Con la imposición de las cenizas durante la celebración de hoy, miércoles, se inicia una estación espiritual -un tiempo litúrgico- particularmente relevante para todo cristiano que quiere prepararse dignamente para la vivir el Misterio Pascual, es decir, la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor Jesús.
Este tiempo vigoroso del Año Litúrgico al que se denomina “Cuaresma” está marcado por el mensaje bíblico que puede resumirse en una sola palabra: μετανοεῖτε, metanoeite, es decir «convertíos», o, literalmente, “cambiad vuestra forma de pensar”.
Este imperativo es propuesto a los fieles mediante el rito austero de la imposición de la ceniza, el cual, con las fórmulas «Convertíos y creed en el Evangelio» (Mc 1, 15) y «Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás» (Gén 3, 19), invita a todos a reflexionar acerca del deber de la conversión -la transformación de la mente-, recordando la inexorable caducidad y efímera fragilidad de la vida humana, sujeta a la muerte.
La sugestiva ceremonia de la ceniza eleva nuestras mentes hasta lo eterno, a aquello que no pasa jamás: Dios; principio y fin, alfa y omega de nuestra existencia. La conversión no es, en efecto, sino un volver a Dios, valorando las realidades terrenales bajo la luz indefectible de su verdad. Una valoración que implica una conciencia cada vez más diáfana del hecho de que estamos de paso en este fatigoso itinerario sobre la tierra, y que nos impulsa y estimula a trabajar hasta el final, a fin de que el Reino de Dios se instaure dentro de nosotros y triunfe su justicia.
Sinónimo de «conversión» es, así mismo, la palabra «penitencia»: penitencia entendida como cambio de mentalidad; penitencia como expresión de libre y positivo esfuerzo en el seguimiento de Cristo.
Tradición
En la Iglesia primitiva variaba la duración de la Cuaresma, pero eventualmente comenzaba seis semanas (42 días) antes de la Pascua. Esto implicaba solo 36 días de ayuno, ya que los domingos quedaban excluidos. En el siglo VII se agregaron cuatro días antes del primer domingo de Cuaresma estableciendo los cuarenta días de ayuno, para imitar el ayuno de Cristo en el desierto (Mt 4, 1-25).
Era práctica común en Roma que los fieles comenzaran su penitencia pública el primer día de Cuaresma. Estos eran salpicados de cenizas, vestidos en sayal y obligados a mantenerse lejos hasta que se reconciliaran con la Iglesia el Jueves Santo o el Jueves antes de la Pascua. Cuando estas prácticas cayeron en desuso (entre los siglos VIII al X), el inicio de la temporada penitencial de la Cuaresma se simbolizaba colocando ceniza en las cabezas de los miembros de la congregación.
Hoy, en la Iglesia, en el Miércoles de Ceniza, cada cristiano que asiste a la liturgia recibe la señal de la cruz en la frente, quedando este signo marcado en esta con las cenizas obtenidas de la cremación de las palmas que se usaron en el Domingo de Ramos del año anterior.
Esta tradición de la Iglesia Católica ha devenido en un simple servicio en algunas Iglesias protestantes como la anglicana y la luterana. Por su lado, la Iglesia Ortodoxa comienza la Cuaresma el lunes previo al Miércoles de Ceniza, que no está contemplado en su ordenamiento litúrgico (no se celebra).
Significado de la Ceniza
La ceniza, del latín «cinis”, es el producto de la combustión de un cuerpo por el fuego. Muy fácilmente adquirió un carácter simbólico vinculado a la muerte, a la caducidad; y por sentido trasladado, empezó a evocar humildad y penitencia.
En el libro de Jonás (Jon 3, 6) la ceniza sirve, por ejemplo, para describir la conversión de los habitantes de Nínive. Muchas veces se une al «polvo» de la tierra: «En verdad soy polvo y ceniza», dice Abraham en Gén 18, 27.
El Miércoles de Ceniza, que antecede al primer domingo de Cuaresma, en muchas culturas o lugares, da por concluidas las fiestas de carnaval. Ciertamente se trata de una “asociación” que se da en el ámbito del calendario civil y no en el eclesial. En este día, como se señalaba más arriba, los fieles reciben la imposición de ceniza en la frente en gesto simbólico: se hace como respuesta a la Palabra de Dios que nos invita a la conversión, como inicio y puerta del ayuno cuaresmal y de la marcha de preparación a la Pascua.
La Cuaresma empieza con ceniza y termina con el fuego, el agua y la luz de la Vigilia Pascual. Algo habrá de “quemarse” y destruirse en nosotros -el hombre viejo- para dar lugar a la novedad de la vida pascual de Cristo.
Mientras el ministro impone la ceniza dice estas dos expresiones, alternativamente: «Arrepiéntete y cree en el Evangelio» (Mc 1, 15) y «Acuérdate de que eres polvo y al polvo has de volver» (Gén 3,19): un signo y unas palabras que expresan muy bien nuestra caducidad, nuestro anhelo de conversión y la aceptación del Evangelio, es decir, la novedad de Cristo quien regala una nueva vida.
ACI prensa