Ocho meses de pandemia. Ocho meses que impactaron exponencialmente en la salud. No es la COVID-19 la que amenaza, son la mala alimentación, la desnutrición, la falta de acceso a los servicios, a las medicinas y a una atención directa asistencial, los factores que hacen estragos en el sistema inmune de los venezolanos. Los ciudadanos comen menos de 1300 calorías al día, cuando el requerimiento mínimo es de 2000.

La desnutrición en Venezuela se remontó a niveles que no se veían desde 2017 (I)

Mariana Sofía Garcia @sofiggarcia

La nutricionista Susana Raffalli comentó que la desnutrición en Venezuela se remontó a niveles que no veía desde el año 2017 y lo asocia a los efectos de la pandemia de la COVID-19. Las cifras sobre crisis alimentaria en Venezuela son duras, pero todas las dieron organismos internacionales porque no hay estadísticas por parte del Estado que reflejen la situación.

Caracas. Ninguna de las dimensiones que establecen si un país tiene seguridad alimentaria se cumplen en Venezuela. El manejo de los mecanismos de protección social no es el adecuado, los alimentos que se reparten dentro de los programas oficiales no tienen los nutrientes necesarios, los precios suben y bajan como una montaña rusa en el tiempo y no hay un hogar que pueda tener la certeza y estabilidad para saber qué va a comer la semana que viene o el próximo mes.

Así interpretó la experta en nutrición, Susana Raffalli, la crisis alimentaria en el país. Tomó en cuenta las cuatro dimensiones de alimentación para tener una vida saludable y sana. Esto incluye: tener una oferta adecuada en términos de cantidad y calidad, que sea nutricionalmente rica, válida e inocua y que las personas tengan acceso físico y económico. Debe tener una adecuación cultural, es decir, que sea consistente con un patrón de identidad; no hay seguridad alimentaria al distribuir en Venezuela una harina para hacer tortillas mexicanas, por ejemplo.

La tercera dimensión es que haya un consumo, que las personas tengan información y espacios en que la alimentación sea posible y la cuarta es la estabilidad de todas las dimensiones: el alimento debe ser suficiente, adecuado, accesible y que se cumplan todas esas condiciones de forma estable.

Cada 18 de noviembre se celebra el Día Nacional de la Alimentación, en conmemoración a la creación del Instituto Nacional de Nutrición en 1949, durante la presidencia de Rómulo Gallegos, y para recordar la necesidad de garantizar bienestar nutricional a la población. Precepto que hoy en día se cuestiona, debido a que un alto porcentaje de la población está malnutrida y no puede hacer las tres comidas diarias.

La realidad de Venezuela no acata esos criterios. A juicio de Raffalli, la oferta alimentaria agregada que el Estado está en capacidad de garantizar a la nación tiene un déficit de 20 % a 25 % por el deterioro del aparato productivo nacional y la caída de las importaciones. El acceso de los alimentos está seriamente comprometido por la escasez de combustible y el poder de compra del salario mínimo que no es mayor a 1 % de la canasta de alimentos.

Ni sumando los bonos, ni sumando los alimentos subsidiados de la caja Clap y el salario mínimo se llega a tener siquiera 30 % de la canasta del grupo de alimentos mínimo que una familia en Venezuela necesita, y eso, por definición, es una inseguridad alimentaria muy severa, enfatizó Raffalli.

Raffalli comentó que la desnutrición en Venezuela se remontó a niveles que no veía desde el año 2017 y lo asocia a los efectos de la pandemia de la COVID-19.

Venezuela fue el quinto país con mayor número de personas con hambre reportadas en América del Sur en el trienio 2015-2017, de acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). La Encuesta Nacional Sobre Condiciones de Vida (Encovi 2017) reportó que ocho de cada 10 venezolanos refirieron no haber comido lo suficiente por falta de recursos o escasez. Además, el consumo de pollo, carnes, pescado, y huevo, bajó de 79,4 % a 34,3 %.

“Hemos pasado hambre y todavía no nos podemos recuperar”, lamentó Roberto*, un guardaparques del Instituto Nacional de Parques (Inparques) que en la primera quincena del mes recibe 528.000 bolívares y en la segunda 900.000 bolívares, que incluye el bono de alimentación. En total, su sueldo es equivalente a menos de 2 dólares.

La inseguridad alimentaria golpea directamente a los trabajadores del sector público. Enfermeras, maestros, bomberos, guardaparques y personal de empresas de servicios públicos que han tenido que dedicarse a otros oficios como vender productos, arreglar zapatos o hacer postres para poder tener ingresos extra que les permitan llevar comida a sus hogares.

Al revisar qué es lo que come Roberto en un día común, cae en cuenta de que siempre es lo mismo: una yuca sancochada, una arepa que muchas veces no tiene relleno, una taza pequeña de café para que la bolsita rinda durante lo que queda de mes. Las proteínas las integra en su menú dos o tres veces a la semana, en especial si logra conseguir un pollo entero a buen precio. De resto, se llena con pasta, arroz y granos.

La bolsa de comida se convirtió en una forma de manipulación y control social, según sostienen investigadores y ciudadanos. Luego de tres meses de cuarentena fue que llegaron a la institución donde trabaja Roberto. Cuando los trabajadores buscaron la comida, a muchos les dijeron que estaban en una lista de “inasistentes”. Ningún jefe tiene en mente que no han ido a trabajar porque el pasaje mensual hasta los puestos de guardaparques es más alto que el propio sueldo, no tienen uniformes o deben caminar muchos kilómetros porque no hay transporte.

Roberto, un guardaparques con más de 20 años de experiencia, se pone en las manos de Dios para saber qué va a comer cada semana. A sus 60 años de edad tiene las defensas mucho más débiles. Ha bajado mucho de peso, calcula que unos 15 kilos.

A mí esto me fregó la vida”, aseguró Roberto.

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Cifras duras

Las cifras sobre crisis alimentaria en Venezuela son duras, pero todas las dieron organismos internacionales porque no hay estadísticas por parte del Estado que reflejen la situación. Informes con datos que ayudan a comprender las inequidades nutricionales en el mundo, como el Reporte Mundial de Nutrición, aparecen renglones en blanco y leyendas para decir que el país no proporcionó cifras.



Pero, más allá de los silencios, las organizaciones basan sus números en encuestas y entrevistas a grupos considerables de personas. Así fue como el Reporte Mundial sobre las Crisis Alimentarias 2020 incluyó a Venezuela como la cuarta peor crisis alimentaria del mundo, calificándola en un estatus más grave que el descrito en Etiopía, Sudán, Nigeria, Siria y Haití, un dato que alertaba sobre la necesidad de una ayuda alimentaria desde hace tres años que no podían formalizar por falta de datos oficiales.

