Ellos le pidieron la renuncia y ellos también decidieron devolver a Hugo Chávez al poder, sellando así el destino de Venezuela hace dos décadas. El general Raúl Isaías Baduel lideró el «rescate» del depuesto presidente y le puso el precio de unos acuerdos conciliadores. Pero fue traicionado el 13 de abril
Francisco Olivares
El 11 de abril de 2002 ocurrió la más grande manifestación pacífica que se haya visto en Caracas en la que una población civil exigía el fin de un proyecto no democrático, que finalmente se impuso con el apoyo del sector militar y dejando 19 fallecidos por los disparos de grupos armados que impidieron que los manifestantes llegaran a las puertas de Miraflores.
Esas muertes vistas por todo el país en imágenes televisivas produjeron el retiro del apoyo militar a Hugo Chávez Frías por parte de las más importantes guarniciones del país, incluyendo al comandante del Ejército (Efraín Vásquez Velasco) y el jefe del Comando Unificado de las Fuerzas Armadas (Cufan), Manuel Rosendo, además de algunos ministros y emblemáticas figuras que formaron parte de la creación del proyecto político socialista, como, por ejemplo, su principal mentor Luis Miquilena quien anunció su separación del proyecto político de Chávez.
Para la historia quedará la intervención del inspector general de la Fuerza Armada Nacional, general Lucas Rincón Romero, quien el 12 de abril, en nombre de la institución, anunció: “Los miembros del Alto Mando Militar de la República Bolivariana de Venezuela deploran los lamentables acontecimientos sucedidos en la ciudad capital en el día de ayer, ante tales hechos se le solicitó al señor Presidente de la República la renuncia a su cargo, la cual aceptó”. Y agregó que el Alto Mando Militar ponía desde ese momento sus cargos a la orden.
El impacto de un pronunciamiento civil tan masivo, aunado a los planes de control social que estaban en marcha, generaron el quiebre en la Fuerza Armada Nacional que ya se venía gestando. Al final de la tarde del 11 de abril, cuando la manifestación fue emboscada en la avenida Baralt, a la altura de Puente Llaguno, el asesinato de esos 19 venezolanos provocó que gran parte de las guarniciones del país retiraran su respaldo a Chávez aunque advirtieron que las tropas se mantendrían en sus cuarteles.
Las horas críticas
Como lo pudimos referir en nuestra investigación plasmada en el libro Las balas de abril, la hora crítica se produjo a partir de las 4 de la tarde. A esa hora ya había pronunciamientos militares, Hugo Chávez ordenó sin éxito activar el Plan Ávila, lo que significaba lanzar al Ejército a las calles para contener la manifestación civil. Se había establecido un escudo de civiles armados y la Guardia Nacional para impedir la llegada de manifestantes al Palacio de Miraflores. Civiles disparando y personas heridas comenzaron a observarse en las pantallas divididas de la televisión privada, que buscaban evadir las cadenas impuestas por el gobierno.
En la medida que la situación se agravaba el presidente Chávez, en cadena nacional, hacía ofrecimientos de conciliación a la oposición como que el 19 de abril instalaría un Consejo Federal de Gobierno como un paso institucional para una mesa redonda nacional donde “acudiremos y convocaremos a todos los sectores del país”. Invocó a Simón Bolívar en un llamado al trabajo y a la constancia por la patria y aseguró que las imágenes que se veían en las pantallas de los medios de comunicación privados fueron preparadas y calculadas. “Ahora no sólo son las imágenes de violencia en las calles, algunas incluso preparadas de antemano y con antelación y escogidas y magnificadas (…) Es un laboratorio”.
Cerca de las 5:20 de la tarde, con el país encendido e incomunicado y las guarniciones militares retirándole el respaldo, se despidió de la ciudadanía: “Les reitero un mensaje afectuoso, de esperanza, de firmeza, de solidaridad, de calma y cordura a todo ese pueblo venezolano. Muchísimas gracias y buenas tardes señoras y señores”. Ese fue su último mensaje como Presidente desde al Palacio de Miradores antes de ser puesto bajo custodia del Alto Mando Militar.
