En estos primeros meses de campaña por las primarias presidenciales opositoras se ha notado que su dirigencia vuelve a creer en la ruta electoral para ganarle a Maduro y compañía y, en consecuencia, el gobierno ha puesto en marcha sus usuales procedimientos de inhabilitación y persecución política para decir: nosotros elegimos el candidato/a al cual nos enfrentamos (como ocurrió en las presidenciales de 2018 y en la elección de Barinas de 2022).
Ahora bien, frente a esta realidad política, y ante una cantada oleada de arbitrariedades electorales e inhabilitaciones exprés, ¿qué hacer?, ¿qué sigue en esta larga tragedia nacional?
Primero que nada, es justo reconocer que la política —como muchas cosas en la vida— se hace tomando posiciones y apostando a ciertos escenarios. Por cierto, apostar en un contexto de alta incertidumbre es más complicado que hacerlo en tiempos mansos.
Así pues, asumiendo que estamos en tiempos especialmente inciertos, y considerando las lecciones de la última década, la oposición debería mover sus piezas aterrizando en dos posibilidades:
A) El “plan Nicaragua”. En este escenario aumenta la censura, la persecución y hasta la revocatoria de la nacionalidad.
B) Presidenciales de 2018. Se usa una estrategia similar a la de ese año, pero en esta ocasión se ejecuta la anulación de las primarias, por medio de algún dictamen del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ). Otra alternativa es que provocar que el candidato(a) de la oposición no compita en las primarias para que no tenga la legitimidad de la dirigencia opositora y, por tanto, vender el discurso de que es el “candidato(a) del gobierno”, o hacer que el candidato(a) compita como lo hizo Falcón en el 2018,con bajo respaldo y la oposición llamando a la abstención.
Movimiento social
En cualquiera de los dos escenarios, si la oposición cree realmente que la vía es electoral, entonces debe tener un candidato(a) siempre dispuesto para competir. En consecuencia, debe definir mecanismos de sucesión, diseñar un plan B y pactar las reglas básicas sobre las candidaturas operando mínimamente articulados.
Igualmente, y perdonen lo reiterativo, si se está convencido de que la carrera electoral es “hasta el final”, sería ideal que sinceremos esa expresión. ¿Es “hasta el final” por la vía electoral o hasta que nos estalle la confirmación de que no permitirán la inscripción de ciertos candidatos(as)?, ¿es hasta que el TSJ suspenda el proceso de primarias?, ¿es “hasta el final” por medio de una fuerza/movimiento social o solo por medio de un(a) candidato(a)?
A decir verdad, inquieta mucho creer que nuestra dirigencia opositora no haga el ejercicio de ponerse en los peores escenarios, sabiendo que Nicolás Maduro no tiene ningún incentivo para ofrecer garantías electorales o, dicho de otro modo, no tiene ninguna piedad para detener los usuales abusos y atropellos en contra de la disidencia.
Atormenta suponer que, si no actuamos reconociendo que Maduro y compañía seguirán jugando sucio, hay mucha probabilidad de que volvamos a escuchar los desesperanzadores lemas: “no podemos solos” o “dictadura no sale con votos”.
Evidentemente, la oposición no debe mostrar sus cartas estratégicas porque la carrera apenas empieza y los regímenes autoritarios no suelen desperdiciar oportunidades para bloquear todas las acciones de sus disidentes. Es comprensible que no se entreguen muchos detalles sobre los próximos pasos y es conveniente que así sea.
Sin embargo, lo único que ruega buena parte del país es que ninguna candidatura diga “si no soy yo, no es nadie, y ahora vamos a la calle” y, por el contrario, prefiera decir “si yo no estoy habilitado(a), respaldemos a alguien que sí lo esté”.
En fin, si asumimos que no se trata de un(a) candidato(a) sino de un movimiento/fuerza contra el autoritarismo estimo que tendremos más probabilidades de éxito porque de mesianismos, predestinados y sacramentados ya nos hemos tragado mucho. No se vale repetir la historia.
OSCAR MORALES RODRÍGUEZ
Economista con un Magister en Políticas Públicas. Colaborador de varios medios nacionales