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Maria Eugenia Grillet: Para controlar la malaria hay que controlar la minería

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María Eugenia Grillet, primera científica latinoamericana en ganar el premio Hemingway de biomedicina, cuenta cómo la ciencia ayudó a reducir en un 75 % la oncocercosis en Venezuela y cómo podría servir contra el regreso de enfermedades que se habían erradicado

Sandra Caula

Para presentar a María Eugenia Grillet dan ganas de reproducir completa la semblanza que le hizo Florantonia Singer en este libro, cuando la bióloga ganó el Premio Lorenzo Mendoza Fleury a la Trayectoria y Contribución Científica en Venezuela de la Fundación Empresas Polar, en 2019. Ese texto nos revela hasta qué punto la ciencia es su modo de vida y su pasión, mucho más que su profesión.

Cuando era pequeñita, en Puerto Ordaz, su madre le regaló un microscopio y María Eugenia quedó fascinada al ver una gota de agua a través de su lente. Puede que allí comenzara todo. Luego quiso ser naturalista como Charles Darwin, como Alexander von Humboldt y como Alfred Russel Wallace. También le encantaron la música, la literatura y el cine. Quizás fue su tutor en la Universidad Central, el biólogo argentino Luis Levín, quien la hizo aterrizar, cuando le dijo que con los delfines que ella quería estudiar no iba a poder ayudarla, pero sí con unos pececitos que abundan en los ríos y charcas latinoamericanas: los guppy (Poecilia reticulata). De los pececitos pasó a los mosquitos y hoy es una gran —pero realmente grande— ecóloga de insectos, entomóloga médica y ecoepidemióloga de enfermedades infecciosas.

Podría aburrirlos por páginas y páginas escribiendo sobre la labor de Grillet como profesora, investigadora biomédica o promotora de los estudios y las instituciones científicas venezolanas. Pero voy a resumir todo eso en un dato: por su trayectoria, el año pasado fue la primera latinoamericana en ganar el Premio Janet Hemingway que otorgan la Royal Society of Tropical Medicine & Hygiene (RSTMH) y la Liverpool School of Tropical Medicine (LSTM), ambas del Reino Unido.

La RSTMH, fundada en 1907, impulsa el desarrollo de la investigación biomédica en la medicina tropical y las enfermedades tropicales para contribuir a mejorar la salud global. Y la LSTM, fundada en 1898, forma médicos y científicos con propósitos similaresEl premio lo crearon ambas en 2019 para visibilizar los aportes de la investigación científica multidisciplinaria con repercusión en salud pública.

Con su trabajo en el área, y con este premio, Grillet toma el testigo de una importante tradición de la medicina en Venezuela, que tuvo un especial desarrollo en el siglo pasado: la medicina tropical, es decir, el estudio y la cura de un grupo de diecisiete enfermedades (también denominadas desatendidas o de la pobreza) comunes entre las casi mil millones de personas pobres que, según el Banco Mundial, viven en regiones tropicales y subtropicales de África, Asia y Latinoamérica. 

Del premio y de esta tradición de la ciencia, la medicina y la salud pública venezolanas, hablé con la doctora Grillet.

¿Por qué le otorgan el premio Janet Hemingway a una científica venezolana y qué significa ello sobre la historia de la medicina tropical en nuestro país?

Es un reconocimiento a la investigación llevada a cabo en el campo de la medicina tropical en Venezuela por más de veinticinco años, al conocimiento que ese trabajo ha aportado para entender la transmisión y los factores que promueven enfermedades que en nuestro país padecen las comunidades indígenas más alejadas en nuestra selva amazónica (tales como la oncocercosis) o comunidades rurales afectadas actualmente por la minería depredadora (el caso de la malaria). Es un apoyo a la ciencia biomédica que se ha hecho en Venezuela, y que algunos seguimos haciendo a pesar de las actuales circunstancias. Venezuela tiene una historia rica de investigación en este campo con significativa proyección internacional. Es un honor para mí que dicho reconocimiento venga de ambas instituciones (prestigiosas y respetadas). La historia de la medicina tropical ha tenido sus mejores escuelas de conocimiento y formación en Inglaterra y en Instituciones como la Escuela de Medicina Tropical de Liverpool. Admiro mucho a ambas academias y he hecho investigación colaborativa con varios científicos que trabajan en ellas. 