El contradictorio discurso generó mayor incertidumbre en la población y confusión acerca de lo que verdaderamente estaba ocurriendo. Uno de los pocos jefes militares que salió en auxilio de Hugo Chávez fue el comandante de la 3ª División de Caracas, Jorge Luis García Carneiro, quien junto a otros oficiales de mandos medios, tomaron nueve tanquetas del Batallón Ayala y tres camiones con tropas y se dirigieron a Miraflores para protegerlo. Los medios habían logrado salir al aire a través de líneas satelitales, por medio de las cuales la población recibía imágenes de lo que sucedía en la avenida Baralt. Junto a ello, los pronunciamientos militares en contra del Gobierno se sucedieron uno tras otro.
La Guardia Nacional, a través de su comandante Carlos Alfonso Martínez, acompañado del Estado Mayor de ese cuerpo, apareció en pantalla rechazando la postura que había mantenido el Comando Regional número 5, señalando que lejos de evitar el enfrentamiento entre los bandos, había actuado en complicidad con los activistas violentos del oficialismo. El general (GN) Luis Camacho Kairuz, viceministro de Seguridad Ciudadana, hizo pública su renuncia al cargo “cansado de ser dirigido por un grupo de charlatanes”, según sus propias palabras. Lo mismo hizo el general (Ej) Francisco Usón Ramírez, ministro de Finanzas. También se pronunció el comandante general del Ejército, Efraín Vásquez Velazco, quien ante los sucesos violentos, dijo: “Hasta aquí lo acompañé señor Presidente”.
Otros altos oficiales de quienes el gobierno sospechaba que conspiraban a fin de promover un golpe de Estado, encabezados por el vicealmirante Héctor Ramírez Pérez, emitieron un comunicado previamente grabado, para desconocer al gobierno, la autoridad de Chávez y al Alto Mando Militar.
El general Manuel Rosendo, quien era el jefe del Comando Unificado de la Fuerza Armada Nacional (Cufan) para el momento, le había advertido al Presidente que no era viable ni necesario aplicar el “Plan Ávila”, que significaba sacar tropas y tanques de la Guarnición de Caracas para controlar a los manifestantes que se dirigían hacia Miraflores. Rosendo, quien era muy cercano al presidente Chávez, desconoció la orden de activar el “Plan Ávila” y se movió con otros jefes militares para impedir que salieran las tropas de Fuerte Tiuna.
El 12 de abril, tras el anuncio por parte del general Lucas Rincón sobre la renuncia presidencial, Chávez pasó a estar bajo custodia de la Fuerza Armada.
No fue sino hasta el 14 de abril, cuando se produjo su retorno a la Presidencia de la República que se volvió a escuchar su voz: “Yo estaba seguro, pero completamente seguro de que volveríamos, lo único es que jamás imaginé que volveríamos tan rapidito”, fueron sus primeras palabras al regresar la madrugada del 14 a las 4:40 de ese domingo. Atrás quedarían los muertos.
20 años después la historia del 11 de abril está escrita en los expedientes construidos por los fiscales oficialistas, en los que desaparecieron toda culpa, toda responsabilidad del gobierno, del Presidente, de sus ministros y de los operadores directos, sobre los muertos y heridos en el centro de Caracas.
Baduel traicionado
Un punto oscuro que quedó del 11 de abril, aparte de la impunidad sobre los asesinos de los 19 venezolanos que murieron en esa jornada, es el llamado “rescate” de Hugo Chávez, quien se encontraba bajo custodia militar en la isla de La Orchila.
El autor y responsable del regreso Hugo Chávez al poder, el general Raúl Isaías Baduel, jamás imaginó que 19 años después moriría como preso político en una cárcel militar del régimen que ayudó a construir y cuyo jefe era amigo cercano y compañero del juramento bajo el samán de Güere. Es de recordar que el general Baduel pasó 30 años en la Fuerza Armada Nacional y la larga amistad que los unió se fue resquebrajando desde el momento cuando Hugo Chávez comenzó su alineación con el gobierno de Fidel Castro y se iniciaron los cambios que llevaron a la institución militar y al país a la cubanización.
Estas diferencias fueron percibidas por Fidel Castro, quien, conociendo la influencia que podría tener Baduel en las fuerzas militares, le advirtió a Chávez en una ocasión: “Este es del que te tienes que cuidar. Este es el que te puede sacar a ti del gobierno, tienes que tener cuidado con él”. A pesar de la amistad, Hugo Chávez desconfiaba del amigo por su apego a la institucionalidad.
