Publicado recientemente por Editorial Dahbar, en el libro «Ciudadano Wilmito», el periodista Alfredo Meza cuenta la historia de Wilmer Brizuela, un personaje fundamental en el desarrollo de la gobernanza criminal en el país
Oscar Medina/El Estímulo
Estaba en una playa de la isla de Margarita cuando intentaron matarlo el 17 de febrero de 2017. Ese día se salvó. En la madrugada del sábado 1 de abril, cuatro internos del penal de Tocorón arrojaron un cuerpo frente al puesto de control de la Guardia Nacional. No fue sencillo identificarlo: el balazo en la frente complicaba las cosas. Pero las huellas digitales aclararon el asunto: era Wilmer Brizuela, alias “Wilmito”.
Así terminó la historia de quien es considerado el primer gran pran de Venezuela, de un hombre que en su momento ejerció su poder sobre el estado Bolívar desde la cárcel de Vista Hermosa, donde se ganó el liderazgo a fuerza de plomo y astucia.
El periodista Alfredo Meza nació y vivió en Ciudad Bolívar hasta los 17 años. En cierto momento, “Wilmito” fue parte de la cotidianidad, de la conversación, de la convivencia. Y un día, en octubre de 2013, decidió contar la historia de este personaje al que la gente temía, respetaba y al que también llegaron a aceptar como una especie de benefactor que además actuaba como justiciero en aquellas tierras.
Meza, curtido en el periodismo de investigación, es uno de los fundadores de la web Armando.info, es coautor del libro “El acertijo de abril” y autor de “Así mataron a Danilo Anderson”. Su libro más reciente, “Ciudadano Wilmito. La historia del primer pran de Venezuela” (Editorial Dahbar) es el refinado producto –muy bien tejido y narrado- de aquella decisión que mantuvo firme durante muchos años y que le llevó a compartir en múltiples oportunidades con Wilmer Brizuela.
-En septiembre de 2015 publicaste una primera versión de esta historia ¿Sabes si Wilmito la leyó? ¿Tuviste algún feedback de su parte?
-Nunca supe si la leyó o no, pero él sabía que yo estaba trabajando en un libro desde el día que lo conocí. De hecho, luego de que saliera esa primera versión -como un capítulo del libro «Los malos», editado por la Universidad Diego Portales, de Chile, con curaduría de la escritora argentina Leila Guerriero- lo visité en el penal de Tocorón. Tenía planes de seguirlo viendo porque quería contrastar toda la información que estaba consiguiendo, pero a principios de 2016, entre enero y febrero, creo, decidí dejarlo así porque en una de esas que le escribí para visitarlo me respondió en un mensaje de texto: «Hasta cuándo me vas a perjudicar».
-Estuviste recabando información hasta la muerte de Wilmito en 2017 y este libro se publica en 2024. ¿Ese tiempo fue para madurar las ideas o por un asunto de seguridad?
-Un poco ambas cosas. Después de aquel mensaje de texto decidí dejar el proyecto de escribir esa segunda versión. Más que un asunto de temor -que existía- también me estaba costando mucho encontrar el tono y el aliento que necesitaba para transformar esa primera versión en el texto que finalmente se publicó. Por instrucciones de Guerriero, ese primer texto estaba concentrado en el aspecto siniestro de Brizuela, en su carácter de verdugo carcelario, de malo inapelable, de administrador de la violencia en un entorno inestable; en su faceta de bestia primitiva que era capaz, por ejemplo, de enviarle un frasco lleno de ojos a la valiente jueza Mariela Casado, que intentó ponerle coto a ese insólito poder que había acumulado.
Pero a medida que avanzaba en esa tarea también notaba cómo se naturalizó y se le dio la bienvenida a la influencia de Brizuela en la sociedad bolivarense: el pran como un tipo de bien, el pran como un benefactor. De hecho, una vez Hugo Chávez le dijo a Rangel Gómez, el gobernador del estado Bolívar en la época: «Ese Wilmito manda más que tú». Y era cierto.
