por Carlos Hermoso

Lo del Koki y los acontecimientos de la cota 905, noticia de gran relieve, es un evento que en nada sorprende a la ciudadanía, sobre todo a los moradores del sector. En varias zonas del suroeste de Caracas se vivieron varias noches de tiroteos y terror. Y la cuestión alarmó a toda Venezuela. Ciertamente, no es un asunto nuevo. Atender esto científicamente supone ubicar sus aspectos sociales y políticos.

Son tantas las evidencias, informaciones y vivencias cotidianas, que hemos de concluir que en Venezuela la lumpenización ha copado la escena. Es que los malandros son protagonistas desde hace mucho rato y han extendido grandemente su radio de influencia en la sociedad venezolana.

El sector lumpen ha cobrado un protagonismo que obedece a su importancia social y política. La historia económica hizo que derivara en su expresión más acabada. Con el chavismo, la cosa va a desarrollarse de manera un tanto natural, consustanciada con el falso discurso de defensa de la pobrecía. La naturaleza de clase del nuevo régimen instaurado por Chávez encuentra en este sector social su principal apoyo político.

La estructura económica de Venezuela da para eso y más. Un largo siglo de economía petrolera alimenta por de más ese componente social. La concentración de la población y la formación de las grandes ciudades, el proceso de acumulación originaria de capitales —para ubicar su acepción científica—, que no derivó en un proceso de industrialización capaz de absorber esa fuerza de trabajo que se va concentrando, derivan en el crecimiento inusitado del lumpen. Barrios populares, cinturones de miseria, las llamadas favelas en Brasil, reflejan un mal crónico en los países latinoamericanos, dado el freno al desarrollo de las fuerzas productivas.

Durante las cuatro décadas de bipartidismo se hicieron valer las implacables leyes capitalistas sobre población, en nuestro caso en condiciones del neocolonialismo. Llevan a la creación de un inmenso ejército de reserva. Luego, millones de desempleados y subempleados podían vivir a costa del Estado, en buena medida por los ingresos petroleros. Es que, siempre, el Estado —interesado en crear demanda— les brinda mendrugos suficientes como para sobrevivir en la mengua. Con el advenimiento del chavismo, esta tendencia alcanzó su manifestación más acabada. Por su naturaleza farisaica —presentándose como socialista, defensor de la igualdad y los intereses de los pobres— no solamente van a dirigir una política similar a la del bipartidismo, sino que van a insuflarla y a brindar más protagonismo político y cultural a sus “beneficiados”, convirtiéndolos en primeras figuras en esa democracia participativa y protagónica.

Durante el bipartidismo se les dio importancia, pero el chavismo, como en todo lo malo, los supera. Chávez, desde un primer momento, va a buscar la identificación con los pobres, pero más específicamente con los malandros. Con el lumpen y su forma de actuar y hablar. La importancia política estaba clara. Pero se eleva a tal punto este nicho, que les van a otorgar un mayor fomento cultural, hasta hacerla dominante. El chavismo creó líderes y voces mediáticas para tales efectos. Lina Ron se convierte en una figura emblemática. Mario Silva y otros desclasados como “Cabeza ‘e Mango” van a copar la escena en los medios chavistas. La jerga lumpen junto a la de género, exagerada hasta lo intragable, van a ser referencia ineludible.

El régimen chavista va a corroborar las consideraciones que en El dieciocho brumario hiciera Marx sobre la dictadura de Luis Bonaparte en Francia. Con las distancias del caso, se realiza una tendencia política propia de los países en que este sector social encuentra un desarrollo de consideración. El régimen chavista fue el que mejor se ha destacado al respecto, al asumir el resentimiento y la revancha como políticas inscritas dentro de las ideas de ese falso socialismo. Configuran la base del revisionismo de izquierda, como lo hemos caracterizado. “Capitalismo de hecho, socialismo de palabra”, pero con fraseología de izquierda.

Más allá de consideraciones psicológicas, Chávez parece imitar lo dicho por Marx: “Bonaparte, que se erige en jefe del lumpenproletariado, que solo en éste encuentra reproducidos en masa los intereses que él personalmente persigue, que reconoce en esta hez, desecho y escoria de todas las clases, la única clase en la que puede apoyarse sin reservas, es el auténtico Bonaparte, el Bonaparte sans phrase. Viejo roué ladino, concibe la vida histórica de los pueblos y los grandes actos de gobierno y de Estado como una comedia, en el sentido más vulgar de la palabra, como una mascarada, en que los grandes disfraces y las frases y gestos no son más que la careta para ocultar lo más mezquino y miserable”.

Párrafo lo suficientemente gráfico para comprender el asunto. Utiliza Chávez hasta parte de la jerga de este sector social. Va más allá. Los incorpora como parte del sainete. Su desarrollo en esta etapa va a alcanzar una escala sin precedentes. Los pranes van a formar parte de la política. Deciden. Controlan zonas. Cuentan con áreas de influencia.

Los pranes y la Cota 905

Parece cosa de ficción, de leyenda urbana, eso del control de cárceles, barrios, sindicatos, etc., en manos del pran tal o cual. Que hay cárceles en las cuales los pranes viven en condiciones inmejorables. Prefieren la cárcel que la calle. Lujos en medio del cuidado que brinda la prisión por ellos controladas. Hay ministros que se reúnen con uno u otro. Que son pareja de tal o cual.

En el control de los barrios, los pranes cuentan con una política de reclutamiento. Jóvenes y niños de los barrios son presa fácil. Hasta se ha desarrollado una cultura en la cual se resalta al pran y sus secuaces que, armados con pistolas y fusiles, gozan de lujos y dinero: se convierten en aspiración de futuro de muchos muchachos.

