En la madrugada del 25 de agosto de 2012 una explosión en el Complejo Refinador de Amuay sacudió para siempre a la industria petrolera y a los venezolanos que vivieron de cerca la tragedia: han pasado nueve años y no se ha aclarado el número de víctimas: una versión dice que murieron 47 personas y otra que fueron 70. La única certeza es que se trató de algo que no debió ocurrir
Jesús Piñero
Aunque la fuga de gases fue detectada mucho antes, la explosión pareció sorprenderlos a todos. En especial a la alta gerencia del Centro de Refinación de Paraguaná que siempre ignoró el riesgo. No era algo inusual: Amuay, la refinería planificada por el gobierno de Isaías Medina Angarita en los años 40 e inaugurada el 3 de enero de 1950, llevaba años deteriorándose. La falta de mantenimiento era evidente, y más en esos meses porque la atención estuvo centrada en la enfermedad del presidente y en su reelección.
El desastre se había postergado porque los fuertes vientos que soplaban en la península, al norte del estado Falcón, disipaban las olefinas por toda el área.
Pero la noche del viernes 24 de agosto de 2012 los vientos se calmaron. No había dispersión atmosférica ni esparcimiento de la fuga de gas. Las condiciones estaban dadas para que un desastre ocurriera.
Y así pasó a la 1:07 am del sábado 25 de agosto de 2012: una explosión, seguida por una onda expansiva, sacudió al Complejo Refinador de Amuay y produjo la muerte de 47 personas, una cifra que aun no se confirma, pues otras fuentes aseguran que el número asciende a los 70 fallecidos y cinco desaparecidos, aparte de los 150 heridos.
Los daños materiales fueron estimados en 2.200 millones de dólares. La gerencia de la empresa dijo que trató de un sabotaje.
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La semana siguiente los reportes e informes sobre lo ocurrido no tardaron en llegar. Muchos provenían de expertos fuera de PDVSA que conocían la situación de la industria.
Las primeras luces sobre las causas vinieron del Risk Management Group (RMG), una aseguradora independiente que criticó las operaciones llevadas a cabo en la refinería, cuya gerencia confió en la dispersión del gas con el viento: “Luce que operacionalmente se decidió mantener el equipo en operación para mantener la producción, confiando en que el viento dispersaría los vapores”, dice una de las láminas de la presentación que la aseguradora presentó el 5 de septiembre de 2012.
Seis meses antes, el reporte “Risk Improvement Recommendations Update” presentado por la aseguradora QBE Marine and Energy Syndicate, dejó ver el escaso interés de PDVSA por la seguridad y el mantenimiento de sus espacios. Olga Valdez, especialista en el área de seguridad, escribió al respecto: “En el 2011 hubo 222 incidentes reportados, incluyendo aprox. 100 incendios, muchos de ellos fueron en trincheras contaminadas. A pesar de que hay un buen procedimiento de investigación de incidentes, estamos decepcionados por lo poco que se ha progresado (…)”. Pero estos especialistas no fueron los únicos alertar sobre la grave situación de la industria petrolera venezolana.
The Economist también informó antes. Después del paro petrolero de 2002, en las refinerías iniciaron los problemas: el nuevo personal y sus gerencias no estaban capacitadas. Más de 20.000 trabajadores, supervisores y gerentes fueron despedidos en 2003. Las vacantes las ocuparon los dirigentes y militantes del partido de gobierno, con Rafael Ramírez a la cabeza. PDVSA se convirtió en la mayor financista de la revolución. En febrero 2012, The Economist advirtió los resultados: “Una cuenta completa del último derrame está muy lejos. Sin embargo, José Boadas, el jefe del sindicato petrolero, mencionó la falta de mantenimiento y la corrupción”.
Otro medio internacional que atendió el desastre fue Global Barrel, en un artículo publicado el 30 de agosto de 2012. Se trata de una fulminante crítica hacia a la administración de la refinería, que lleva por título: “Amuay refinery disaster: Syrian naphtha & Chavez’ petroleum revolution in flames”. El autor, Thomas W. O’Donnell, escribió: “Este es el peor desastre en la historia moderna petrolera de Venezuela y uno de los peores accidentes alrededor del mundo. Esta semana, en toda Venezuela, el presidente Chávez y el liderazgo de PDVSA han sido objeto de fuertes críticas e indignaciones públicas”.