Me preguntaba qué pulsión secreta llevó a gente aparentemente decente a buscar la protección del líder de los presos de la cárcel nacional de Ciudad Bolívar. Y, en el otro extremo, cómo se forjó la estatura moral de la doctora Casado y su irreductible disposición a hacer valer el estado de derecho por encima incluso de su propia seguridad. El libro pendula entre esas dos orillas de la condición humana. Me pareció que ahí había una historia que debía ser contada.
-¿En algún momento pensaste: no voy a escribir esto?
-Como te decía, me costó mucho encontrar no solo el tono, sino diseñar el artefacto que necesitaba para poder darle verosimilitud a toda la información que había recabado. Muchas de esas historias que rodeaban al pran son tan rocambolescas, tan imposibles de cotejar, y, sin embargo, muy reales, que necesitaba por tanto organizarla de tal modo que no quedara puesto ahí en el texto como un chisme. Deseché varias versiones hasta que di con una estructura que me dejó conforme. Toda escritura es un sufrimiento.
-¿Si Wilmito estuviera vivo este libro se hubiera publicado?
-Es muy difícil dar una respuesta con el diario del lunes, como dicen los aficionados al fútbol. A mi me gusta terminar lo que empiezo. No me gusta abandonar los proyectos. Pero debo reconocer que la muerte de Brizuela me dio la tranquilidad que necesitaba para terminarlo. El tiempo me ayudó a no hacer de «Ciudadano Wilmito» el libro de un autor indignado. No me interesaba escribir un texto que dijera: «esto está bien» o «esto está mal». Ese es el trabajo del lector.
-¿Qué características o hechos definen a Wilmito como el primer gran pran del país? Pregunto esto considerando que la figura del malandro jefe estaba presente en otros penales.
-Wilmito se diferencia del malandro jefe porque su poder trasciende los límites de la cárcel. El malandro jefe, como lo llamas, es la «autoridad» de los presos, resuelve controversias y establece las reglas de convivencia en un penal. Pero Brizuela usaba la cárcel como su oficina o su domicilio y su influencia se sentía en toda la ciudad. Es una gran diferencia. Podía salir y entrar, su familia estaba en una de las celdas transformada en una habitación VIP del penal, sus lugartenientes hacían pasar mujeres, podía ordenar comida y un delivery interno se la llevaba hasta la habitación, Brizuela organizó en mi presencia el traslado a una audiencia en un tribunal en Valencia y fletó un autobús. Y todo eso ocurría con la anuencia de las autoridades. Brizuela es la prueba última de la desintegración del patrimonio de la violencia entre actores paraestatales.
-¿Cómo se explica la gobernanza criminal en un país cuyo gobierno ha hecho tanto esfuerzo por controlarlo todo y ocupar todas las parcelas de poder? ¿Es un reflejo de lo que sucede “arriba”, es una herramienta de ese mismo poder o es una consecuencia de la ineptitud del Estado?
-No tengo una respuesta concluyente, pero me parece que es más una consecuencia de la ineptitud del Estado, que, antes y ahora, no se ha interesado por las personas privadas de libertad. No tengo manera de saber si el Gobierno luego se aprovechó de esa situación para sus propósitos de control social. Es una sospecha que siempre está ahí, sobretodo porque en una época circularon fotos de la entonces ministra de Servicios Penitenciarios, Iris Varela, con alias el Conejo y con el propio Wilmito.
Él me contó que la ministra apoyó mucho el plan que tenía él de llevar el boxeo penitenciario a todas las prisiones del país para masificar el deporte. Fíjate hasta donde llegó el poder de Brizuela que leí en una nota de prensa del Observatorio Venezolano de Prisiones que el penal de Vista Hermosa fue desalojado en noviembre de 2023. Tenía desde 2006 en manos de los pranes. Son 17 años de gobernanza criminal que no pasaron en vano.