La lumpenización y la manera como ha calado en la sociedad venezolana forman parte de un proceso de descomposición de larga data. No es que en el bipartidismo no existieran estas taras. Su desarrollo actual encuentra en este período antecedentes claros. En las cárceles y en los barrios esto ya existía, pero se guardaban ciertas distancias o modos, como se acostumbraba decir. En el chavismo la cuestión se eleva a una escala que resulta difícil de creer y las evidencias son demasiado claras. Lo que se dejó colar en la prensa acerca de los acontecimientos en la cota 905 es contundente. Lo que narran los vecinos del sector refleja la connivencia de esta banda con el gobierno.

La opinión pública no sabe a qué obedeció la razzia en la 905. Si tiene que ver con las contradicciones internas en el gobierno. Si resulta un episodio producto de que se les fue de las manos. Que el «Koki» quería abarcar más espacios. Son interrogantes lógicas de formular toda vez que la existencia de esta banda es notoria y el «Koki» no aparece. Una pequeñísima labor de inteligencia seguro hubiese permitido dar con ellos. Pero no. Año tras año se sabe de su existencia, así como la que existe en las cárceles del país y nada hace el gobierno. Mejor: sí hace, pero a favor de las bandas y su articulación con ellas para alcanzar una relativa paz a costa del terror de la población.

Son muchas las evidencias en distintos espacios que reflejan el grado de penetración de la delincuencia en la sociedad. Es el caso de las cárceles del país, entre las que destaca la de Tocorón. Cuenta con un parque de beisbol y la discoteca Tokio. En la de Nueva Esparta hay una piscina. En varios centros es común la realización de happenings los fines de semana, verdaderos bacanales con todas las de la ley. En otros hay sistemas estructurados en los que la disciplina interna, buena parte de su mantenimiento, corre a cargo de los mismos presos, bajo la jefatura del pran respectivo. Todo preso, para poder gozar de servicios fundamentales, debe pagar una causa. Se trata de un impuesto o seguro de vida que debe cancelar semanalmente, a costa de ver la vida en peligro o, al menos, no poder contar con servicios básicos.

En su tesis de grado para optar al título de licenciadas en Trabajo Social por la UCV, Noreyvis del Valle Azuaje y Emmely Yubriny Landaeta establecen que: “Es indispensable enfatizar que a los privados de libertad que no paguen esa ‘causa’ al pran los apartan del penal, esto significa que, a los sujetos que no cumplan con esta rutina del pago semanal, los destierran y les prohíben el acceso de todo el penal (dormitorios, cocina, patio, enfermería, entre otros); estos reclusos son llamados dentro del penal como los ‘rezagados o anegados’…”.

Además, los pranes de varias cárceles mantienen una estrecha coordinación entre ellos que les permite hacer operaciones conjuntas. E, incluso, definir políticas para sus acuerdos con el Ejecutivo o sus allegados de la estructura gubernamental.

Los códigos y mecanismos sobre cómo funcionan las cosas dentro de la población penal permiten mantener la autoridad y una estructura tenebrosa. Mucho más que la existente en los barrios.

La salida que idearon Maduro y su combo fue acusar a la oposición de estar en componendas con el «Koki», explicación tan estrambótica que resulta ridícula para la gente. Hasta muchos de quienes son afectos al gobierno piensan que se trata de una patraña, más cuando es vox populi que, así como Iris Varela se reunía con “El Conejo” en Nueva Esparta, lo mismo hizo Delcy Rodríguez con el «Koki», según fuentes diversas, e incluso vecinos del sector así lo afirman. En diciembre pasado, la ministra Meléndez y el “Potro” Álvarez repartieron juguetes de la mano con el «Koki», información suministrada y avalada por vecinos de la localidad.

Todo indica que esta relación y connivencia obedecen a la política de creación de “zonas de paz”. La entrega de espacios a las bandas, con su correspondiente control territorial, permitía mantener una relativa ralentización de la violencia. En vez de atender el problema de raíz atacando el hambre y mejorando las condiciones de vida de la gente, hacen entrega de la facultad para “mantener el orden público y la paz ciudadana” a secuestradores y delincuentes de esta calaña, y por supuesto les permiten hacer todos sus negociados de drogas, vacunas, extorsión, etcétera.

La Unidad Investigativa de Venezuela de InSight Crime, en un reportaje intitulado “Estatuillas religiosas de El Koki de venta en Caracas”, informa lo siguiente: “Los vendedores en Caracas han dado una respuesta emprendedora al descenso de la capital venezolana a la guerra criminal: renombrando estatuillas devocionales como El Koki, el jefe de la pandilla responsable del caos”. Más adelante indican que en estas figuras: “Se presenta el mismo Koki, junto con su lugarteniente, Carlos Alfredo Calderón Martínez, alias ‘El Vampi’ (…) la colección incluye a ‘Delcy’ e ‘Iris V’ —una posible manera de burlarse de la vicepresidenta Delcy Rodríguez y de la vicepresidenta de la Asamblea Nacional, Iris Varela”. Se convierte esta tragedia en un hecho cultural positivo.

Acabar con este capítulo dantesco de la sociedad venezolana pasa por salir de la dictadura y edificar una nueva sociedad. Aunque no basta con salir de la camarilla delincuencial que gobierna al país, necesario es echar sus bases sobre otros principios distintos de los que rigen el actual orden de cosas. No basta con un mero cambio de gobierno. Una nueva moral, una nueva ética requieren una base material. Y, sobre todo, nuevos ejemplos por parte de quienes buscan ser dirigentes de una nueva página de la historia.


CARLOS HERMOSO CONDE | @HermosoCarlosD

Economista y Doctor en ciencias sociales. Profesor de la Universidad Central de Venezuela. Dirigente político.