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Monseñor Antonio María Durán, ante todo un hombre de Dios | por Ricardo Hospedales

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El jueves 19 de julio de 1917 –se cumplieron 107 años– en horas de la mañana, el cadáver de Antonio María Durán, Obispo de Guayana, fue trasladado en procesión fúnebre, desde el Palacio episcopal, hasta la Iglesia Catedral. El cortejo, presidido por Mons. Sixto Sosa, Administrador Apostólico de la Diócesis, fue acompañado por una multitud que plenó las calles circundantes a la Plaza Bolívar, como lo hicieron en la “Capilla Ardiente”, en la residencia obispal, desde el día 16, cuando falleció el prelado.

Mons. Durán, nació en Trujillo el 17 de junio de 1889. El Obispo de Mérida, Juan Hilario Boset, le ordenó sacerdote en 1862. Ejerció su ministerio en Caracas y Barquisimeto, antes de ser ordenado obispo en Caracas, el 6 de diciembre de 1891, por el Arzobispo Críspulo Uzcátegui, llegó a Ciudad Bolívar a principios de febrero de 1892.

Por más de dos décadas, realizó múltiples y variadas obras pastorales, entre las cuales podemos mencionar: Consagración de la Catedral de Ciudad Bolívar (1896), su viaje a Roma para realizar la Visita “Ad limida”, y participar en el Concilio Plenario Latino Americano, convocado por el Papa León XIII (1899), y la Coronación Canónica de la imagen de la Virgen del Valle en Margarita, como legado del Papa Pío X (1911). Pero el elemento más resaltante de su dilatado episcopado, y que le mereció el respeto y admiración de todos, fue su extrema “Caridad”, El Padre Guevara Carrera dijo que era: “La Caridad hecha hombre”.

En sus Bodas de Platas Episcopales, Mons. Sosa lo llamó: “Manso Pastor que ha sembrado por doquiera la buena semilla del Evangelio, y tiene conquistada la gratitud de sus hijos por los beneficios que a manos llenas les ha dispensado”. En semejante ocasión, un “Súbdito y Admirador”, que lo nombró: “El ángel del río Orinoco” y “Padre de los pobres de Ciudad Bolívar”, publicó en la prensa local y en Barquisimeto, lo siguiente: “su bien formado corazón, lleno de caridad y compasión, socorre a todo el que acude a él, implorando protección; jamás despachó a pobre alguno sin ser consolado. Habiendo llegado el caso de dar lo que tenía para alimentarse aquel día, y a la hora de comer verse obligado, por necesidad, a buscar la comida en casa de algún amigo”.

A las 12:20 m. Mons. Sosa, celebró la Misa de réquiem; y el Pbro. Antonio Arenas, Párroco de la Catedral, pronunció la oración fúnebre, y entre otras cosas dijo: “El palacio Episcopal, fue la hospedería del peregrino, el consultorio del afligido y la limosnearía de los pobres y necesitados”. “Nuestro Reverendo Obispo fue ante todo un hombre de Dios, que suplió la fastuosa elocuencia de la palabra por la más persuasiva del ejemplo, que al artificioso adorno retórico, en sus pastorales predicó el lenguaje familiar de un padre que habla con sus hijos”.

También ensalzó su austera vida, señalando que: “de limosnas es el sudario que envuelve sus restos”. Y finalizó con la rogativa: “Sea acogida su alma en el seno de un Dios justiciero. Reposen sus despojos mortales esperando venturosa resurrección”.

Despedir a su obispo, fue un hecho inéditos para los guayaneses (habían trascurrido 113 años desde el deceso de Mons. García Mohedano en 1804).

Ricardo H.
19.07.2024