-A pesar de los riesgos naturales de acercarse tanto a alguien así, Brizuela parecía ser una persona con la que en última instancia se podía razonar o que al menos trataba de mantener las apariencias. ¿Pudiéramos decir que era un malandro “guardia vieja” que respetaba ciertos códigos? ¿Crees que se pudiera hacer un trabajo como este con la más reciente camada de pranes?
-Brizuela decía encabezar un proceso de «humanización» en la cárcel de Vista Hermosa que despreciaba profundamente las formas del estado de derecho, al que consideraba como una creación de los hombres que desconocía la justicia de Dios. Estaba dispuesto a dar a conocer ese «plan», convencido de que era la solución para erradicar la violencia en los penales. Con ese objetivo se relacionó con la prensa local e incluso permitió que un equipo de la revista Time durmiera algunas noches en el penal. Le interesaba que se diera a conocer su «obra». En ese sentido, su historia exagerada no se diferencia mucho de la de los pranes actuales. ¿No es acaso El Niño Guerrero el líder de un emporio criminal transnacional? Un «coco seco» -esa expresión que le escuché al doctor Fermín Marmol García para describir al criminal violento y atolondrado que mata por placer- o un malandro viejo son delincuentes que no han construido la infame épica de Brizuela o El Niño Guerrero. Yo quise dejar un testimonio de esta época.
-La distinción en la pregunta tiene que ver con el hecho de que los pranes actuales, los que estánen cárcel y los que operan en la calle, no tienen esa ambición de que sus historias trasciendan ni son tipos con los que un periodista pueda sentarse a conversar… No hay «palabra», no hay «código». Todas las veces que entraste a la cárcel a conversar con él, tu vida estuvo en sus manos, pero seguramente sentiste que iba a respetar el acuerdo de entrevistado. Y lo hizo. No creo que los pranes actuales lo hagan…
-Él me prometió que estaría seguro, pero toda visita a una cárcel conlleva riesgos. Aunque los presos pregonan que el día de visita familiar es sagrado -y yo entraba en ese concepto en mi rol de periodista-, no era un entorno del todo seguro. En la prensa de la época se reseñan motines que estallaron en presencia de familiares.
Yo sentía que si no iba a la cárcel no podría escribir un perfil que superara el lugar común de condenar sin primero entender por qué esos delincuentes actúan como actúan. No me gusta el personaje del periodista indignado que pontifica, desde la comodidad de su teclado y sin salir de casa, qué está bien y qué está mal. Y eso no es en modo alguno una forma de mantener distancia en un asunto que exige cerrar filas con la defensa del estado de derecho. Para utilizar una frase de Leila Guerriero, se trataba de mostrar a Brizuela en su faceta de bestia. Pero para lograr eso, creo, era necesario escuchar a amigos y enemigos, a la policía, a la jueza Casado y a quienes decidieron aceptar su protección.
-La historia de la jueza Mariela Casado es terrible… uno va leyendo en tu libro y por un momento hasta puedes pensar que es una ficción muy bien urdida, pero lamentablemente no lo es… Ella, pese a todo, no se calló la boca: en su momento habló públicamente de conexiones de Wilmito con ministros, diputados, con el gobernador de Bolívar, con Lina Ron, con Iris Varela…
-Siento una profunda admiración por la determinación de la doctora Casado, por su valentía y decisión de asumir los riesgos inherentes al ejercicio de su profesión. Esa idea está desarrollada en un libro que, insisto, cuenta el auge de la figura del pranato en Venezuela y la forma cómo se relaciona la sociedad con ese poder. A contracorriente de todos, o casi todos en Ciudad Bolívar, que estaban dispuestos a entenderse con el pran, Mariela Casado representa el esfuerzo por hacer de Venezuela un país donde todos los ciudadanos puedan vivir conforme al estado de derecho. Espero que su ejemplo inspire a quienes escogen ser abogados y jueces en contextos autoritarios y en sociedades con marcadas debilidades institucionales.
-¿Qué elementos coinciden para propiciar la pérdida de poder que experimentó Brizuela y que terminó en su muerte?