Que Venezuela apareciera por primera vez en este informe confirmó el deterioro a una escala que ya no se puede ocultar. El impacto fue tal que, al menos siete organizaciones como el Observatorio Venezolano de Salud, la Fundación Bengoa y el Colegio de Nutricionistas-Dietistas de Venezuela se pronunciaron para alertar sobre la crisis.

El Programa Mundial de Alimentos (WFP, por sus siglas en inglés) de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) reflejó en febrero de 2020 que una de cada tres personas (32,3 %) en Venezuela está en inseguridad alimentaria y necesita asistencia, luego de hacer encuestas a 375 familias distribuidas en los 24 estados del país durante julio y septiembre de 2019.

Infografías: Amadeo Pereiro

Raffalli precisó que la mejor manera de organizar las causas de la inseguridad alimentaria en Venezuela es utilizar el marco del derecho humano a la alimentación y las obligaciones del Estado como principal garante de la alimentación de una nación:

  • La obligación de realizar de manera efectiva el proceso de facilitar alimentación a las poblaciones dependientes del Estado: cárceles, ancianatos, orfanatos y en los hospitales públicos.
  • Garantizar que regula lo suficiente para que los actores que producen, distribuyen, almacenan y venden alimentos puedan cumplir su función de forma segura y estable. Incluye regular a la empresa privada cuando comete actos de especulación.
  • Garantizar servicios públicos a toda la red del sistema alimentario y normativas que permitan un mercado sano.

Raffalli profundizó sobre la necesidad de respetar el funcionamiento del sistema alimentario en Venezuela.

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El futuro está en riesgo

Ya en enero de 2019, la Unicef advirtió sobre un número creciente de niños en Venezuela que sufrían de desnutrición como consecuencia de una crisis económica. Si bien no se dispone de cifras precisas, se está limitando el acceso de los niños a los centros de salud, medicamentos y alimentos de calidad”, enfatizó la ONG.

Dos años más tarde, en octubre de 2020, Cáritas Venezuela denunció la pérdida involuntaria de más de 10 % del peso corporal de los niños en el país, conocida técnicamente como emaciación infantil. Al comparar febrero con julio, el incremento de niños menores a cinco años con desnutrición llegó a 73 %.

Esos niños que entran en varios episodios de desnutrición o que estuvieron bajo los efectos de un mal comer permanente durante sus primeros dos años de vida, van a tener un retardo del crecimiento porque no tienen a la mano los sustratos nutricionales adecuados.

Para ser más exactos, un niño que no crece en sus primeros 1000 días de vida, difícilmente después los recupere. Las consecuencias serán el retardo en su desempeño escolar, el rezago económico cuando sea adulto y una gran carga sanitaria porque en su adultez puede sufrir enfermedades metabólicas importantes.

En el caso de los adultos mayores, la ONG Convite asegura que tres de cada cinco personas de la tercera edad se acuestan con hambre, en especial de zonas rurales. Un dato que preocupa es que la inseguridad alimentaria es peor para aquellos que viven solos porque 95 % no tiene acceso a suficientes alimentos y comen menos que aquellos que están acompañados.

Nelly trabajó más de 20 años en el Instituto de Previsión y Asistencia Social para el Personal del Ministerio de Educación (Ipasme). Ya tiene 72 años de edad y está jubilada. No tiene hijos y vive “arrimada” en la casa de un familiar porque perdió su hogar hace cuatro años. Pasó tantos años de servicio y no puede tener una vejez digna porque en su nevera solo hay agua y luz.

“Veo el pollo en la carnicería, pero no en mi casa”, lamentó Nelly. Con el último depósito que recibió de la pensión, que incluyó una parte de aguinaldos, solo pudo comprar medio cartón de huevos, una harina de maíz y un paquete de azúcar. No le quedó dinero para la pastilla de la tensión.

Foto: Luis Morillo

Medidas Urgentes

Raffalli recomendó medidas que deben ser tomadas en corto, mediano y largo plazo que guardan relación con lo alimentario, económico y sanitario:

  • Liberación de las medidas tan restrictivas que hay en las operaciones del sistema alimentario.
  • Una política adecuada de subsidios agrícolas bien focalizada a todos los productores del país y garantías de seguridad física y jurídica para producir alimentos en Venezuela.
  • Importación masiva de insumos agrícolas.
  • Rescatar el valor del trabajo y de la moneda. Mientras eso no ocurra, seguirá la migración masiva y la imposibilidad de la familia venezolana de generar ingresos para ser autosuficientes.
  • Fortalecer los servicios de control de niños sanos, para garantizar la inmunización, promoción de la lactancia materna, el control de crecimiento y fortalecer desde allá los servicios de alimentación.
  • Poner en marcha campañas masivas de suplementación con ciertas vitaminas que están carentes y una estrategia masiva de corrección de la anemia y desórdenes por deficiencia de hierro que hay actualmente en el país por la dificultad de acceso a carnes rojas.

*Roberto es un nombre ficticio para proteger la identidad del trabajador activo

Cuando comer depende de la solidaridad (II)

Mabel Sarmiento @mabelsarmiento

Ya casi es la 1:00 p. m. cuando Samanta entra corriendo. De inmediato, su abuela la recibe. Santiago y Sebastián se sientan en la mesa. Rosmary con agilidad sirve las sopas. Esta vez les mandaron tres raciones, una para cada niño.

Caracas. Son las 12 del mediodía y la cocina está limpia, las hornillas frías. Sobre el tapete del fregador no hay ni una taza sucia. Da la impresión de que esa parte de la casa está deshabitada. Solo las moscas que se meten por la ventana revolotean por encima de los enseres. El aire que se riega por la casa no rocía ese olor a guiso de caraotas, a fritura de plátanos, de arroz con pollo, que se perecibe en el barrio. Dos niños, vestidos como si van de paseo, corren de un lado a otro. El tercero, de un año, está dormido en los brazos de la abuela, que espera paciente a Rosmary.

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Desde antes de las 10:00 a. m. Rosmary Hernández, con su tapabocas a medio poner, está sentada en las afueras del comedor La Bendición de las Tres Torres, en Cochecito, parroquia Coche. A ella la convocaron para entregarle un obsequio.

Representantes del Programa Hias Venezuela, que pertenece a la Sociedad de Ayuda al Inmigrante Hebreo, dictaron un taller sobre la higiene y la COVID-19 a una docena de madres, y como parte final del proyecto estaba prevista la entrega de algunos insumos.

Un simple obsequio, piensa Rosmary, cuando va bajando las escaleras del barrio Redoma de Piedras, que queda a orillas de la carretera Panamericana, entre los kilómetros 2 y 3.

