Un videojuego atado a una criptomoneda paga bien a quien tiene la paciencia de dedicarle muchas horas. Pero, ¿cuán sólida es esta alternativa de ingresos?

Por Daniela D’Santiago

Entro a un grupo de Telegram con unas mil quinientas personas online. Una vez que termino de leer los comentarios fijados —en donde suelen poner instrucciones y reglas de comportamiento para la comunidad— me doy cuenta de que el tráfico ha aumentado en por lo menos doscientas personas más en los últimos cinco minutos. El chat avanza a una velocidad vertiginosa, con usuarios haciendo preguntas que varios bots responden automáticamente. Las dudas suelen ser siempre las mismas:  “¿cómo fondeo mi wallet?”, “¿dónde swapeo el token?”, “¿ya terminó el airdrop?”, “¿a qué hora empieza la nueva actualización?”, escritas en inglés, tagalo, portugués y español.

Es un grupo de jugadores de un juego vietnamita de  dragoncitos virtuales que hay que combatir sin parar, una tarea bastante simple y repetitiva. Es un juego de estética arcaica, sin ni siquiera gráficos en 3D, cuando ya estamos viviendo en la era de la realidad aumentada.

¿Por qué tanta agitación? 

Simple: cada vez que das clic y envías a tu dragoncito a pelear —por un minuto aproximadamente— obtienes dinero. Bueno, en realidad obtienes una fracción del token nativo del juego que, cuando se acumula lo suficiente, puede cambiarse por criptomonedas. Este juego del que hablo está construido sobre la misma red criptográfica que sostiene una criptomoneda alternativa o altcoin, Ethereum, de modo que cada vez que alguien juega, mina recursos desde allí. Cada dragón es, a su vez, un NTF (Non Fungible Token) creado sobre esa misma tecnología. Son únicos, irrepetibles y también valen dinero.  

En los grupos de Telegram y Discord, es común ver a la gente enloquecida cuando hay un evento airdrop. En estos eventos, se hace una repartición gratuita de criptomonedas o tokens a la comunidad. Los moderadores del grupo piden calma y avisan que este está a punto de terminar. Dicen que quienes ingresen en los próximos cinco minutos obtendrán un NFT gratis para poder comenzar a jugar. Todos esperan entonces el conteo como si fuera año nuevo. Cuando el reloj marca la hora exacta (11:00 PM), presiono F5 para recargar el home. De inmediato aparece una pantalla de error. Han entrado tantas personas al mismo tiempo que se derrumbó el servidor. La plataforma no resistió la avalancha de usuarios desde cinco países diferentes. 

Let’s move on. Salto de Telegram a Discord —la plataforma base de las comunidades gamer— y me doy una vuelta por los canales de actualizaciones de juegos NFT, proyectos en desarrollo, algunos servidores de los autodenominados gurús del crypto gaming, efusivos streamers de Twitch, y meticulosos curadores de contenido sobre cripto en YouTube. En los comentarios, siempre logro distinguir entre los emojis y emotes la banderita de Venezuela. 

La tribu venezolana dentro de todos estos grupos, foros y chats es bastante grande, y compite directamente con comunidades como la filipina, la vietnamita y la argentina, que también vienen de países que han ido adoptando la tecnología blockchain como una alternativa para combatir la inflación, los malos sueldos y las malas políticas económicas. 

Pareciera que los juegos basados en NFT son la siguiente gran noticia que genera FOMO (fear of missing out, miedo de perderse la diversión) en el mundo crypto

Sin embargo, y desde mi punto de vista, también está pasando otra cosa. 

La tormenta perfecta

Creo que debo aclarar, para empezar, que la cultura de las criptomonedas y los NFT es bien compleja y, aunque no soy analista ni especialista en el tema, sostengo que —para evaluar el impacto de una tecnología en una comunidad— hay que observar qué utilidad se le da con el tiempo. 

Cuando a principios de año comenzó todo este boom de los NFT, lo primero que vimos en las noticias fue a excéntricos influencers americanos hacer compras millonarias de avatares, cartas e imágenes digitales que, como los artículos de colección tradicionales, valían más o menos según su rareza, número y creador. Ese consumo de NFT creó algo así como nuevos símbolos de estatus en internet —recordemos que todos estábamos encerrados en nuestras casas debido a la alerta sanitaria— y  algunas publicaciones comparaban el tener el avatar de un mono aburrido con presumir un auto deportivo o comprar zapatos de colección.

Entonces, al otro extremo de la misma mesa, aparecieron los juegos play2earn, levantados sobre las principales redes blockchain que —con su estética de principios de siglo y sus dinámicas repetitivas— prometían a sus jugadores un pedacito de ese mundo del que tanto hablaban Elon Musk y demás profetas del mañana.