No obstante, la tragedia no influyó en los resultados electorales.
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A comienzos de 2003, Rómulo Estanga siempre revisaba las listas de despedidos de PDVSA que publicaban los periódicos. El día que se encontró en una, supo que hasta allí había llegado su tiempo en la industria petrolera. Fueron casi tres décadas de trabajo, desde antes de la nacionalización.
Estanga, quien es ingeniero químico graduado de la Universidad Central de Venezuela, se había desempeñado en el área de refinación y conocía muy bien cómo funcionaba el proceso. Sin embargo, al nuevo gobierno no le interesaba el tiempo ni la meritocracia. Chávez quería trabajadores fieles, gerentes al servicio del proyecto revolucionario y punto.
En el libro ¿Quién destruyó PDVSA?, coordinado por Gustavo Coronel y Sergio Sáez, y publicado recientemente por la Editorial Dahbar, el ingeniero Estanga analiza y hace recuento de lo ocurrido en Amuay.
—¿Fue la tragedia de Amuay el Chernóbil del chavismo?
—No sé si fue nuestro Chernóbil, pero el caso de Amuay fue sin duda un signo de todo lo que iba a venir, de lo que nos esperaba. La situación de mantenimiento en toda PDVSA era gravísima. Había deficiencia en todos los sentidos. Amuay fue un ejemplo de eso. Tú revisas los reportes y te das cuenta de los problemas que había, de la falta de seguridad en las plantas y refinerías. Estaban siendo exprimidas sin mantenimiento. Hoy en día son unas refinerías que no son refinerías realmente, que no dan los productos para suplir ni siquiera el mercado interno del país, imagínate eso. No hay operatividad al 100 por ciento. Solo operaciones básicas, nada confiables.
—PDVSA habló de un sabotaje. ¿Cuál era el argumento de esa tesis?
—Ninguno. Ellos hablaron de sabotaje en un informe sin ningún tipo de principio profesional que explicara lo sucedido en Amuay. Es un informe amañado. Lo lees y no entiendes por qué decían eso, aunque estábamos en año electoral y sabemos cómo es su capacidad de manipulación en todos los sentidos. Nosotros, los del área de petróleo, formamos un equipo de trabajo con gente de diferentes disciplinas, para buscar información con algunos de los contactos que teníamos dentro. Así fue que llegamos a la conclusión que al final coincidía con lo que decían los medios internacionales. Pero no sabemos más de allí. Acceder hoy a más información es muy difícil ya. PDVSA ni siquiera siguió las recomendaciones que se hicieron. Es más, ni contrató a ningún ente externo, cuando esas auditorías son muy necesarias.
—Más allá del impacto que trajo para la industria petrolera venezolana, ¿qué significó la tragedia de Amuay en otros ámbitos?
—Muchísimo. Amuay cambió muchas cosas. Aunque el daño ambiental que se hizo en la refinería es poco en comparación al que se ha hecho en el país, las fugas de catalizador por las chimeneas de Amuay y Cardón continúan. Ahora, a nivel internacional, no sucedía una tragedia así desde hacía mucho. El caso de Amuay es extraordinario. Si profundizas en las causas te das cuenta de que fue un delito, un crimen. Que se pudo evitar si hubieran hecho los protocolos de operación y mantenimiento, si hubieran mantenido los sistemas de alarma operativos o los sistemas contraincendios. Fue un crimen lo que pasó allí. El problema sigue porque no están interesados en resolverlo. A esta gente no les interesa que las cosas se hagan bien, nada.
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En la actualidad, Amuay se encuentra militarizada. No hay acceso a sus instalaciones. Se desconoce el estado de sus maquinarias y plantas. Pero es evidente que están deterioradas. El ambiente desolador en sus adyacencias es prueba de ello.
Ha transcurrido casi una década de aquella catástrofe que marcó un antes y un después dentro de la industria petrolera venezolana. Y a eso, precisamente, apunta el artículo de Rómulo Estanga en ¿Quién destruyó PDVSA?, una obra sobre las causas que llevaron a la ruina a toda una nación entera.