Foto: Luis Morillo

A ella se le hace más fácil cortar camino por la comunidad Madre María —un sector de Cochecito que hace frontera geográfica— que agarrar camioneta en la Panamericana para llegar a Coche y luego subir unas siete cuadras hasta llegar al comedor, que depende de la organización civil Ciudadanía Sin Límites. Bajar y subir unos cincuenta escalones le ahorran tiempo y dinero.

Su semblante pálido, su tono de voz muy bajo, le dan un aire de mujer tranquila y humilde. Y, ciertamente, tiene las dos virtudes, pero a eso se le suma una anemia que le carcome las fuerzas.

—Tengo la hemoglobina en 8.

—¿Sufres de alguna patología? ¿Desde cuándo estás así?

—Hace tiempo, pero desde que tuve el último bebé no me sube.

Rormary está amamantando aún. Su problema es que no se alimenta bien, por eso la desgana cuando se levanta a buscar el obsequio.

Pero, en cuestiones de segundo, su mirada cambia. Se le dibuja una sonrisa en la cara, sus dientes quedan al descubierto y un leve suspiro sale de su pecho.

Le entregan tres bolsas. Una con  doce paquetes de jabón en polvo, la otra cuatro rollos de papel higiénico, un coleto, cloro, jabón de olor y un haragán, la tercera bolsa tiene toallas de mano, dos paquetes de toallitas húmedas, bolsas para la basura, esponjas para fregar. También le dan un bidón para almacenar agua y el palo para el haragán.

No pudo ocultar su felicidad. Ella no puede comprar ninguno de esos productos. Tampoco ninguna de las otras mujeres que fueron beneficiadas. Todas son de bajos recursos económicos, y aun así bromean entre ellas y dicen: ahora vamos a lavar ese ropero.

Rosmary —de nuevo— se lanza a la silla y a los pies de esta siguieron las tres bolsas, el bidón y el palo de madera. Solo se levanta para ir a la escuela Madre María a buscar los cuadernos del niño que tiene en Primer Grado, acción que no le tomó 15 minutos. Sin embargo, aunque recorta el trayecto por los caminos verdes, va lento, casi encorvada.

Cuando regresa ya la silla está ocupada, pero le hacen un espacio en un banco donde se acomoda en espera del número para la comida que reparten en el comedor la Bendición de Las Tres Torres. Ya bien avanzada las 11:00 a. m. le entregan el cartoncito con el número 3.

—La comida va a llegar como en hora y media —dice Ingrid Rodríguez, coordinadora del centro.

Fue ahí cuando Rosmary, una mujer de tan solo 28 años, se incorpora y como puede alza las bolsas para regresar a su casa.

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En casa, Samanta, Santiago, Sebastián y Mateo esperan a su madre para comer. Los niños tienen ocho, seis, tres y un año de edad, respectivamente. Yadira Salas, mamá de Rosmary, también aguarda con paciencia.

—Cuando esté cerca, monto un arroz para completar las raciones —dice.

Como Rosmary tarda en llegar, Samanta va a buscarla al comedor. La niña se ve muy dispuesta a su corta edad, su cabello es largo y su piel un poco morena, pero igual con pinceladas de rubia, pues su mamá es blanca, de pelo muy claro.

Los otros niños también tienen esa herencia en su físico. El más chico fue el que salió más catire, como suele decirse popularmente.

Son inquietos, hablan, se encaraman en el gabinete. No se ven flacos ni con ojeras. Sebastián, que está en preescolar, se monta sobre el tapete del gabinete y baja de la nevera una bolsita de azúcar y se la come con desespero. Su abuela lo mira y no le dice nada. Le muestra más bien compasión y luego le comenta que deje el azúcar, que no tienen mucha.

Foto: Luis Morillo

Él es el que más come todo lo que le sirven y pide más, completa Yadira en el momento en el que saca un poco de arroz, toma agua del chorro y lo pone a cocinar. Ya sabe que en pocos minutos entran por esa puerta las dos raciones de sopa. Los niños también lo presienten, pues se muestran inquietos y se asoman a la entrada con frecuencia.

Ya casi es la 1:00 p. m. cuando Samanta entra corriendo. De inmediato, su abuela la recibe. Santiago y Sebastián se sientan en la mesa. Rosmary con agilidad sirve las sopas. Esta vez les mandan tres raciones, una para cada niño.

La de Samanta se botó en el camino. A ella le toca menos. Aún así los tres hermanitos disfrutan cada cucharada.

—Esta vez no le toca a Mateo —dice Rosmary.

En la cocina la abuela hace una tortilla y sirve el arroz.

—Un huevo lo estiramos para cuatro —comenta.

En la mesa Sebastián le comenta a Samanta si tiene suficiente pollo, ella asiente. Pero ninguno de los tres hermanos se come las presas. No dejan los pedazos de auyama y zanahoria. Tampoco el cambur que vino con la ración.

Foto: Luis Morillo

Y no es porque no quieran. Es que ya están entrenados para el siguiente paso.

—Esas piezas las usamos para desmenuzarlas y las aliñamos con arroz y así podemos darles comida en la noche —cuenta Rosmary.

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El comedor La Bendición de Las Tres Torres, el pasado 6 de julio cumplió un año de haberse abierto a la comunidad. Funciona en una casita muy pequeña que fue acondicionada por Ingrid Rodríguez, junto con madres colaboradoras del sector.

Cerca de 100 niños almuerzan ahí. Por la pandemia no pueden hacerlo, pero igual las comidas se las dan de lunes a viernes (salvo los días martes).

Incluso hay niños que buscan la ración y la comparten con sus padres o hermanos mayores, pues ese es el único alimento diario.

Desde hace unas semanas las donaciones no están llegando completas y en vez de 100, envían 50.

Yo no puedo excluir a ningún niño, lo que hago es bajar el número de entrega por familia, si son cuatro hermanos entonces entrego dos raciones. Es triste, porque dependen de esto.

Por eso Rosmary contaba con dos sopas y no tres.

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Rosmary, además de tener esta ayuda, recibe almuerzos de la Vicaría que funciona en la parte alta del barrio El Estanque, muy cerca de su casa, y donde ella es una de las madres colaboradoras.

Este jueves le dieron lentejas con papas y zanahorias y cuatro vasos de jugo de lechosa. En el colegio Madre María, que depende del Ministerio de Educación, a Santiago también le proporcionaron un almuerzo y un vaso de leche.

—Pero esa comida no me gusta, me da dolor de barriga y me manda al baño. No me la como —dice Santiago.

Muchas veces les sirven arepas solas, frijoles verdes chinos y arroz. “A los niños les cae mal”, completa la mamá.