El Centro Amazónico de Investigaciones y Control de Enfermedades Tropicales (Sacaicet) ha desarrollado un programa de eliminación de la oncocercosis (ceguera de los ríos) en la población yanomami. Tú has trabajado y colaborado en dicho programa casi desde sus inicios. ¿Podrías hablarme de lo que esa investigación te ha enseñado sobre la relación de la ciencia con otras áreas de conocimiento y gestión pública?

Mi investigación (en el espectro de la entomología-ecología-epidemiología) ha ayudado a entender aspectos básicos de la transmisión de esta parasitosis que produce ceguera, que han ayudado a diseñar la estrategia de intervención (uso masivo del medicamento ivermectina), y a proyectar el impacto en el control y eventual eliminación de esta infección en las Américas y en Venezuela con la sinergia de la ciencia, las estrategias de salud pública regional y la voluntad política. He acompañado y trabajado con mis admirables e incansables colegas del Sacaicet en este programa de eliminación desde sus inicios, en los años noventa, y en 2016 publicamos evidencias de logros: un 75 % de la población ya está libre de la enfermedad. Estas son noticias fantásticas en medio de la crisis de salud que vive actualmente Venezuela. La experiencia me ha enseñado que la ciencia básica puede tener grandes implicaciones sociales y contribuir a mejorar la calidad de vida de las poblaciones afectadas.

Debemos recordar que la ciencia fue la primera en dar una respuesta efectiva para el control de esta pandemia con el desarrollo de las vacunas contra el SARS-CoV-2.

Ese conocimiento básico y adquirido por muchos años de trabajo disciplinado pudo encontrar su aplicación cuando se le necesitó. La ciencia es uno de los mejores activos de la humanidad.  

La confluencia de ciencia, medicina, cultura y política fueron determinantes para erradicar la malaria, y ahora crece de nuevo. Una de las metas del Milenio es eliminar la malaria en las Américas para 2030. ¿Crees que en Venezuela será posible?

Si retomamos esa ruta, que Arnoldo Gabaldón y el Ministerio de Salud de la época siguieron a finales de los años cincuenta, lo podríamos lograr. Todos los países de las Américas donde la malaria ha sido difícil de controlar (Brasil, Colombia y Perú) han tenido avances importantes desde 2015 respecto a alcanzar esta meta. Venezuela, por el contrario, ha mostrado un aumento sostenido desde el año 2000 que la ha llevado a reportar 467,421 casos en 2019, un incremento del 1.200 por ciento. La causa principal es la minería ilegal. El minero va dejándole una alfombra roja y cómoda de transitar al mosquito transmisor, conforme tala bosques para la extracción de oro a cielo abierto. Para lograr el efectivo control de la malaria deberíamos actuar en paralelo sobre el material que aviva ese fuego: la minería.       

Leí un muy buen prólogo que escribiste para el libro de Rafael Rangel-Aldao que estudia los cien años de investigación sobre la enfermedad de Chagas en Venezuela. ¿Cuál es la situación de esa enfermedad y de su investigación en nuestro país hoy?

