Para muchos en Venezuela estos eventos no están vinculados, pero en el fondo si lo están, porque sin negociación no habrá una elección que tenga algún significado que permita resolver nuestra crisis existencial.
Ir a unas elecciones ilegítimas, sin haber podido obtener condiciones mínimas, es ir a una derrota segura y lo más grave es que ni siquiera sirve como expresión de protesta política, porque lo que vemos es una carrera desesperada de la militancia de los diversos partidos políticos, soñando con lograr una porción del poder que nunca obtendrán yendo como van, cada uno por su lado, en una esquizofrénica lucha por lograr imponerse en una gobernación o en una alcaldía, compitiendo no solo contra el candidato del régimen, sino contra los múltiples candidatos de las diversas organizaciones políticas, e incluso sociales, que coexisten en el país.
Lo lógico, o por lo menos lo sensato, hubiese sido unirse en una sola plataforma electoral y luchar juntos, bajo la sombrilla de la tarjeta de la unidad opositora. Y al mismo tiempo exigir, unidos, en una mesa de negociaciones unas condiciones que, a pesar de vivir en dictadura, permitan enfrentarla con algunas posibilidades reales de éxito.
Pero, lamentablemente, prevalecen intereses sectarios en los que cada uno lucha por su lado y olvidan que el país requiere que sus políticos luchen unidos para recuperar la libertad de Venezuela, no que alguno de ellos ocupe un puesto público insignificante.