Esta familia entonces cuenta con los almuerzos del comedor y de la Vicaría. También depende de la caja Clap que llega cada 30 o 40 días.

Un paquete de granos, dos de arroz, cuatro de pasta, un azúcar, dos latas de sardinas, un aceite. Ah, esta vez vino con harina de trigo, y aproveché para hacerles una tortica. Porque a veces ellos van para donde mis primas y siempre tienen tortas y dulces y ellos se sienten mal. La otra vez en casa de un familiar hicieron hamburguesas y les dieron. Vinieron muy felices. Dijeron que ellos ya no comían eso. Bueno Sebastián ni siquiera ha probado el Corn Flakes; y el niño de un año, la leche, porque eso no lo puedo comprar”.

Tampoco comen vegetales, a menos que estén en la sopa que les dan en el comedor, al igual que las frutas. No consumen carne, el pollo lo hacen una o dos veces al mes, cuando logran reunir dinero y lo compran. Los aliños se los regala un familiar. El champú lo compran de vez en cuando para los niños y cuando no tienen jabón bañan a los niños con “ace” o solo con agua.

Foto: Luis Morillo

“Yo doy tareas dirigidas y cobro en dólares y con esos realitos mando a Rosmary a comprar el pollo, porque ella no está trabajando”, señala Yadira.

Cuando inició la cuarentena a Rosmary la mandaron para su casa. Era empleada en una empresa de publicidad, cobraba salario mínimo y con eso medio se bandeaban.

Desde entonces no tiene ingresos. El papá de los niños la ayuda de vez en cuando, “pero ese dinero no alcanza para mucho. En estos días mandó cuatro millones de bolívares y se fueron en medio cartón de huevos, queso, los pañales del niño y un pollo”.

—Nosotros pasamos mucho tiempo comiendo yuca en la mañana, tarde y noche. En estos tres años he rebajado 10 kilos —expresa la joven.

—Yo como 20 —atina la madre.

—Pero como te dije, mis niños no están desnutridos.

—¿Y cómo lo sabes?

—Hace poco hicieron una jornada médica en la comunidad, les midieron la circunferencia de los brazos y el doctor dijo que estaban bien.

No obstante, por la pandemia no ha podido llevarlos a las consultas periódicas, salvo a Mateo, que hace poco enfermó de neumonía y lo llevó al hospital de Coche, luego la refirieron al Materno Infantil de El Valle para que lo hospitalizaran. “Me dijeron que no había cupo y hablé con el director, quien me informó que si tenían cuatro camas. Pero no lo dejaron, me dio el tratamiento para la casa y menos mal que hasta el antibiótico porque no podía comprarlo”, señaló Rosmary.

En ese entonces de la neumonía de Mateo —que hará más de un mes de haberse mejorado— ella también se enfermó. Le dio fiebre y aún tiene tos. Los otros niños y la abuela igual presentaron cuadros gripales, “yo creo que eso fue un coletazo del coronavirus”, comenta Yadira, mientras sirve el jugo de lechosa a los tres niños.

En casa, la prioridad fueron los pequeños en todo momento. Si Rosmary y Yadira sienten hambre, lo disimulan bien. A ellas les espera un plato de arroz con lentejas, pues eso era lo que queda en las ollas.

En la nevera no hay nada. Solo agua y antes del almuerzo el jugo.

En el frízer que usan como despensa solo quedan un paquete de espagueti, uno de arroz, una harina precocida y sal. “Eso lo tengo que estirar para un mes”, señaló Yadira, mientras a sus espaldas, en la cocina que mide unos tres metros cuadrados, Rosmary desmecha el pollo.

Luego, Yadira agarra el palo del haragán y sonríe: «Esto está muy bueno, ya no tenía ni coleto. El cepillo me lo arregla un familiar, pues no puedo comprar uno. Cuesta 1.200.000 de bolívares, prefiero que mis nietos coman”.

La casa se fue quedando en silencio. A Mateo lo sientan en una silla mientras saborea un pedazo de zanahoria que vino en la sopa.

Para el viernes les espera otra jornada entre el comedor y la Vicaría.

“No estamos en pobreza extrema. Ya viste mi casa, está arregladita y limpia, los niños están gorditos. Lo que no tenemos es para comer”, dijo Rosmary. Hace un año no pudieron ligarla porque cuando estaba en labor de parto no había anestesiólogo en el materno.

“Ojalá pare la fábrica”, cerró la abuela.

628 % de los niños menores de 5 años está en riesgo de desnutrición crónica y 21 % en riesgo de desnutrición global
En contexto
  • Según la más reciente Encuesta Nacional de Condiciones de Vida, la pobreza de ingresos afecta a 96 % de los hogares y la multidimensional a 64,8 %. Este último indicador se incrementó 13,8 % entre 2018 y 2019. Además, la población venezolana se redujo en 4 millones.
  • Los datos de la encuesta 2019-2020 indican que Venezuela ha adquirido condiciones más propias de países de Centroamérica, el Caribe y África en materia de pobreza y desnutrición. Venezuela se ubica como el país más pobre y el segundo más desigual de América Latina (coeficiente Gini 51,0) detrás de Brasil; pero cuando se juntan las variables inestabilidad política, PIB y pobreza extrema, Venezuela aparece en el segundo lugar de una lista de 12 países –que encabeza Nigeria y termina con Irán– seguida de Chad, Congo y Zimbabue.
  • Según la Encovi 2019-2020, apenas 3 % de los hogares venezolanos no tiene ningún tipo de inseguridad alimentaria, mientras que 74 % presenta inseguridad alimentaria moderada y severa. En 1 de cada 4 hogares “concurren la angustia por la falta de alimentos con la disminución de los recursos para cubrir la cantidad y la calidad de la dieta”. Esto producto de una inflación anualizada de 3356 % a marzo y un ingreso promedio diario de 0,72 dólares. La caída del PIB entre 2013 y 2019 se calcula en 70 %.
  • 28 % de los niños menores de 5 años está en riesgo de desnutrición crónica y 21 % en riesgo de desnutrición global. “Venezuela es el país de Suramérica que tiene la desnutrición global peso/edad más alto. Estamos cerca de Haití y de Guatemala, que es el país con peores indicadores de la región”, agregó el investigador, dijo el sociólogo Luis Pedro España, en julio pasado cuando presentaban los resultados de la encuesta.
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costo de la canasta alimentaria
la desnutricion

Ya no hay sobras de comida (III)

Mabel Sarmiento @mabelsarmiento

Están aumentando los casos de desnutrición en niños y en adultos. En el J. M. de Los Ríos, hasta septiembre, vieron 162 casos. De los cuales 70 son graves. En estos tiempos aumentó la dependencia de las cajas Clap, comida de muy baja calidad.