Este libro, que recomiendo ampliamente, es una oportuna y excelente revisión de la historia de la ciencia biomédica en Venezuela, desde sus inicios a comienzo del siglo XX. Una ciencia que creció y se desarrolló para entender esta enfermedad y su impacto, desde la detección de sus primeros casos. Revela además la alta calidad de la investigación científica que ha tenido Venezuela en esta área. Esta parasitosis se logró controlar significativamente entre 1990-1998, pero a partir de 2012 las actividades de su vigilancia y control fueron abandonadas. Hoy no tenemos estadísticas epidemiológicas actualizadas que nos permitan evaluar el estatus de esta enfermedad de naturaleza silenciosa. Pero estudios recientes de colegas de varias universidades del país, entre ellas, la Universidad Central de Venezuela y la Universidad de los Andes, revelan que la transmisión se ha intensificado y propagado a nuevas áreas. Esto ha incluido la observación de nuevas formas de transmisión (oral) en ciudades como Caracas, revelando lo grave de la situación. Una enfermedad, tradicionalmente rural, empieza a manifestarse en ambientes urbanos. 

El deterioro ambiental es un factor esencial en el crecimiento de enfermedades que pensábamos erradicadas y en la aparición de otras nuevas, como el coronavirus. ¿Hay conciencia y coherencia sobre ello en la gestión pública que se desarrolla en el país hoy?

No sabría decirte cuánta conciencia y coherencia hay. El abandono de la conservación y la vigilancia de los Parques Nacionales y las Áreas naturales en Venezuela parecieran indicar que no existen. La velocidad a la que se deforesta al sur de Venezuela y dentro de parques nacionales como Canaima por minería ilegal, y los derrames petroleros han aumentado de manera significativa sin intervención aparente del Estado. De allí que el panorama luzca preocupante.

En los últimos veinte años hemos tenido cinco brotes importantes de fiebre amarilla en Venezuela, la mayoría en la zona central, uno de ellos proveniente de Guayana.

La vigilancia y control (a través de la vacunación) de esta infección viral transmitida por mosquitos ha disminuido, lo que en principio explica los brotes. Pero no puede descartarse que estén emergiendo por transformaciones ambientales en nuestros bosques.

¿Afecta la migración venezolana a la expansión de las enfermedades tropicales? ¿Son los migrantes infectados un peligro?

Me ha preocupado mucho estigmatizar al venezolano migrante que ya padece de muchas dificultades en su periplo migratorio. De allí que pongamos esto en contexto. Las enfermedades infecciosas no tienen fronteras, y esto todos lo hemos aprendido con la pandemia. Si a este virus se le hubiese contenido de manera rápida y efectiva la primera vez que se le detectó, no hubiese causado la actual pandemia. Vemos  cómo las  variantes del SARS-Cov-2, surgen en un lugar particular y en pocos días ya son detectadas en un país lejano. La globalización y la interconectividad son dos de las principales causas de la propagación de enfermedades infecciosas. Todos podemos ser portadores de un virus o patógeno sin saberlo e intención de propagarlo. Por eso existen los controles sanitarios en las fronteras para evitar la entrada a veces inevitable de patógenos. Lamentablemente, debido al aumento en Venezuela de las enfermedades infecciosas transmitidas por vectores (como la malaria) o prevenibles por vacunas (sarampión), algunos venezolanos en su paso migratorio han cargado con ellas. Esto ha impactado a los programas de vigilancia y control de los países en Suramérica. Si controlamos nuestra malaria y cumplimos con nuestras coberturas de vacunación estaremos evitando que esto ocurra y tenga repercusión en otros países, como comentamos en dos publicaciones recientes de nuestro grupo de investigación.

Venezuela fue un modelo de salud pública el siglo pasado. En veinte años, con un gobierno que pregona tener un foco social y un país que tuvo hasta hace nada los mayores ingresos de su historia, ha habido un retroceso injustificable. ¿A qué crees que se debe una visión tan estrecha ante unos conocimientos que pudieran reportar enormes beneficios para todos los venezolanos? 

