Américo Fernández
Al principio, la ciudad no era más que una simple villa con el resonante título de Capital de la Provincia de Guayana que los siglos y las circunstancias se encargaron de dignificar en una dimensión socialmente dinámica e histórica en todas sus facetas existenciales
Al principio fue la ciudad colonial iniciada el 21 de diciembre de 1595 cuando el segoviano don Antonio de Berrío echó las bases en tierra de los guayanos en el Bajo Orinoco para que la provincia que él había tomado en nombre del Rey de España, Felipe II, conforme a los procedimientos rituales, el 23 de abril de 1593, tuviese una capital o centro político-administrativo.
Pero esta ciudad capital edificada desde la orilla del río hasta la cumbre de un cerro coronada por un convento de franciscanos, transformado luego en fortaleza, no tuvo suerte. Acosada por corsarios y piratas de las naciones rivales de España, se le planteó una vida errante o de transferencia de su población y autoridades de un lugar a otro, ya a orillas del Caño Usupamo en el vértice del Delta, como más al occidente de las bocas del Caroní y final y definitivamente en la Angostura del Orinoco.
Esta vida errática duró más de una y media centurias, vale decir, hasta el 22 de mayo de 1764 que la Capital terminó de ser mudada con el nombre de Santo Tomás de la Guayana en la angostura del Orinoco o simplemente, Angostura. Antes había sido connotada con el nombre del Usupamo y del Santísimo Sacramento. Pero desde 1846 el nombre de Angostura fue sustituido por el de Ciudad Bolívar en homenaje al Libertador que vivió en ella todo el tiempo requerido para emprender definitivamente la Independencia de Venezuela, Nueva Granada y Quito.
En la angostura del río, casi en los términos del Orinoco Medio, aunque mucho más alejada de la puerta hacia el Atlántico, la capital de la provincia halló para siempre su estabilidad. Nunca más la molestaron corsarios y piratas y bajo ese clima imperturbable pudieron los gobernantes realizar su obra de colonización dirigida a toda la provincia de acuerdo con las previsiones y estrategias concebidas como resultado de la Comisión de Límites.
Luego vendría otro conflicto en la evolución dialéctica de la capital: la revolución independentista iniciada el 19 de abril de 1810 en la hermana provincia de Caracas y la cual se materializó en Guayana en julio de 1817 cuando tras la Batalla de San Félix ganada por el general Manuel Piar, las tropas patriotas entraron triunfantes en Angostura luego de un cerco militar que implacablemente fueron estrechando.
Los patriotas con la provincia de Guayana en sus manos, declararon a la Angostura centro de los Poderes Supremos de la República. La ciudad orinoquense llegó a ser triple capital a un mismo tiempo: Capital de la provincia, capital de Venezuela y capital de la Gran Colombia. Esta condición de triple capital imprimió una inusitada actividad social, militar, política y económica a la ciudad, pero sólo duró hasta poco después de la Batalla de Carabobo cuando la capital de Venezuela se reubicó en Caracas y en Bogotá la de Colombia.
A partir de la Constitución del 30 de agosto de 1821 sancionada en la villa de Nuestra Señora del Rosario de Cúcuta, la ciudad quedó integrada al Departamento Orinoco dependiente directamente de Colombia. Empezó para la ciudad, dentro de esta nueva jurisdicción, una vida de reajuste y reacomodo, adaptada a una realidad menos circunstancial, vale decir, a su propia realidad. Fue como un recomenzar, costoso y demorado, pero dentro de otros parámetros signados por una libertad de comercio a todas luces inexistente en el curso de la etapa colonial, pero muy pechada por los impuestos de la guerra que se había extendido hasta el Sur. Los altos impuestos y el nombramiento de ciertos gobernantes autoritarios provocaron sublevaciones internas que afectaron el crecimiento de la ciudad.
Podríamos decir que fue a partir de la superación de los conflictos que dieron lugar a la separación de Venezuela de la Gran Colombia y de la introducción de la navegación de vapor, que la ciudad comenzó a experimentar otro modo de vida más democrático y con mayores perspectivas de avance.
