Tras el cierre del gimnasio Jesús ‘Chuchú’ Gruber, donde Limardo empezó a hacer esgrima en su natal Ciudad Bolívar, el hermano del campeón olímpico decidió entrenar en casa a los niños que así lo quieran
AFP
Antonela, de 11 años, lanza estocadas en el patio de la casa de Kelvin Caña, hermano de crianza del esgrimista y medallista de oro olímpico Rubén Limardo. Allí, en una región minera del sur de Venezuela, combaten contra un temible rival: el abandono.
Caña entrena a unos 50 niños y jóvenes de 5 a 20 años en su hogar, a unos 15 minutos en automóvil del desmantelado gimnasio Jesús ‘Chuchú’ Gruber, donde Limardo empezó a hacer esgrima en su natal Ciudad Bolívar (estado Bolívar), historia que alcanzó su cénit hace una década con el oro en el torneo individual de espada en los Juegos Olímpicos de Londres-2012.
“Para mí practicar esgrima es soltarme, relajarme y aprender”, dice Antonela Domínguez, con su máscara en las manos tras una práctica. “Vino una amiguita y me dijo que había clases de esgrima y me preguntó si quería participar. Yo le dije que sí”.
Las lecciones caseras comenzaron a mediados de 2020, a raíz del cierre de gimnasios por la pandemia de covid-19.
“Las pistas, los aparatos, yo hablé con Rubén y Rubén me los prestó”, relata Caña, de 35 años, integrante del equipo olímpico de espada de Venezuela en Rio de Janeiro-2016, quien además organizó colectas en redes sociales para poner en marcha su plan.
“Yo ayudo con los ojos cerrados”, celebra Limardo en Lodz, Polonia, donde trabaja con el objetivo de clasificar a París-2024, los que serían sus quintos Juegos Olímpicos.
“Los he apoyado con materiales deportivos, (respaldo para viajes a) competencias, donaciones. (…). Hay muchos niños humildes en la zona y es un proyecto que en el futuro se puede hacer grande”, expresa el espadista, primer latinoamericano que ganó oro olímpico en esgrima desde que los cubanos Ramón Fonst y Manuel Dionisio Díaz lo hicieron en St. Louis-1904.
Los chicos practican las tres modalidades de la esgrima -espada, sable y florete- en sesiones de lunes a jueves de acuerdo con sus edades. Se mueven en pistas sobre el piso de cemento del patio de la casa de Caña, con marcadores electrónicos que registran sus puntajes.
Tras quedar huérfano con la muerte de su madre al nacer, Caña creció con los hermanos Limardo, Rubén, Francisco y Jesús. Todos son esgrimistas.
Resistencia
El gimnasio ‘Chuchú’ Gruber está en ruinas y sus alrededores son devorados por la maleza. “Fue acabado por el vandalismo, por los ‘chatarreros’ (vendedores de chatarra), que se robaron todos los hierros”, lamenta Caña.
Y la esgrima no solo enfrenta la falta de instalaciones adecuadas.
“Aquí en el estado Bolívar, (han pasado) años que nadie, un atleta, recibe una beca (…). Nadie, nadie”, denuncia Caña, quien recibió por última vez respaldo estatal en 2013. “A ningún entrenador le pagan”.
Sus clases son un acto de resistencia por las que pide una “colaboración” de 5 dólares por alumno para cubrir gastos de la escuela y costos de enviarlos a torneos.
“Me parece magnífico, porque así los niños tienen un deporte que practicar”, celebra Betina Ledezma, madre de Leonela, de 8 años. “Cuando probó la esgrima, me dijo: ‘mami, la esgrima, ¡me encanta la esgrima!’”.
Uno de los sueños de Leonela es viajar algún día a Polonia a entrenar con Limardo, quien está instalado allí desde 2003, y sus pupilos.
Lodz es escuela de esgrimistas venezolanos desde que la fallecida madre de Limardo, Noris, y su tío y entrenador, Ruperto Gascón, lanzaran un proyecto llamado ‘Los Polaquitos’ para formar allí a a jóvenes deportistas del país caribeño. El excampeón olímpico, pese a altibajos económicos que le llevaron a trabajar como repartidor de comida en bicicleta para sostener su preparación hacia Tokio-2020, da continuidad a la idea con una fundación que lleva su nombre.