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El chavismo y una América Latina que gira a la izquierda

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Aunque el mapa de América Latina se pintará de rojo o rosa en varios países clave, y otros igualmente estratégicos seguirán bajo gobiernos que podríamos llamar genéricamente progresistas, eso no se traducirá automáticamente en 2022 en una solidaridad automática con el chavismo

Andrés Cañizález

Resultados electorales en este 2021 y proyecciones, a partir de encuestas, sobre lo que pueda suceder en 2022, van pintando de rojo (o deberíamos decir de rosa) a la región. En una suerte de movimiento pendular, en América Latina parecen estar de moda de nuevo los gobiernos de izquierda. Aunque a simple vista podría entenderse como una buena noticia para el chavismo, en realidad no lo será del todo.

El chavismo, con más de dos décadas consecutivas en el poder, tiene como aliados muy claros a otros regímenes autoritarios de la región. La triada dictatorial de Cuba, Nicaragua y Venezuela, no es simpática para gobiernos electos democráticamente, salvo cuando quieren hacer enfadar a Estados Unidos y demostrar que son independientes de Washington.

El chavismo no es lo que era en 2008 o 2010, cuando un fortalecido y aún sano Hugo Chávez, teniendo una abultada chequera, impulsó políticamente y financió económicamente a entidades como la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur) o la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac).

Estos espacios de confluencia regional tuvieron un impacto limitado, y una vez fallecido Chávez, y desaparecida la chequera de Pdvsa, sencillamente se convirtieron en organismos fantasmas sin posibilidades de revivirlos como ha quedado en claro con los vanos esfuerzos de México por reanimar la Celac, durante este año.

¿Amigos de Maduro?

El chavismo no sólo perdió a Chávez, cuya personalidad marcó ciertamente el escenario regional por algunos años, tampoco tiene como financiar reuniones grandilocuentes, y, en verdad, salvo excepciones, los líderes latinoamericanos dudan de retratarse junto a Nicolás Maduro, cuyo régimen se ha convertido en el primero de América Latina en ser investigado por crímenes de lesa humanidad, algo sin precedentes en las dos décadas de historia de la Corte Penal Internacional.

A partir de 2019 el chavismo, además, ha sido denunciado con documentos categóricos, demoledores en realidad, por violaciones sistemáticas y masivas a los derechos humanos en los informes tanto de la alta comisionada de derechos humanos de la ONU, como de la Misión de Verificación de los Hechos, compuesta por tres expertos en crímenes de lesa humanidad y con mandato del Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas.

Ha ocurrido en los últimos dos años un cambio importante en la percepción sobre lo que ocurre dentro de Venezuela y para el mundo de la izquierda latinoamericana posiblemente ha sido un factor determinante que dicha documentación provenga, en parte, de una figura emblemática del progresismo latinoamericano como es el caso de la dos veces presidenta de Chile, Michelle Bachelet, quien es la alta comisionada de la ONU.

“El informe de la Alta Comisionada de los Derechos Humanos, Michelle Bachelet, es categórico. En Venezuela hay violaciones graves a los derechos humanos por parte del gobierno de Nicolás Maduro. Esto no puede ser relativizado por la izquierda sino condenado de manera categórica. La defensa de los derechos humanos debe ser universal, indivisible y alejada de cualquier doble estándar”, sostuvo en julio de 2019 el hoy presidente electo de Chile, Gabriel Boric, quien nadie podría señalar de conservador o de derecha.

El triunfo de la izquierda

En 2021 presenciamos el triunfo de un maestro de izquierda en Perú, de la esposa de un otrora aliado del chavismo en Honduras y cerramos el año con la victoria de un ex líder estudiantil que con apenas 36 dirigirá los destinos de Chile a partir de marzo de 2022. Es el giro a la izquierda de la región.

Dos de los tres países con más peso geopolítico, México y Argentina, tienen gobiernos que en líneas gruesas pueden definirse de izquierda. Tienen en común que no se atreven a cuestionar la falta de libertades en Cuba ni siquiera después de la dura represión que siguieron a las protestas del 11 de julio. Pero Venezuela no es Cuba, y en relación con el régimen de Maduro tienen posiciones más taimadas, cautelosas.

Si Boric logra tener autonomía en política exterior, un ámbito en el cual se quiere imponer un ortodoxo Partido Comunista de Chile (que le apoyó en la campaña), posiblemente presenciemos escenas inéditas. Una figura de izquierda pidiéndole cuentas, por violaciones a los derechos humanos, a los regímenes de Cuba. Nicaragua y Venezuela.

Un punto de inflexión posiblemente lo tengamos en el acto de toma de posesión del 11 de marzo. ¿Un presidente electo que asevera tener un “compromiso inclaudicable” con los derechos humanos invitará a su acto de investidura a gobiernos dictatoriales?

En 2022 habrá elecciones en Colombia y Brasil. Ambos países son fronterizos con Venezuela y en ambos lucen como favoritos en las encuestas, en este momento, dos figuras de izquierda: Gustavo Petro y Luiz Inácio Lula da Silva.

Creo que ninguno hará un pronunciamiento público para cuestionar al chavismo, pero eso no deberá traducirse como que serán gobiernos aliados del chavismo. Tanto Petro como Lula da Silva tendrán serios desafíos internos que, en caso de ser electos, les llevará a dejar la política exterior en un segundo plano.

Mi pronóstico va en esta dirección. Aunque el mapa de América Latina se pintará de rojo o rosa en varios países clave, y otros igualmente estratégicos seguirán bajo gobiernos que podríamos llamar genéricamente progresistas, eso no se traducirá automáticamente en 2022 en una solidaridad automática con el chavismo.