A partir del día 12 de abril, cuando se produjo la instalación del gobierno provisional y el pronunciamiento del empresario Pedro Carmona Estanga, el factor político estaba dividido, y en el ámbito militar persistía una pugna entre los distintos factores del alto mando. Esas diferencias permitieron que el sector que aun apoyaba a Chávez se reagrupara. Y buscaron el apoyo del general Baduel, quien como comandante de la 42 Brigada de Infantería, apostada en Maracay, estado Aragua, contaba con el apoyo de sus tropas.
De allí que Baduel, luego de sostener encuentros con otros altos oficiales, tomó la decisión de organizar lo que llamó: “La operación de rescate de la dignidad nacional”, para lo cual exigió a Chávez y a los factores militares que lo apoyaban una serie de condiciones antes de materializar el rescate. Esa lista de condiciones fue aceptada por los militares pro gubernamentales y por el propio Chávez, pero luego, ya reinstalado en el poder, Chávez decidió desconocerla.
Los acuerdos para el rescate establecían la convocatoria a un referéndum constitucional para medir la voluntad del pueblo de Venezuela sobre la permanencia o no del gobierno chavista. Permitir el ingreso a Venezuela de los observadores internacionales de la ONU y OEA en materia de DDHH. La apertura de una averiguación penal militar, en tribunales especiales, sobre los asesinados durante los sucesos del 11 de abril, la investigación incluiría al propio Presidente. De manera, quizás ingenua, Baduel, exigía que se investigara desde la cabeza del Ejecutivo para determinar las responsabilidades en la propia cadena de mando.
Para esa operación rescate se conformó un grupo militar que trasladaría a Chávez desde la base militar de La Orchila hasta Maracay, sede del comando de la 42 Brigada, donde lo esperaría Baduel para hacerle firmar los acuerdos. Algo que desde luego nunca ocurrió. Los helicópteros se desviaron por órdenes del grupo militar alineado a Chávez y de los factores políticos que ya habían retomado el Palacio de Miraflores. Y así Chávez traicionó a Baduel.
Desde el punto de vista de Baduel, esa acción fue para “rescatar el hilo constitucional y resolver la crisis”. Según su afirmación y la de sus abogados, a partir de ese momento el general Baduel intentó irse de baja, pero Chávez no se lo permitió. Muchos asesores y seguidores dentro de la FANB, además, le aconsejaban que debía permanecer adentro. Chávez trató de mostrar una imagen de cohesión militar y Baduel pasó a ser comandante del Ejército y poco después ministro de la Defensa. Ya para ese momento había una ruptura entre militares institucionales y los que estaban de acuerdo con el chavismo.
A partir de allí comenzó la radicalización del proceso de cubanización, se profundizó la depuración de los militares institucionales, el envío de oficiales a formarse en Cuba y la inclusión de altos jefes militares en empresas del Estado y funciones públicas.
Los militares están presentes en 103 empresas del Estado y en 11 ministerios, según recoge una investigación de Transparencia Venezuela en el seguimiento a dos décadas de gobiernos chavistas. En los 8 años de gestión que lleva Nicolás Maduro ambos factores, militarismo y corrupción, se han profundizado. 316 casos de desfalco al patrimonio público nacional son investigados internacionalmente.
El modelo militarista fue inspirado por Cuba: la FANB pasó a ser un brazo clave para el sostenimiento de la revolución, con una casta privilegiada a la que se entregó el manejo de las políticas más importantes del país y las principales áreas económicas.
Los militares detrás del poder han puesto a Venezuela al lado de una alianza internacional de países que, como lo señala el ministro de Relaciones Exteriores de Rusia, Serguéi Lavrov, plantea “una lucha contra occidente”. Es decir, en contra de las democracias. Así lo admiten los presidentes y líderes de las autocracias mundiales en sus pronunciamientos de apoyo y justificación al exterminio de Ucrania que protagoniza Vladimir Putin.
Rusia ha sido un aliado clave en estos últimos 20 años. La asesoría militar y la compra de armamentos es fundamental para la nueva Fuerza Armada. Esa alianza ha sido profundizada por Nicolás Maduro y los más importantes jefes civiles y militares del gobierno que han expresado apoyo incondicional al exterminio ruso de Ucrania. Hace 20 años decidieron el futuro del país: este que padecemos. Hoy, siguen tomando decisiones que seguramente tendremos que lamentar dentro de algún tiempo.
El Estimulo