Caracas. “Fíjate si los perros de la comunidad están flacos”. Parecía extraña esa recomendación. Pero a los minutos Maritza Landaeta, experta en el tema nutricional, aclaró: si están con aspecto esquelético, eso quiere decir que en el barrio ya no hay sobras de comida.

Ocho meses de pandemia. Ocho meses que impactaron exponencialmente en la salud. No es la COVID-19 la que amenaza, son la mala alimentación, la desnutrición, la falta de acceso a los servicios, a las medicinas y a una atención directa asistencial, los factores que hacen estragos en el sistema inmune de los venezolanos.

Esos son los ingredientes del plato fuerte que se sirve en la mesa del venezolano, un plato con menos de 1300 calorías, de las 2000 que requiere una persona al día.

El Reporte Mundial sobre las Crisis Alimentarias 2020 incluyó a Venezuela como la cuarta peor crisis alimentaria del mundo, calificándola en un estatus peor que el descrito para Etiopía, Sudán, Nigeria, Siria y Haití.

La aparición de Venezuela por primera vez en este informe no significa que de la noche a la mañana más de 9 millones de venezolanos entraron en inseguridad alimentaria en el 2019, sino que, por primera vez durante años de deterioro, las instituciones con el mandato de generar información sobre la situación del país, la hicieron finalmente visible, aunque cualitativamente estaba delante de los ojos de todo el territorio nacional.

Maritza Landaeta, coordinadora de Investigación y Docencia en Fundación Bengoa, explicó que, en una familia de cinco miembros que solo se alimenta de la caja Clap, si se preparan tres comidas con estos alimentos, cada persona consumiría unas 1300 Kcal/día y alcanzaría para alimentarse solo cinco días, por eso ya no hay sobras.

¿Cómo se alimentan los demás días? Evidentemente, esta estrategia mantiene a la población vulnerable sumida en hambre crónica. Por eso la recomendación de mirar el entorno y de ver hasta el estado de los perros callejeros. “Si no hay sobras, hasta estos animales pasan hambre”, comentó.

Realmente no hay cifras, lo que hay es lo que reporta Cáritas, pero la situación está muy crítica. A raíz de la COVID-19 todo se agravó, se suspendieron las clases y los niños no pueden recibir, mal que bien, los alimentos que les daban en las escuelas.

A entender de Landaeta, las familias quedaron desasistidas y la gente que trabaja día a día no puede generar ingresos. “El Clap también se vino a menos y sigue bajando en calidad. Arroz con gusanos y pasta muy mala”.

comedores solidarios

Hambre y pandemia

En este camino tortuoso que se convirtió alimentarse en Venezuela, los estómagos más golpeados son los de los niños.

Katherine Martínez, directora de la organización Prepara Familia, describió ese impacto cuando hizo referencia a los casos que están viendo en el hospital de niños J. M. de Los Ríos y en el servicio de Pediatría del hospital El Algodonal.

Es un tema que hemos denunciado desde 2015, principalmente la nutrición hospitalaria, que está disminuida y no cumple con los parámetros de calidad y cantidad que necesita un niño hospitalizado, con una patología distinta. Lamentablemente, lo que se les está entregando del año 2015 para acá es la misma alimentación, la misma dieta, por ejemplo, una arepa o pan, pero sin relleno, y al mediodía o en la noche, granos, lentejas. El problema es que no tiene nutrientes, entonces no se los comen.

En las unidades pediátricas hay pacientes con síndromes nefróticos, cáncer, diabetes, problemas gastrointestinales y no pueden comer granos. En el caso de los que sufren síndrome nefrótico no pueden ingerir sopa.

Toda la vida, dijo, en el área de nutrición del J. M. se cumplía con las dietas, pero ahora no hay ni fórmulas, solo las que llegan por donación.

Este viernes 13 de noviembre Prepara Familia llevó 180 cartones de huevos que recibió en donación. Por lo menos con ese insumo pueden completar para las proteínas.

Así es la comida que dan en el J. M. de Los Ríos
sobras de comida

No obstante, ese no es el único de los problemas, pues en ese centro también faltan los suplementos nutricionales y las fórmulas terapéuticas que administran a los niños con desnutrición severa.

Martínez destacó que esos tratamientos los estaba llevando Unicef; sin embargo, desde hace como dos meses las doctoras han manifestado que no tienen nada que entregar a los pacientes y señalaron que están viendo niveles de desnutrición como nunca.

En estos momentos hay una cifra importante de niños hospitalizados con desnutrición, inclusive, llegan casos con edemas*, kwashiorkor*, patologías que no estaban viendo porque solo atendían niños con COVID-19.

Ahora no se puede hacer una comparación con otros años, porque el número de niños que se han atendido es menor, por lo mismo de la pandemia. En marzo comenzó a bajar la asistencia en el servicio de Nutrición Crecimiento y Desarrollo, donde se ven por consulta y a los hospitalizados que, en su gran mayoría, tienen una patología distinta y, por la cual, la desnutrición a veces es secundaria, no es primaria.

—Pero, ¿qué dicen las estadísticas de este servicio?
—Hasta septiembre teníamos 162 niños desnutridos.

  • 70 son graves (43 %).
  • 47 son marasmáticos (29,01 %).
  • 13 con kwashiorkor (8,02 %).
  • 23 con edemas (14,19 %).

“Por la pandemia se veían casos de los hospitalizados como tal. La consulta está reactivada y ahora es que se va a ver la realidad: muchos niños presentando desnutrición”.

Igual crisis se vive en El Algodonal, donde han aumentado los casos con edemas y kwashiorkor.

Pero hay más: en estos momentos los niños con VIH siguen sin recibir las fórmulas porque el Ministerio de Salud no las envía. Cuando se las entregan, es por donación o cuando las envía la OPS.

«¿Cuánto niños habrán muerto, eso no está documentado?», se preguntó Martínez, quien se refirió al caso de El Algodonal, donde los niños están recibiendo una mortadela que la gente de Nutrición vuelve puré y así rellenan la arepa. “Un producto del cual no sabemos si ha tenido refrigeración. Lo mismo el tema de los frijoles chinos que son incomibles, según cuentan las madres”.

En este contexto, Maritza Landaeta aprovechó para apuntar entonces el apoyo de los comedores en las comunidades urbanas.

De alguna manera en estos sitios hay personas que, por lo menos, hacen una comida, pero eso no es suficiente, no llena los requerimientos nutricionales. Todo lo que entendemos es que el consumo de la familia se ha cada vez reducido más, por ejemplo, nos cuentan que preparan un huevo y le ponen calabacín para cuatro personas, cuando la ración es un huevo por persona. La gente está tratando de ingeniárselas, pero todo tiene un límite y creo que la flexibilización de la dieta no da para más. La falta de alimentos se agudiza porque la gente no tiene cómo obtener alimentos, eso hace que realmente no tengan cómo abastecerse. Mucha gente había puesto su esperanza en la ayuda humanitaria, pero eso tampoco está llegando.