La ciudad comenzó a reafirmarse en sus propios valores estratégicos en función de los potenciales recursos económicos de la provincia y en un interregno de reflexión patriótica, los citadinos realizaron una convención para inaugurarse con otro nombre que dejará atrás el de Santo Tomás de la Angostura, de reminiscencia colonial. Así adoptaron el de quien había significado para América un cambio de destino más profundo y emancipado.
Con la iniciación de la mitad del siglo diecinueve, la ciudad perfila su destino de centro de recepción, distribución y exportación de todo cuanto se produce bajo el arco sur orinoquense. Su puerto fluvial fue adquiriendo importancia semejante a la de otros puertos del país como La Guaira y Puerto Cabello.
Por este puerto fluvial de la Angostura que iba desde La Carioca hasta La Cerámica, se exportaba oro, sarrapia, balatá, caucho, plantas medicinales, curtiembres, plumas de garza, dividive, ganado en pie y se importaba de Inglaterra, Países Bajos, y Alemania, mercancía seca, enlatados, licores, delicateses y hasta ciertas costumbres que se afincaban a través de los hijos de la gente con posibilidades, los cuales iban a educarse en la propia Europa o sus colonias en América.
Desde la Guerra de Independencia hasta la primera década del presente siglo veinte, se registraron importantes corrientes migratorias muy selectas que imprimieron una dinámica mercantil trascendente a la capital. Aquí en la ciudad hubo colonias muy definidas, de ingleses, alemanes, italianos y corsos. Hombres de empresas que nunca se quedaron egoístamente en la esfera de sus negocios, sino que fueron siempre activos agentes del progreso urbano, social y económico de la ciudad.
La ciudad capital prácticamente se reducía a un gran cerro o colina de suaves declives y ondulaciones, sin desdeñar, a pesar de lo difícil, el clásico trazado ortogonal de las grandes ciudades. Sobre este cerro donde estamos ahora, de 67 hectáreas de la Formación Mesa, se levantaron casas de gruesos muros que parecían fortalezas, casas altas y de azoteas, grandes ventanales, balcones y celosías, casi siempre buscando al río y la dirección del viento.
La ciudad hasta muy avanzado el siglo XX, no se atrevía a edificar en las mesas o zonas planas, por temor a las periódicas crecidas del Orinoco, que no pocas veces convirtieron a la ciudad en una muy singular isla.
Las afueras de la ciudad eran francos arenales, morichales, espacios rurales con casas de campo que luego se transformaron a partir de la inauguración de la avenida Táchira en 1941, en zonas de ensanche que adquirieron un intenso y continuo desarrollo urbano apenas se asomaron por el norte del Orinoco los yacimientos petroleros y por el Sur los grandes depósitos de hierro del Pao, San Isidro y La Paría que terminarán cambiando el destino de la ciudad.
Ciudad Bolívar fue tomada como plataforma de lanzamiento de las operaciones de exploración y prospección de esos yacimientos que contribuyeron a incrementar su ritmo de vida en muchos aspectos. Pero esto fue circunstancial, por lo menos hasta que se consolidaran pueblos más próximos a los yacimientos como El Tigre, El Tigrito, Anaco y Cantaura, al Norte; y por el Sur, Ciudad Piar, Puerto Ordaz y finalmente la gran Ciudad Guayana que en la actualidad sobre dobla la población de la ciudad capital.
Hasta 1961, Ciudad Bolívar mantuvo supremacía poblacional en el Estado y toda la Región Guayana. El Censo de ese año marcó para todo el Estado, territorialmente el más grande de Venezuela, 213.543 habitantes y 63.266 Ciudad Bolívar. El Distrito Caroní todavía estaba en pañales pues acusó apenas 29.497 habitantes.
En el Censo de 1971 cambió notablemente la demografía al poner en evidencia lo que empezaba a ocurrir con Ciudad Bolívar. Toda la población activa que se desplazaba hacia la Zona del Hierro, más la proveniente de fuera, duplicó la población general del Estado, quintuplicó la de Caroní mientras la de Ciudad Bolívar quedó rezagada con un crecimiento muy por debajo del municipio Caroní.
Esta situación se agravó cuando Ciudad Guayana se perfiló como gran centro industrial y energético. Entonces hubo que repensar a la capital como ciudad complementaria de la ciudad industrial. La salida propuesta consistió en reforzarla como centro de los poderes públicos regionales y dependencias del Poder Nacional, sede del comando general de la fuerza militar, ciudad universitaria y cultural, ciudad histórica y residencial y en razón de su de arzobispado, capital espiritual metropolitana de Oriente.
