Aunque ninguna de las faltas humanas que intitulan estas líneas son acusadas como errores cardinales, en el fondo son más que eso. Son como radicales libres en un ejercicio de cuanta malignidad les sea posible. Tanto así, que de su esencia derivan los siete arrebatos del cuerpo que corroen el alma del hombre. La tradición eclesiástica los ha denominado “pecados capitales”. Son la envidia, la pereza, la lujuria, la ira, la avaricia, la gula y la soberbia.

Cuando se habla de la hipocresía, del atraso y la maldad, la tierra tiembla debajo de los pies de cualquier individuo. Por escéptico que pueda ser. Para comenzar, la hipocresía es la simulación de sentimientos contrarios a los que se tienen ocultos. De la ignorancia, mucho puede decirse. Aunque puede asegurarse que es la carga más pesada que podría soportarse cuando se tiene conocimiento de cuánto aporrea la conciencia. Porque la ignorancia no es tanto por la ausencia del conocimiento, como por el rechazo a aceptarlo. Y de la maldad, cabría decir que es el sentimiento que se vive toda vez que se hace todo lo que no se desea en pos de conseguir el bien del otro. Sino por lo contrario, lo más infame que puede hacerse en contra del otro.

La ecuación que agrupa tan alevosas condiciones es representativa de cuánto daño puede la desvergüenza humana causar a un mundo bastante golpeado en lo moral. Pero, además, tremendamente lastimado en su integridad y espantosamente vapuleado en su bondad y en su orden de proceder las ya complicadas realidades.

También agredido por el resentimiento y el odio contenido en el pecho de quienes han dirigido el retroceso de países envidiados por su cultura, progreso y crecimiento. Venezuela, por ejemplo, es uno de ellos.

La alevosía ha sido otro elemento que ha frenado cualquier rezón que apuesta a resistir el avance de cuanto la hipocresía, la ignorancia y la maldad, se han adoptado como recursos del comportamiento político de muchos de los personajes que se siguen prestando, para cometer cualquier delito y acto de traición posible.

La triada que configuran estos desperfectos del hombre: hipocresía, ignorancia y maldad, abollaron el país al extremo que hasta su geografía alteraron. A su historia, igualmente han buscado deformarla. Su institucionalidad quedó estropeada desde que inventaron aquello de que Venezuela se llamaría “República Bolivariana”. Como si acaso el “bolivarianismo” no fuera componente emocional del torrente sanguíneo del venezolano. Su democracia la violentaron con el auxilio de una ideología tan estrafalaria como extravagante y absurda. Porque dio forma al ejercicio político de quienes fueron dominados por la referida triada.

Tan dramático desastre es lo que ha conducido la forjada combinación de la hipocresía, la ignorancia y la maldad a aferrarse en el retorcido pensamiento de quienes se han arrogado la ridícula condición de “revolucionarios”. Sólo para negar que su derroche de hipocresía, de ignorantes y de maldad, dieron con un Estado “infame”. Y sin duda que entre tropelías y cobardías fue alcanzada tan perversa condición del Estado venezolano.

Construyeron un país con leyes en demasía. Pero sin orden y sin gobierno. Estos mal calificados “revolucionarios”, impusieron la violencia como recurso de intimidación, cuyo colofón ha sido el desastre que le cambió la identidad y el rostro a Venezuela.

Ahora el país está convertido en “tierra de nadie”, dominado por la intolerancia, el hambre, la extorsión y el amedrentamiento. El ejercicio de la política redujo el concepto de gobierno a un vulgar régimen conspirativo, dada su misma condición de usurpador.

Entre argucias y manipulaciones de toda estirpe y categoría, sembraron la cizaña necesaria para jugarse la democracia en apenas “una sola mano”. Y todo pudo lograrse como resultado de la mezcla satánica, que predicadores del odio, consiguieron al procurar acciones que definieron sumando motivaciones que requirieron del concurso de razones que se permanentemente se bandean entre hipocresía, ignorancia y maldad.

SOURCEAntonio Monagas
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