Es una sola ecuación: Hay disponibilidad de alimentos, pero no hay cómo adquirirlos.

El salario mínimo no da para un cartón de huevos

¿Cómo se visualiza el impacto de la pandemia?

Landaeta se refirió a que ya Venezuela tenía una población que estaba muy devastada y que venía perdiendo mucho peso, “y lo que se está viendo es que los adultos mayores están perdiendo la masa muscular, tienen es el hueso con pedacitos de piel. Eso se llama emaciación*, y en esas situaciones la pérdida de peso es muy poca, pues lo que queda es una masa ósea con una epidermis que cubre».

En medio de este panorama están los reportes de mortalidad infantil y materna:

Ahora se ven muchas mujeres embarazadas completamente desnutridas y sin control, porque con la COVID-19 se abandonó la asistencia preventiva y la vacunación. Ahora hay mayor exposición con toda esa cantidad de epidemias que circulan. Desde el punto de vista de salud pública estamos muy complicados, los niños que están naciendo tienen deficiencias desde el vientre. Todo lo que llamamos la epigenética, que tiene que ver con lo que el niño debe recibir cuando está en el vientre materno, que es lo que lo va a proteger, incluso su futuro biológico; todos esos factores que influyen en la persona, van a tener una salud comprometida no solo intelectual, sino también van a padecer enfermedades crónicas, cardiovasculares, obesidad, diabetes.

¿Qué hacer?

Como la dependencia de la caja Clap está muy marcada, al arroz que viene en el combo, por ejemplo, hay que ponerle algo de color: una ramita, una zanahoria, auyama. “No se coman ese arroz blanco”, recomendó Landaeta.

Otras recomendaciones son:

  • Otro alimento, la sardina, que es relativamente económica.
  • Hacer batidos de auyama, rico en vitamina A.
  • Comer grasas, porque el cerebro necesita grasas.

“Lo que consumen de la caja Clap es menos que una comida de guerra, pues el requerimiento es de mínimo 2000 calorías. Por eso la gente está perdiendo peso y están subiendo los cuadros de anemia, se calcula que 30 % de la población, pues no hay fuente de hierro y esa harina de la caja no está enriquecida. Es muy complicado, realmente la calidad de alimentación se ha venido a menos y se está sumando al problema de hambre que ahora no hay como cocinar.

¿Hay forma de medir la desnutrición durante la pandemia?

Marianella Herrera, médico, especialista en nutrición, investigadora del Cendes-UCV e integrante del Observatorio Venezolano de la Salud y la Fundación Bengoa, dijo que sí; sobre todo desde el punto de vista cualitativo.

En consecuencia, dijo, hay un déficit de alimentos variados y aunque no tengamos el dato de la desnutrición como tal, se puede medir y a través de estos datos cualitativos te permite decir que si están comiendo arroz y pasta, no están consumiendo proteínas; entonces aquí hay una desnutrición, una falta proteica, con todas las consecuencias que eso tiene.

Para Herrera, al igual que para Martínez y Landaeta, el panorama es dramático porque además del montón de factores, que coinciden y que representan obstáculos para el acceso de los alimentos durante la pandemia, han visto gente que ha perdido 20 kilos.

“Obviamente, no puedo hablar de un promedio porque es algo que no hemos estudiado a nivel nacional dentro de esta circunstancia. Pero hemos visto gente que ha perdido unas cantidades de kilos enormes, y en niños el aumento en la desnutrición aguda es evidente. Cada vez que uno llega a una comunidad desprotegida, cuando hemos podido pasar, llama la atención el aumento de la desnutrición aguda que responde a un estímulo puntual, es decir, no hay alimento y eso da un episodio de desnutrición aguda”.

Entonces a la desnutrición crónica que ya venía creciendo de una manera importante en este país, ahora estos niños que tienen un retardo en el crecimiento crónico, se superponen con episodios de desnutrición aguda, lo cual es difícil de recuperar en tanto no se mantengan las medidas adecuadas para su recuperación, no hay agua, no hay luz, alimento, gas. Estamos alimentando el círculo vicioso de la malnutrición y la pobreza”.

Dijo la especialista que la mortalidad materna e infantil siempre ha sido difícil y más ahora cuando la mortalidad o la causa de muerte puede darse por diferentes factores. “Se corre el riesgo de que la desnutrición quede subyacente y oculta tras capas de otras causas que asocian a la mortalidad, por ejemplo, la neumonía con repetición. Si un niño padece esa infección y fallece, puede quedar como esa la causa del deceso, pero quizás estaba desnutrido, con su inmunidad comprometida”.

Tanto Prepara Familia como la Fundación Bengoa tienen programas de atención al niño y a la familia. En el tema de la nutrición es cuesta arriba llegar a todos en medio de la pandemia, pero están abordando los servicios hospitalarios con donaciones y aportes nutricionales para evitar que a los niños les den sobras de comida.

Definiciones

Edema: es la acumulación de líquido en los tejidos que hace que se hinchen. Suele empezar con una ligera hinchazón de los pies y no es raro que se extienda a las piernas. Más adelante, también se hinchan las manos y la cara. Para diagnosticar la presencia de edema el encargado de la atención de salud presiona con un dedo o el pulgar sobre el tobillo. Si hay presencia de edema, la depresión que se forma toma unos segundos para volver al nivel de la piel.

Kwashiorkor: es una de las formas serias de la malnutrición por falta de proteínas y energía (MPE). Se observa a menudo en niños de uno a tres años de edad (pero puede aparecer a cualquier edad) que tienen una dieta por lo general baja en energía y proteína y también en otros nutrientes. A menudo los alimentos suministrados son principalmente carbohidratos. El kwashiorkor es común que se asocie con enfermedades infecciosas, que, inclusive, lo pueden precipitar. La diarrea, infecciones respiratorias, sarampión, tos ferina, parásitos intestinales y otras entidades clínicas son causas habituales subyacentes de MPE y pueden hacer que los niños desarrollen el kwashiorkor o el marasmo nutricional. Estas infecciones por lo general producen pérdida del apetito.

Aflatoxina: son micotoxinas producidas en pequeñas concentraciones por hongos en cultivos agrícolas.

Emaciación: se trata de un adelgazamiento patológico. También conocido como síndrome consuntivo. Es la pérdida involuntaria de más del 10 % del peso corporal (particularmente de masa muscular) y de por lo menos 30 días ya sean de diarrea o de debilidad, y fiebre.