Siguiendo ese lineamiento, se construyó la autopista Ciudad Bolívar – Ciudad Guayana que ha acortado la distancia del tránsito vehicular y logrado una mayor cohesión urbana; se construyó el Puente Angostura sobre el Orinoco, enlace carretero de Guayana con el resto del país; se amplió y mejoró el aeropuerto local de importancia militar y comercial, se construyó el Núcleo Universitario del la UDO, se empezó aunque sin un programa de continuidad la red principal de drenaje de aguas de lluvias, se consolidó la Zona Hospitalaria, se trató de revitalizar el centro político y administrativo de la región, se jerarquizó su red vial haciéndola más coherente y articulada sobre un eje mayor formado por la vía del Puente, avenida República, avenida Jesús Soto, avenida Upata, avenida Libertador y la perimetral que lamentablemente ha sido rebasada por las invasiones incontrolables, causa permanente de la dispersión, la baja densidad poblacional y la escasez de los servicios. Y finalmente se emprendió una política de conservación y revitalización del centro o casco urbano como atractivo cultural y turístico dada sus singulares características morfológicas y tipológicas además de su gran frente de agua y su significación determinante dentro del proceso emancipador de Venezuela.
En esa hermosa tarea nos acompañó desde 1976 el doctor Rafael Armando Rojas, Comisionado de la Presidencia y Presidente de la Junta Nacional del Patrimonio Histórico y Artístico de la Nación, quien viajó a Paris para solicitar ayuda de la UNESCO, tanto técnica como económica, lo cual no fue posible en razón de que quienes dirigían este organismo consideraban que “Venezuela, por su condición de gran productor petrolero, es un país rico”.
No obstante, los citadinos siguieron luchando y aprovecharon luego dos grandes coyunturas históricas: el Bicentenario del Natalicio del Libertador y el Quinto Centenario de América que hicieron posible logar importantes aportes técnicos y económicos para la gran empresa de rescatar y revitalizar el Casco Histórico, como homenaje a la ciudad que lleva el nombre del Libertador y como premio a una de las pocas ciudades iberoamericanas cuyo centro histórico había podido sobrevivir a los embates del desarrollismo iniciado en los años 60 con un proceso de destrucción, sustitución y ruptura que condujeron en muchos casos a la desaparición total de los Centros Históricos de ciudades como Caracas, Lima y Bogotá..
No obstante el diagnóstico que se hizo, el Casco Histórico de Ciudad Bolívar sólo presentaba intacto en sus 1.208 inmuebles censados, un 16 por ciento de las edificaciones tradicionales. El 51 por ciento sustituido y el 33 por ciento de los inmuebles restantes con alteraciones importantes, pero corregibles.
El trabajo socio-económico reveló una población de casi 5 mil habitantes, los menores de 30 años predominantemente mujeres y nativos de la ciudad, mientras que los habitantes más viejos eran inmigrantes árabes. Más mujeres que hombres como cabezas de familias y el 40 por ciento de la población económicamente activa trabajando por cuenta propia.
Aparte de las alteraciones y sustituciones contribuían a configurar el proceso acelerado de deterioro del casco urbano, las casas en ruinas y abandonadas, la escasez de áreas verdes y la falta de sitio para estacionar vehículos. De manera que la propuesta de revitalizar el centro, debía tomar en cuenta todo ese cuadro con sus respectivas variantes y así se inició en 1987 un trabajo que anual y progresivamente recibía importantes aportes del Gobierno Regional, del Instituto de Cooperación Iberoamericana y del Fides últimamente.
El proceso de revitalización integral comenzó con la continuación puntual de recuperación y restauración de inmuebles de valor histórico y arquitectónico que se había iniciado en 1964 con la Casa de San Isidro, la casa del Correo del Orinoco, la Casa donde se reunió el Congreso de Angostura, la Catedral, la Cárcel Vieja y el Fortín del Zamuro y prosiguió dentro de un concepto más global de conjunto con la ejecución de varios proyectos de intervención, hasta ahora la mayoría realizados y otros todavía inconclusos o no iniciados.