Me pregunto esto todos los días. Empecemos por recordar qué es la Salud Pública. Es la respuesta que debe dar un Estado dirigida a promover, mantener y proteger la salud de sus ciudadanos, previniendo enfermedades e incapacidades, principalmente en población vulnerable. Por lo general este último sector corresponde a los sectores más pobres, ya que por su misma condición son los más propensos a sufrir de enfermedades. Para mí la función mínima de un gobierno (del color político que sea) es evaluar el estado de salud de la población y los factores que contribuyen a la falta de ella, y en consecuencia desarrollar políticas que fortalezcan los sistemas de salud para garantizar el acceso a los servicios de salud pública. Las enfermedades de la pobreza se magnifican cuando esta condición se agudiza. Si actualmente vivimos una crisis humanitaria de salud compleja, reconocida por la ONU y el propio estado, la conclusión para mí es que todo lo anterior (que sí lo tuvimos en Venezuela) se perdió en las últimas dos décadas. Por lo que cabe la duda si la salud de los ciudadanos es realmente una prioridad para la actual gestión. 

¿Cómo mejorar la situación de la investigación científica y de la salud pública?

Tres factores han afectado a la investigación científica en Venezuela en las últimas dos décadas: la disminución de la inversión en ciencia, la limitación creciente del presupuesto de las universidades y la migración calificada o fuga de cerebros. En un reciente comunicado de las Academias Nacionales se menciona que por más de diez años a las universidades autónomas se les ha aprobado presupuestos insuficientes, desde hace cinco años a los institutos de investigación no se le asignan los fondos para funcionamiento e investigación, y durante los últimos dos años a las Academias Nacionales solo se les ha financiado el pago del personal administrativo. La situación se agrava con sueldos pobres, carencia de protección social y falta general de recursos económicos lo que ha impulsado la renuncia y abandono del país de un sinnúmero de profesores e investigadores. Paralelamente, son más los científicos que se jubilan y abandonan la profesión que los que cada año ingresan a ella en Venezuela. Las consecuencias son una pérdida de talento que está causando impactos negativos en el sistema de ciencia nacional. De acuerdo a un reciente estudio, un 18 por ciento de la comunidad de científicos ha dejado el país, siendo ellos responsables de la producción del 34 por ciento de las publicaciones hechas desde Venezuela (investigación). La situación no podía ser más dramática. Es difícil explicarle esta situación a un colega en el exterior. La única forma de cambiar esta realidad sería revertir todos estos factores y encauzar al país de nuevo hacia la reconstrucción de su sistema académico. Venezuela necesita un nuevo sistema de salud pública que funcione, lo cual requiere inversión en salud y deseo de mejorar la calidad de vida y la salud en general del venezolano.

¿Resiste la investigación científica en Venezuela? ¿Tiene futuro? Al menos parece seguir teniendo logros como los tuyos. 

Aún quedamos investigadores en las universidades e Institutos de Investigación en Venezuela tratando de cumplir con nuestro objetivo de formar nuevas generaciones y de realizar investigación científica y aportar conocimiento. Aún nuestras academias trabajan y se esfuerzan por mantener la institucionalidad perdida en el país. Te sorprendería ver las condiciones bajo las cuales aún con limitaciones se persiste en ello. Las crisis promueven nuevas estrategias y formas de enfrentar la vida. En mi caso no es una estrategia de sobrevivencia, sino de persistencia.

Mi productividad no ha disminuido sino aumentado en estos años porque me he enfocado en ampliar mis redes de colaboración (nacionales e internacionales) para potenciar mi impacto y superar las dificultades actuales.

Hay muchísimos colegas venezolanos y extranjeros con ganas de aportar en este momento y se han creado varias iniciativas dentro del país y desde el exterior para seguir aportando a la academia (investigación y docencia) en Venezuela. Mientras siga en el país, eso es lo que haré. Ocuparme más que rendirme porque aún hay muchos jóvenes que necesitan formarse en la universidad, aún hay ciencia por desarrollar y problemas de salud que abordar en Venezuela. Quisiera culminar con una frase, valiéndome de un comentario que le oído al profesor Amalio Belmonte (UCV): “cada día en este país trato de ser impermeable al desaliento, cuesta, pero las preguntas de ciencia siguen agolpándose en mi cabeza y debo responderlas”.

Cinco8