La premisa es simple: haces una inversión inicial comprando algunos NFT del juego —personajes, cartas, muñecos— y al jugar algunas horas todos los días, vas recogiendo tokens que, como fichas de un videojuego arcade, puedes cambiar por criptomonedas. 

Para el común de los aficionados esto no parecía muy atractivo al principio, pero pronto entendimos que los usuarios de estos juegos estaban en otra parte, en países en vía de desarrollo, y que no tenían miedo a pasar horas y horas “farmeando”, jugando y compitiendo por fracciones de Ethereum, Matic o Wax. Venezuela, sin duda, lidera los puestos de ese ranking

La cultura del farmeo en juegos de video lleva años siendo una alternativa al rebusque cotidiano de miles de jóvenes en el país. No nos engañemos, farmear es un trabajo lento y tedioso que consiste en extraer recursos para luego venderlos a jugadores que quieran avanzar más rápido. Es un trabajo sucio, pero alguien tiene que hacerlo. En juegos como Runescape, ha habido movidas realmente importantes, en donde miles de farmers venezolanos han logrado conquistar por completo el mundo virtual al ponerse todos de acuerdo. 

Otro factor importante es que las criptomonedas han ido poco a poco calando en la diezmada economía de Venezuela. Pese a la desconfianza que generó esta loca idea estatal de crear una moneda centralizada como el petro —llegando hasta el punto de coaccionar a las personas para que le den un uso, el que sea—, los ciudadanos se adaptaron a hablar de wallets, bitcoins, satoshis, faucets y exchanges, como se habla de Zelle o BofA en la calle para pagar por bienes o servicios, o incluso para recibir remesas y proteger ahorros. El FUD (miedo, incertidumbre y duda, por sus siglas en inglés: Fear, Uncertainty and Doubt) que hay alrededor de las criptos en otros lugares, debido a que son altamente volátiles, se disipa cuando vives en un país con una hiperinflación que, a estas alturas, ya no hace levantar las cejas a nadie.  

Según un informe de Chainalysis, en 2020 Venezuela se encontraba ya en el tercer puesto en términos de adopción de criptomonedas, solo por debajo de Rusia y Ucrania, y peleando lado a lado con Estados Unidos. Si lo pensamos bien, tal vez estemos frente a una nueva dinámica económica, donde comunidades organizadas de gamers locales ingresan a competir en masa en un mercado con el que ya están familiarizados. 

Otro factor a tener en cuenta es que los juegos de NFT se ejecutan desde el navegador y no requieren computadoras o teléfonos muy potentes, cosa que es conveniente para un país con una brecha tecnológica enorme y donde la mayoría de las personas no ha renovado equipos desde por lo menos 2018. 

Todo apunta a que Venezuela es un terreno fértil para estos juegos. Pero hay preguntas inevitables: ¿cuánto se gana? ¿Es verdaderamente rentable? ¿Es escalable o es pura paja piramidal?

La gallina de los huevos de Ethereum

Vuelvo a los grupos de Telegram y Discord. Ando en busca de algunos testimonios de jugadores que lleven tiempo en esto y me puedan comentar si lograron hacer dinero como lo prometieron los pontificadores de TikTok, o si es todo una burbuja a punto de explotar.

Pregunto en el primer grupo y los administradores me vetan sin contemplaciones. Hago lo mismo en el segundo, y quedo expulsada de nuevo. No deja de asombrarme tal nivel de hostilidad. Llego a un tercer grupo y me hacen pasar por un bot “antibrujas” para comprobar que no soy “un zamuro”. Da igual, nadie quiere hablar. Todos afirman que soy una estafadora, que me mandó el gobierno, que quiero escribir un artículo clickbait

Aunque a nadie le asusta la volatilidad de los mercados, el temor y la desconfianza por quien hace demasiadas preguntas es algo tangible en los grupos con nuestra banderita tricolor. Entro al servidor de Discord de un youtuber argentino y grito haciendo eco en la cueva: “¿algún venezolano en casa?” Me responden tímidamente un par de usuarios, y por fin logro mi primera conversación por mensaje privado.

El sujeto en cuestión me pide inmediatamente mis credenciales de prensa, el Twitter de mi editor, y el nombre del medio para el que trabajo. “Es Venezuela. Uno nunca sabe con quién habla, me dice”. Yo le soy honesta y le digo: “Mira chamo, no soy periodista, solo hago una pequeña crónica sobre esta movida porque soy muy nerd y amo estas cosas”. Se relaja y comenzamos a charlar. Me dice que lo llame Matu; tiene unos 40 años, vive en el centro occidente del país, y está metido de cabeza en el mundo NFT. “Yo comencé investigando un montón, y cuando estuve listo para invertir, me dio covid-19. Eso me descapitalizó por completo, ya que aquí el asunto de la salud es absurdamente caro. En medio de eso, decidí apostar mi último cartucho a CryptoBlades y fue todo un éxito. Nadie esperaba que pegara el pelotazo.” 