-Brizuela sufrió un atentado en febrero de 2017, dos meses antes de que lo mataran, mientras estaba en Margarita disfrutando de un beneficio de «régimen de confianza tutelada», expedido por el Ministerio de Servicios Penitenciarios en diciembre de 2016. Eso determinó su suerte. Pero mucho antes de eso lo había visitado en Tocorón y ví cómo había perdido el poder que ostentaba en Vista Hermosa. Era un interno más, si se quiere.
-¿Quedaron por fuera muchas historias extravagantes y poco comprobables de las cosas que hacía Brizuela? ¿Cuál de ellas quepuedas contar aquí ya sin el rigor del libro, te parece la más estrambótica o terrorífica y por qué decidiste no incluirla?
-Hay una muy estrambótica sobre la visita de Wilmito a una discoteca de la ciudad mientras se suponía que estaba preso en la cárcel de Vista Hermosa. No puedo dar detalles del episodio ocurrido allí dentro con uno de sus luceros -y la posterior «penitencia» que le impuso el pran- porque si lo hago revelaría a las fuentes que me lo refirieron. Es una historia muy comprobable, pero que, a la vez, planteaba el desafío de proteger a los involucrados. En todo caso, varias historias tan extravagantes como esa me permitieron tener más elementos para construir un relato verosímil sobre las andanzas de un delincuente que vivía en una cárcel sin muros.
Oscar Medina/El Estímulo
La historia de Wilmito
7 abril, 2017 Coordinación Editorial
Por La Verdad de Monagas
Tenía apenas 24 años cuando se convirtió en uno de los pranes más sanguinarios y poderosos del país, luego que en 2004 tomara a hierro y fuego el control de la cárcel de Vista Hermosa, en Ciudad Bolívar, desde donde poco a poco fue extendiendo un enorme imperio criminal que llegó a su fin -al menos para él- la noche del viernes 31 de marzo, cuando fue ejecutado de varios disparos dentro del Centro Penitenciario de Aragua, Tocorón.
Cuatro silenciosos presos sacaron del interior de la cárcel el cadáver ensangrentado de un hombre pasado de peso, vestido con chores rojos y franela gris con franjas blancas y negras. Lo dejaron frente a los funcionarios y volvieron a entrar sin decir nada, ni reflejar ningún sentimiento.
Los balazos en el pecho y el rostro dejaron irreconocible a aquel hombre, por lo que fue necesario recurrir a una máquina captahuellas, que reveló de quién se trataba: Wilmer José Brizuela Vera, cédula de identidad 16.498.536, alias Wilmito. El cadáver que yacía allí tirado no se parecía en nada a las imágenes que se veían en su Facebook: sonriente con trofeos, o con frascos de escocés mayor de edad, o fusiles. Era otro y el mismo.
La madrugada de este sábado el país estaba sacudido por las críticas de la Fiscal General, Luisa Ortega Díaz a las sentencias del Tribunal Supremo de Justicia contra la Asamblea Nacional, pese a lo cual las fotos de Wilmito -espantosas por cierto- corrieron a la velocidad de la luz por las redes sociales, quizás más rápido que el famoso video sexual de Yorgelis, Érika y Ken.
Nadie se atrevía a confirmar que se trataba del famoso pran, todo era extraoficial o con confirmaciones de voceros de poco peso. Había excesiva cautela y no es para menos, porque aún después de muerto, Wilmito mete miedo.
Pran, secuestrador, asesino, mujeriego, boxeador, jefe, músico, promotor cultural, Wilmer José Brizuela Vera era muchos hombres, pero sobre todo uno de los más malos, no solo del país, sino de Latinoamérica, no en vano es uno de los 14 personajes que aparecen en la antología Los Malos, editada por la reconocida periodista argentina Leila Guerriero.
En Los Malos hay policías, narcos, torturadores, violadores, caníbales y hasta traficantes de carne humana. Por Venezuela aparece un excelente perfil de Brizuela Vera, escrito por el periodista Alfredo Meza.
Wilmito deja un legado incalculable de delitos, miedo, nueve hijos, incontables nexos sospechosos y muchas dudas sobre sus relaciones con grupos de poder.