Crónica Uno

Los comedores solidarios sobreviven en medio de la pandemia (y IV)

Mabel Sarmiento @mabelsarmiento

Hay comedores, 6 de cada 10, que cocinan con leña. Otros 150 están por cerrar porque ya no les llegarán las donaciones. Aún así, mantienen extendido el brazo solidario. Los platos que sirven son el primer y quizás único bocado de muchos niños de bajos recursos.

Caracas. En la carretera vieja Caracas-La Guaira el único comedor que hay es el de Alimenta la Solidaridad. En Cochecito, también en el municipio Libertador, está uno de la organización Ciudadanía sin Límites; en El Valle, en Altagracia y San Martín hay unos en manos de las monjas; en Santa Rosalía la comunidad organizada mantiene otra mesa solidaria, y así se han regado por todo el país los brazos de ayuda para mitigar el hambre. Todos administrados y mantenidos por terceros, ninguno dependiendo del Estado. Sobreviven en medio de la pandemia.

Son innumerables las experiencias comunitarias e individuales que están ayudando con un plato de comida. Alimentos que quizá no resuelven por completo el tema del hambre, pero que por lo menos mitigan los estragos causados por la falta de nutrientes.

El hambre en el contexto

Venezuela sufre una crisis que tiene severo impacto en la salud y en la alimentación. En este contexto, 26,1 millones de personas están afectadas por la emergencia humanitaria compleja (91,4 % de la población) debido a las dificultades para acceder a los alimentos y otros servicios básicos. Muchos ciudadanos sobreviven en medio de la pandemia.

De esta población, 17,5 millones de personas (61,3 %) han perdido medios de vida, incluyendo activos, recursos y actividades económicas para ganarse la vida, según el Informe nacional de seguimiento a la Emergencia Humanitaria Compleja en Venezuela presentado en marzo de este año, justo al inicio de la pandemia, por HumVenezuela.

Estas circunstancias de desventaja social y económica —se lee en el mismo informe— se manifestaron en 30 % de desnutrición crónica en menores de 5 años, expresada en el retardo del crecimiento que mide el indicador talla para la edad.

Igualmente, las variaciones en alza de los déficits nutricionales observados en evaluaciones, estudios y proyecciones desde 2016 y 2017 hasta 2019, muestran que la desnutrición aguda global (GAM) pudo haber alcanzado 23,9 % en menores de 5 años en el ámbito nacional, afectando en mayor proporción a la población entre 0 y 2 años; y que en 2019 se registraron 31 menores de 5 años fallecidos por cada 1000 nacidos vivos y 18,3 muertes de recién nacidos por cada 1000 nacidos vivos, debido también al colapso del sistema sanitario público y la inoperatividad de sus servicios de atención nutricional, de acuerdo con el Observatorio Venezolano de la Salud (OVS).

La malnutrición en embarazadas también superó 50 %, ofreciendo evidencias de que vivir en inseguridad alimentaria afecta particularmente a los grupos más vulnerables, así como la vida, crecimiento y desarrollo de los niños y niñas más pequeños.

Además, hoy en día 52,25 % de los pensionados y jubilados, según una encuesta aplicada por la Intersectorial de Pensionados y Jubilados, no come vegetales ni frutas.

Comedores cuesta arriba

Y todos estos problemas, todas estas cifras y porcentajes, se observan claramente en las comunidades de escasos recursos, donde campea el desempleo, y en las cuales el primer bocado, tal vez el único que hacen en el día los niños en edad escolar, es el plato que pone en sus mesas un comedor solidario.

Pero para estas experiencias el reto no solo es alimentar al que está desvalido, sino sortear las dificultades generadas por el creciente deterioro de la economía y la fragilidad del entorno social, político e institucional del país.

Hablamos no solo de la contracción económica y de la hiperinflación sostenida durante estos tres años que desapareció el salario y afectó los ingresos; sino también del colapso de los servicios públicos que, durante la pandemia, han afectado severamente la calidad de vida del venezolano.

Roberto Patiño, ingeniero de producción y cofundador de Caracas Mi convive y de Alimenta la Solidaridad, dijo que ya tienen 240 comedores en 14 estados del país, y que por la escasez de gas doméstico 6 de cada 10 cocinan con leña.

Solo en el área metropolitana hay casi una veintena de comedores distribuidos en 11 comunidades de la ciudad, desde que iniciaron el programa en julio de 2016. Y aunque han servido más de 300.000 almuerzos a los niños inscritos en el proyecto en Miranda, Anzoátegui, Lara, Carabobo, Aragua, Portuguesa, Vargas y Mérida, el problema que se les viene encima es por la falta de gas, de agua y electricidad.

Están usando leña, con lo grave que es eso para el ambiente y para la población. Además, la tala y la quema están afectando los suelos. Ya vimos el suceso lamentable ocurrido en El Limón, donde tenemos un comedor. Al tumbar los árboles se debilita la tierra y son propensos a deslaves.

A la par, comentó, tienen dificultades para conseguir las bombonas. Ha tenido reportes de cilindros dañados y de explosiones, situación que aumenta la vulnerabilidad, principalmente de la población infantil.

Sin embargo, el programa no se ha suspendido. Este año comenzaron con 11.000 niños inscritos y para el cierre de año estiman dar comida a 18.000 más.

Durante la pandemia aumentó la demanda. 75 % de nuestros colaboradores nos refieren que en sus comunidades siempre reportan que se quedaron sin empleos y eso hace a los niños más vulnerables, por eso el reto y el esfuerzo es mayor”, comentó.

Flor Pérez, enfermera del J. M. de Los Ríos, es una de las que lleva a sus hijos a un comedor de Alimenta la Solidaridad, ubicado en la carretera vieja Caracas-La Guaira, y es por ese plato diario que ven las proteínas.

“En ese comedor además nos han enseñado a preparar alimentos con más nutrientes y eso ha sido un alivio”, dijo.

Según Patiño, los comedores van acompañados de jornadas de salud, sobre todo con el trabajo antropométrico, para medir la evolución de los infantes. También orientan a la población para que mida talla y peso y haga seguimiento a los casos.

“Y sí hemos tenido impacto”, indicó, al tiempo que contó que hace dos años en una comunidad de la parte alta de la parroquia La Vega, una de las vecinas voluntarias levantó un censo del estado nutricional, «pues pretendíamos poner un comedor y la amenazaron con quitarle la caja Clap».

Su hijo de dos años murió por desnutrición y justo este miércoles 18 cuando estábamos en la zona ya con el comedor abierto la vimos, está embarazada y su otro niño bastante recuperado.

