-Lunstad (2021), profesora de psicología y neurociencia (Universidad Brigham Young, Utah, Estados Unidos). Su definición de integración social es muy completa: “El grado en que los individuos forman parte de una variedad de relaciones sociales, incluida la participación en actividades, la identificación con sus roles sociales y el sentido de cooperación”.
Para poder comprender la estructura social y los procesos, asociados a un sistema en particular, es importante identificar los roles sociales de los individuos que forman parte de ese sistema. Por ello, nos interesa conocer cuáles son las interacciones (patrones de conducta o pautas), en ese mismo sistema, para determinar la estructura dentro de la cual se llevan a cabo procesos que son ejecutados por los distintos actores sociales en el cumplimiento de sus funciones (roles sociales). En otras palabras, es necesario evaluar los diferentes tipos de relaciones en las que participa cada persona, por ejemplo: madre, esposa, vecina, empleada, etc. Esa información es luego utilizada para determinar el tamaño y la diversidad de sus redes de relaciones sociales.
Cuando una relación social es mutua o bidireccional se dice que es recíproca. Conjuntamente con la reciprocidad, existen otros factores que determinan si una relación es considerada fuerte o débil, tales como el tiempo de la relación y la intensidad emocional, entre otros. Medir el grado de fortaleza de las relaciones interpersonales es uno de los indicadores del nivel de integración social de un individuo, además de ser base fundamental para la creación de capital social. Para medir el bienestar emocional de los adultos mayores, mediante la reciprocidad de sus relaciones sociales, y diseñar protocolos de intervención se debe contar con apoyo tecnológico (p.ej., SAI).
La socialización en la vejez o socialización terciaria es responsabilidad de cada quien, por eso debemos estar bien informados sobre cuáles serían las consecuencias, para nuestra salud, de no hacernos cargo de ella. Una serie de datos de reciente publicación, en la literatura científica, son convincentes: 1. El riesgo de mortalidad aumenta en un 30% (aprox.) a consecuencia del aislamiento social; 2. Deterioro de la salud cardiovascular y mental (con riesgo de demencia) en personas solitarias; y, 3. Aumento de la probabilidad de sufrir de depresión y ansiedad, en individuos con índices bajos de integración social. No siempre nos será posible tener acceso a información sobre este tema, pero es importante consultarle al menos a nuestro médico general.
Referencia:
Holt-Lunstad, J. & Lefler, M. (2021). Social integration. In: Encyclopedia of Gerontology and Population Aging.
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