Este hombre de 35 años, tez morena, pelo corto, muy propenso a ganar kilos, era famoso por un temperamento de hierro para imponer sus reglas y deseos dentro y fuera de la cárcel.
Un perfil psicológico publicado por el diario El Universal retrata a este hombre de puños rápidos, acciones impetuosas y lengua de plata así: “Ninguna autocrítica, baja tolerancia a la frustración, alto coeficiente intelectual. No reconoce el daño causado a la sociedad y asume que sus principios e ideales son prioritarios. Además, no reconoce haber hecho nada malo. No valora la vida humana de sus semejantes ni la convivencia ciudadana. No escatima esfuerzos, ni le preocupan las consecuencias de sus acciones con tal de obtener sus objetivos”.
Los especialistas que lo evaluaron habrían recomendado asistencia psiquiátrica, para tratar varias patologías clínicas.
Wilmer José Brizuela Vera fue el único hijo que Vidalina Vera tuvo con un trabajador que llegó a la región Guayana, atraído por el progreso que ofrecían las empresas básicas, cuando estaban en sus mejores momentos.
La relación no duró mucho y solo quedó Wilmer José, quien nació el 20 de marzo de 1982 y fue criado por su madre, tías y abuela en el barrio Hipódromo Viejo de la capital del estado. Su apellido se lo dio otra pareja de su madre.
Vidalina Vera se ganaba el sustento como camarera en el Hotel Bolívar y su muchacho llevaba una vida ordinaria: en las mañanas iba al colegio y en las tardes jugaba y vagabundeaba por allí. La leyenda cuenta que era tranquilo y jamás se metía con nadie, los vecinos dicen que era un buen muchacho.
A los 12 o 13 años se le metió el gusanito del boxeo, quizás influido por su abuelo Cándido Vera, y empezó a tomar clases en la academia que existía en el Gimnasio Boris Planchart, tutelada por Ángel Salavarría. Habría peleado más de 200 combates y prometía llegar lejos, luego de ganar oro en los Juvines de 1997 y participar con éxito en el Batalla de Carabobo.
En el año 2000, a los 18 años, fue preseleccionado para representar a Venezuela en las Olimpiadas de Atenas 2004, pero todo se torció en 2002, cuando fue detenido dentro de una discoteca de Ciudad Bolívar, por porte ilícito de arma de fuego.
No era su primer delito, pues ya tenía varias solicitudes por robo, por lo que fue enviado a la cárcel de Vista Hermosa, donde pasó seis meses que alteraron el rumbo de su vida. De promesa olímpica pasó a sanguinario pran.
Luego de salir de la cárcel, el Instituto Nacional de Deporte (IND) lo expulsó de la selección, por lo que se juntó a varios amigos para dedicarse de lleno al delito y habría planificado el robo y secuestro del comerciante Juliano Elías Abboud, por lo que fue sentenciado a 10 años de cárcel en Vista Hermosa de donde se escapó. Fue recapturado y devuelto a los pocos días y empezó su pranato.
El reino de Wilmito
Al poco tiempo de ser devuelto a Vista Hermosa un amigo que iba de salida le propuso asumir el penal. Él le tomó la palabra y puso en marcha un despiadado plan, que el periodista Alfredo Meza relata en su texto para el libro Los Malos:
En 2005, William, un preso con el que había cometido algunos atracos, tenía que salir en libertad, y decidió entregarle el control del grupo. Fue casi como la coronación de un discípulo: “Tú lo puedes hacer mejor que nosotros”, afirmaron los dos subalternos de William, a quienes correspondía por jerarquía conducir al grupo.
La única vez que lo vi fue en la Universidad Católica Andrés Bello, cuando lo llevaron a un foro sobre prisiones y decenas de estudiantes querían acercársele y tomarse fotos con él, ¡Y eso que aún no había empezado la fiebre de los selfies!
Wilmito montó en su Facebook una foto de ese foro, hablando desde un atril con el logo de la universidad.