Peligran las donaciones

Ciudadanía Sin Límites, a cargo del exconcejal Jesús Armas, tiene siete comedores en las parroquias Coche, el Valle, San Juan, La Pastora, La Vega (dos) y en El Paraíso.

Son 700 niños los que se benefician con este aporte nutricional.

Pero tenemos recursos hasta diciembre, después creo que tenemos que cerrar. Estamos tratando de conseguir apoyo con la ONU y otra organización, pero eso va muy lento”.

De los niños, cuando comenzaron con este trabajo hace dos años, 30 % tenía un cuadro de desnutrición leve. A la fecha solo 3 % tiene esa falla clínica.

Al igual que en los mesones de Alimenta la Solidaridad, ayudan con medicamentos y suplementos nutricionales a los cuadros de salud más comprometidos.

Foto: José Camacho

En el caso del comedor La Bendición de Las Tres Torres, en la parroquia Coche, que forma parte de Ciudadanía Sin Límites, su coordinadora, Ingrid Rodríguez, comenzó a recaudar donaciones en la comunidad para poder preparar bollitos y dulces para vender. Con ese dinero compra insumos para los almuerzos. “La idea es seguir apoyando y no cerrar. 100 niños dependen de este plato diario y ahora vemos que sus madres también están necesitadas”.

Contar de terceros

Es una angustia para los promotores de estos planes sociales, pero lo es más para las familias que no pueden llenar las despensas. Adriana Aguilera, ex concejal metropolitano, recogió varios testimonios de familias pasando hambre en el sector Las Torres de La Vega, y cuando bajó del cerro dijo que tenía que hacer algo.

Envió cartas y solicitudes a varios políticos, pero las respuestas fueron tardías y nada alentadoras, así que decidió imitar lo que hace la mayoría que quiere ayudar: pedir apoyo por las redes sociales.

Ya le han llegado algunos insumos y durante los próximos días hará entrega de la recolecta. Una labor que se repite en numerosas comunidades y entre muchos héroes anónimos y organizaciones no gubernamentales.

Lo anterior es una muestra pequeña de las experiencias comunitarias que se multiplican. En Petare, llamado el barrio más grande de Latinoamérica, hay varios puntos en San Isidro, en José Félix Ribas, en Caucagüita. En Catia, hay en Casalta, operados por la misma comunidad. En El Valle, como se informa al principio, hay varias organizaciones civiles, también está la red de Fe y Alegría e instituciones religiosas como la iglesia Santa Capilla, La Milagrosa, o experiencias individuales de mujeres que decidieron dar comida a cinco o seis niños, como ocurre en Baruta.

Del Estado, específicamente los dependientes del Instituto Nacional de Nutrición, que transformó los comedores populares en centros de dietética socialista, abundan pocos en Caracas.

Para mayo de este año, el gobierno que administra Nicolás Maduro hablaba de tres centros de producción ubicados en el Hotel Alba Caracas, comedor hotel popular Olga Luzardo y Hotel President, donde se estaban haciendo 4968 comidas diarias. Mucho menos de la cobertura que tienen los comedores de Alimenta la Solidaridad, por citar un caso.

Igual, tienen escuelas pilotos donde dan almuerzos a los estudiantes, adultos mayores y personas con discapacidad, pero la calidad nutricional dista de los parámetros mundiales: son bajos en hierro, calorías y proteicos.

Pero no se trata solo de visibilizar las cifras del hambre y su contexto, sino también a las organizaciones que, con su trabajo de hormiguita, procuran ayudar para que el venezolano tenga mejor calidad nutricional. Para quienes requieran ayuda o estén interesados en colaborar, enumeramos algunas instituciones:

  • Cania: El Centro de Atención Nutricional infantil y al adolescente brinda orientación sobre la malnutrición, dirigida a los niños y adolescentes menores de 18 años que presentan deficiencia calórico-proteica, y a embarazadas. Trabajan haciendo una evaluación interdisciplinaria. Entre 2017 y 2018 atendieron en consultas individuales a 3108 personas, realizaron 19.895 exámenes de laboratorio y radiodiagnósticos, 933 actividades grupales, 4742 consultas ambulatorias, atendieron a 903 niños y representantes en seminternados; para un total de atención durante ese lapo de 5195 niños, adolescentes y embarazadas con malnutrición. Este centro está ubicado en la calle El Algodonal cruce con avenida intercomunal de Antímano. Teléfono: 0212-4714848.
  • Cáritas: Es una institución sin fines de lucro de promoción y asistencia de la iglesia católica, con enfoque en los servicios comunitarios de forma cercana. Tiene programas de salud integral, promoción humanitaria, de gestión de riesgo y ambiente, de movilidad humana, de justicia y paz, de ayuda humanitaria, penitenciaría. Hoy en día son 412 Cáritas parroquiales y 30 Diocesanas en todo el país. Esta organización lleva la batuta de los estudios sobre nutrición y desnutrición. Entre mayo y junio entregaron 800 kits de alimentos en cada diócesis, más de 20.000 litros de alimentos al final de la jornada.
  • Fundación Bengoa: La Fundación José María Bengoa para la alimentación y nutrición es una organización social sin fines de lucro, de acción pública, creada en el año 2000 por profesionales, investigadores y científicos venezolanos que promueven y desarrollan estrategias y acciones para mejorar la alimentación y nutrición de los venezolanos, en especial los grupos más vulnerables de la población: niños y mujeres. Está para construir respuestas colectivas de acción contra el hambre y la desnutrición, para enfrentar con las comunidades las consecuencias de la crisis en la alimentación y para apoyar la formación y actualización en alimentación y nutrición de profesionales, docentes, organizaciones sociales y comunidades. Hace monitoreo del estado nutricional de los venezolanos e informa a los organismos competentes y a la colectividad la presencia de síntomas de alerta. En su página web fundacionbengoa.org tiene programa nutricional de apoyo a las familias.
  • Mi Gota de Leche (programa de lactancia materna del J. M. de Los Ríos): en Venezuela existen varias organizaciones públicas y privadas, que trabajan arduamente en la promoción, protección y apoyo a la lactancia natural, fomentando esta práctica entre la población, entre ellas se destaca Mi Gota de leche, fundada en febrero de 2002, que constituye un servicio especializado de asistencia, promoción y de capacitación en lactancia materna, dirigido por la doctora Evelyn Mercedes Niño, médico-pediatra y gastroenteróloga, quien desde 1990 ha venido trabajando en la asistencia de los infantes con trastornos nutricionales y quien desde el año 2000 se ha dedicado activamente y casi de forma exclusiva a la Consultoría en Clínica de Lactancia Materna. Este servicio está cerrado debido a la pandemia.

Tomado de Crónica Uno

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