Petro ha perdido peso en el debate venezolano o, más bien, Venezuela ha dejado de ser una prioridad en la agenda del presidente colombiano
JUAN DIEGO QUESADA // EL PAÍS DE ESPAÑA
En sus primeros meses en el poder, apostó prácticamente toda su política exterior a restablecer relaciones con Caracas y a tenderle la mano a Nicolás Maduro para que volviera a la escena internacional y al diálogo con la oposición. Petro ha logrado lo primero, pero lo segundo, mediar en la crisis política venezolana, devora a todos los bienintencionados que creen tener a mano una solución. Él no ha sido la excepción.
El presidente tiene una fe inquebrantable en su poder de seducción. Visitó Caracas varias veces con la convicción de que Maduro, al ver que él le legitimaba con su sola presencia a ojos de los demás países, accedería a regresar a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Frente a frente, en el Palacio de Miraflores, le dijo al sucesor de Hugo Chávez que esa era la mejor manera de honrar la democracia liberal. Maduro no movió un músculo de la cara cuando escuchó la palabra democracia, pero dejó entrever que había alguna posibilidad de que se integrara de nuevo en algunos organismos regionales.
Más tarde, Petro le pidió de corazón que marcara en el calendario la fecha de las elecciones presidenciales venezolanas de 2024. La comunidad internacional espera que el chavismo permita que un candidato opositor pueda disputarle de forma legítima la presidencia a Maduro y en el país se formalice una transición política. Petro pensaba que la mejor forma de llevarla a cabo era de la mano del chavismo. Se alineó con EE UU cuando Washington prometió levantar gradualmente las sanciones siempre y cuando Maduro diera muestras de apertura, como liberar presos o quitar las inhabilitaciones de políticos opositores. El presidente colombiano tenía una hoja de ruta y un final sorprendente en la cabeza. Pensaba que todos aquellos que lo acusaban de querer transformar Colombia en una dictadura castrochavista se iban a quedar de piedra al verle como actor clave de una transición democrática en Venezuela.
No hay que olvidar que él también insistió a Maduro en que debía regresar a la mesa de negociación con la oposición. Por momentos, quiso arrogarse el papel de mediador y desplazar a México y Noruega, pero después se dio cuenta de que era una estrategia equivocada, que era mejor sumar que dividir. México era el camino establecido, el canal oficial. Por eso, la reunión de cancilleres que organizó en Bogotá, con mucha expectación pero un resultado tibio como lo que envuelve a Venezuela, concluyó que lo prioritario era poner fecha al proceso electoral y regresar a la mesa de diálogo.
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