CryptoBlades es un juego similar al de los dragoncitos que describí al principio: tienes un caballero que envías a pelear cada tanto tiempo dando clics y ganando recompensas. El asunto es que, de la noche a la mañana, el token nativo del juego pasó de valer 5 dólares a 184. Generó ganancias estratosféricas a quienes estaban dentro “holdeando” la moneda —esperando a que suba en valor para cambiarla— y poder comprarse una pizza a fin de mes. “A partir de allí entré en todos: Axie Infinity, Zoo Crypto World, Plant vs Undead, Polkamon, My Defi Pet, Dragonary y estoy pendiente de juegos como Mist, Mirandus y Guild of Guardians”, afirmó orgulloso. 

Hablamos sobre cómo algunos de estos juegos son parecidos a una lotería ya que, como muchos aún siguen en desarrollo, pueden subir muy alto y generar rentabilidad o caer en el pozo si algún hacker sabotea el sistema o se caen los servidores. “Son juegos de mucho riesgo, que conllevan mucho estrés, sumado a que te puede fallar la luz o el internet de un momento a otro, pero vale la pena”. La mayoría de estos proyectos en fase de desarrollo tienen un rendimiento promedio de 30 a 750 dólares mensuales, y los más sólidos ya se han vuelto la fuente principal de ingresos para muchas personas. “El rey de todos estos juegos es Axie Infinity; este proyecto tiene partners muy importantes. Axie tiene inversores como Mark Cuban, Samsung, Binance Exchange, entre otros… Yo creo que son personas que al invertir su dinero y poner la cara para un proyecto es porque le ven futuro”.

Axie Infinite es, por ahora, el santo grial de los juegos NFT. Su modelo parece rentable a largo plazo. Eso sí, la inversión inicial es de las más caras: para entrar debes invertir entre 1.500 y 5.000 dólares en un equipo de tres Axies para poder jugar, con la promesa de recuperar la inversión en un par de meses. Filipinas fue el país que se encargó de hacerlo popular ya que, durante la pandemia, fue la fuente de ingreso de cientos de familias vulnerables. Hasta ahora el juego ha generado más de 900 millones de dólares en volumen de transacciones, tan solo el mes pasado, y el token de gobernanza del juego se ha disparado a máximos históricos, con casi 900.000 usuarios activos diarios. Ya que es una comunidad tan grande, los desarrolladores propusieron una alternativa para que la base de jugadores no se derrumbara por los elevados costos de sus assets: un sistema de “becas” donde usuarios que ya tienen varios equipos de Axies básicamente subarriendan sus criaturas para que otros farmeen por ellos. La idea es que con el tiempo todos puedan hacer el dinero suficiente para comprar sus propios muñequitos. Sin embargo, algunos especialistas advierten que este esquema de negocio es bastante frágil y se puede prestar para diferentes tipos de  estafas y abusos.

Al investigar sobre grupos o personas venezolanas que otorgan becas de este juego, no logré conseguir mucha información.

Una nueva ola de mini-influencers-nerds-locales posicionan sus marcas rifando becas para Axies y ofreciendo “oportunidades de trabajo” en el mundo virtual si te unes a su comunidad. Posicionan hashtags, hacen directos y van engrosando una larga fila de seguidores con peligrosas promesas de ganancias exorbitantes.

¿Dónde he visto esto antes? ¿Es una especie de cryptopopulismo? ¿De criptoreligión? Intento contactar a algunos de sus evangelistas, pero nadie quiere responder preguntas ni hablar de finanzas.

Matu me confiesa casi al finalizar la conversación: “Te voy a decir algo, yo vengo de trabajar once años en la industria petrolera y me tocó entender que el mundo está cambiando. Que uno tiene que hacer como el ratón del libro ¿Quién se ha llevado mi queso? En estos once años, he pasado de trabajar en la empresa número uno del país a contemplar las ruinas que quedaron de ella. He visto gente apegada a la empresa, así no tuvieran nada que comer en sus casas, tal vez por amor a lo que una vez les dio de comer, tal vez lealtad, tal vez esperanza de que mejorara, no lo sé. Todavía pienso en mis antiguos compañeros que siguen allí, y me da sentimiento; siguen aferrados a un puesto. Yo, personalmente, veo los juegos NFT como una alternativa muy amigable para hacer dinero desde casa, sin exponerse a los peligros de la calle, sin exponerse al covid”.

Al final del día, en los grupos venezolanos, la gente se despide. Como es de noche, se aproxima el amanecer filipino y, al otro lado del mundo, los jugadores se despiertan a farmear también, lo que pone a los servidores lentos. Es indudable que este escenario se convertirá poco a poco en algo cada vez más habitual entre los venezolanos. Yo, mientras tanto, compro algunas plantitas NFT, esperando que si las riego lo suficiente me den algunos criptofrutos.