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Ni siquiera la democracia nos libra de la persecución y la tortura. Por Américo Fernández

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Es muy cuesta arriba concebir la tortura somática o  psicológica  dentro del marco de un  sistema de gobierno supuestamente democrático.  Es difícil concebirlo,  pero lamentablemente la tortura existe. La hemos  captado en la  propia piel de las víctimas.  Tal vez no sea la  antigua tortura cruel de  la cabeza aplastada, pero sí alguna variante como la testa sumergida.Por declaraciones de los propios afectados sabemos de  usos violentos estatales en busca de verdades o sospechas conspirativas contra castas militares, dictaduras o gobiernos fraudulentos.  En la actualidad, sin renunciar a tales recursos, opera principalmente por los mecanismos de exclusión que implican formas igualmente violentas. Por ello, frente al discurso legalista pero excluyente del Estado, que  transgrede el propio derecho, se propone establecer el debate en torno a la legitimidad, esto es, sobre el sustento verdaderamente participativo de la democracia, puesto que  conforme a  la Convención de las Naciones Unidas, la Tortura consiste en “todo acto por el cual se inflija intencionadamente a una persona dolores o sufrimientos graves, ya sean físicos o mentales, con el fin de obtener de ella o de un tercero información o una confesión determinada. Con el método o uso de la tortura se pretende castigar por un acto que se haya cometido, o se sospeche  se ha cometido, o de intimidar o coaccionar a esa persona o a otras, o por cualquier razón basada en cualquier tipo de discriminación, cuando dichos dolores o sufrimientos sean infligidos por un funcionario público u otra persona en el ejercicio de funciones públicas, a instigación suya, o con su consentimiento o aquiescencia.  Eso es la tortura aplicada por quien tiene desconfianza y no se siente seguro en el Poder que ejerce.(AF