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Ciudad marginal | Por Claudio Zamora

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En Venezuela la palabra marginal tiene un significado muchos más amplio y variado que lo que señala el diccionario, además de estar al margen, orilla o ser secundario, aquí ser marginal es quizás el peor insulto que puede escuchar una persona que lucha por aparentar nivel y elegancia. La marginalidad no se encuentra asociada con la condición económica, en todos los niveles de clases sociales se encuentran marginales y parece increíble que los más notorios son los de clase alta porque son más llamativos, esos pavitos que andan en un machito con miles de dólares en sonido y se quieren parar en cualquier sitio público o meterse hasta la orilla de la playa de retro y contaminar con sus altos decibeles la tranquilidad de todo el balneario, son tan o más marginales que el pelabola que se pone un pantalón de gabardina una chemisse desteñida con corbata y unas cholitas sapitos para ir de padrino a un bautizo. Lo marginal es toda una cultura, se encuentra insertada en los barrios, aldeas, urbanizaciones y nunca falta alguien que haga gala de su marginalidad como una marca de fábrica y de ser venezolano, como no hay algo más marginal que emigrar con el malvado bolsito tricolor que regala el gobierno o con una franela del Magallanes, pero eso es tema de otro artículo de la marginalidad de los deportes. Me crie a mucho orgullo en un barrio marginal, anduve la mayor parte de mi niñez y adolescencia descalzo y sin camisa en la calle, así jugaba futbol, gomita, chapita, tumbaba mangos, cocos, pumalacas, nísperos y cuanta vaina se pudiera comer, en mi barrio casi todas las casas eran de bloque sin frisar, techo de zinc y piso de cemento pulido, se aplicaba una cera como tempera y a punta de trapo quedaba el piso brillante, los baños estaban alejados de la casa y sobre el pozo séptico mucho antes de existir las cloacas, eran múltiples servían para hacer las necesidades, bañarse y hasta como vestidor, pocas casas tenían carro y las pocas que los tenían, eran el carro del pueblo porque atendían las emergencias de toda la cuadra de sobremanera los enfermos y parturientas. La gente humilde era consciente de sus limitaciones, hacían fiestas, claro que sí, pero conforme a sus modestas posibilidades, una torta burrera, algunos refrescos y el infaltable pelao de pollo, las primeras cervezas o palitos de ron eran por cuenta del anfitrión y de ahí para adelante todo era a punta de vaca esa famosa colecta pública donde por ironía el que menos pone es el que más toma. Pero la gente era consciente de su nivel y nunca se excedía de sus límites. En cambio el marginal no sabía discriminar y por ejemplo celebraba los 15 años de su hija en un patio de tierra, con un conjunto bailable, con un cotejo de damas y caballeros, con agencia de festejos y con mesas y sillas hasta en la acera, juego de luces y maquinas de humo, y todo el mundo orinando en el mismo excusado o meando detrás de las matas, eran tan marginales que tu no sabias si alquilar un smoking, ponerte un liquiliqui o llegar con la ropa de andar en la casa. Ayer me acorde de estas marginalidades cuando el Alcalde y Gobernador presentan con bombos y platillos un espectáculo que recorre Venezuela con artistas urbanos de segunda y tercera línea, para el cual cierran una de las principales avenidas, instalan una enorme tarima para presentar el espectáculo de manera gratuita, que alguien tendrá que pagar porque todo ese despliegue no es regalo de la suerte, en el marco de la Feria del Orinoco, como esas familias marginales nuestra querida Ciudad es un gran basurero, no hay una sola calle que este en buen estado, el sistema de transporte es casi nulo, los servicios de luz, agua, internet y seguridad en el suelo y a nuestros marginales gobernantes no se les ocurre algo mejor que montar una fiesta sobre el desastre que tienen de Ciudad y bajo la mirada de los zamuros que revolotean sobre la basura. Después de la intoxicación viene la resaca. Seguiremos conversando. [email protected]