Entre tales proyectos concebidos en función de la revitalización del Centro Histórico están concluidos el Parque Mirador Angostura, la reestructuración de La Escalinata, la reestructuración de la Plaza Miranda, la Plaza Arismendi en Santa Ana y Casa de los Tribunales en la calle Dalla Costa. No iniciados o inconclusos están los proyectos de restauración de la Casa de Tejas y conversión de El Zanjón en un parque de aventuras, la recuperación de la calle Venezuela, recuperación de las Galerías del Paseo Orinoco, la reestructuración de ese adefesio llamado Bulevar Bolívar, la recuperación de La Plaza Farrera, la recuperación de los techos de las manzanas, peatonización del Cuadrilátero Histórico o calles de la Plaza Bolívar y reestructuración de El Capitolio que es uno de los edificios emblemáticos del siglo diecinueve construido por el ingeniero polaco Alberto Lutowski, malogrado hoy por la aventura de adosarle un edificio moderno de alto contraste que contradice las normas de urbanismo que la Municipalidad sancionó en 1987 La falta de continuidad administrativa ha hecho posible en algunos casos introducir un nuevo lenguaje arquitectónico al igual que en los terrenos vacuos por demolición o desplome de inmuebles, levantar edificios de arquitectura diametralmente opuesta a la tradicional, no solamente en estilo sino en volumetría y escapándose de escala y contexto ambiental.
Esto de los proyectos en función de la revitalización del casco histórico que se hallan inconclusos o no iniciados y los edificios mal intervenidos en un 33 por ciento, conforman una realidad preocupante que los gobiernos, cualquiera sea su sino, deben revisar y enderezar conjuntamente con la alcaldía si se aspira que la UNESCO declare el Casco Histórico Patrimonio Cultural de la Humanidad.
Asimismo, deben preocuparse por reactivar el programa que en consonancia con la estructura económica de Ciudad Bolívar se propuso la CVG a través de la extinta Produrgca, a fin de explotar racionalmente sus recursos humanos y materiales con miras a incrementar el nivel de empleo, y por consiguiente, elevar el ingreso total per capita de la ciudad, haciéndola más independiente del situado constitucional.
La parcelación Los Farallones, con todos los servicios, destinada a pequeñas y medianas industrias, virtualmente sepultada bajo la maleza debido a la falta de promoción o porque en definitiva Ciudad Bolívar no ofrece atractivo para los inversionistas industriales, debe ser de alguna manera reactivada, aunque ya hemos visto con la Fábrica de Tractores un interés gubernamental en ese sentido.
Pero bien, en medio de todo, debemos convenir que esta ciudad nació y dio sus primeros pasos entre el Usupamo y esta parte donde se angosta el Río. Aquí, jugando al escondite de corsarios y piratas, se refugió y creció hasta ser hoy estas casas y esta gente que mucho, poco o nada saben del ayer, pero que, en todo caso, lo presienten en la exacta medida de su ancestro.
Ayer fueron días sin prognosis, pero de muchas expectativas porque la muerte asomaba con el bucanero en cada recodo de la inmensa corriente que más que un bienhadado río del Paraíso, como creía en sus especulaciones míticas el misterioso Almirante, parecía el Leteo en incomprensibles circunstancias.
Hoy, sin embargo, podemos afirmar que la Ciudad cambió su suerte, gracias a Solano, a Carlos III, a don Joaquín Moreno de Mendoza y don Manuel Centurión Guerrero de Torres, porque José de Iturriaga por déspota no cuenta. Gracias a ellos se pudo armar el trípode de la voluntad que hizo posible la permanencia.
Actualmente somos otra cosa sin perder la huella que el alarife cuida y repara con orgullo. La Ciudad, ciertamente, ha crecido sin perder su rastro ni el horizonte del río. Permanece y mira desde lo alto de El Vigía cómo hormiguean los interminables caminos de su existencia y cómo en cada pausa han nacido otros pueblos incluso más grandes y robustos que la propia madre que si bien tuvo una placenta aborigen, paño de parto no dejó de ser el manto misionero.
El CASCO HISTÓRICO donde y desde hace 259 años, la ciudad comenzó a vivir en comunidad ha sido soslayado no obstante ser Patrimonio Cultural de la Nación. El programa integral de revitalización del Casco Histórico o centro urbano de Ciudad Bolívar, iniciado conforme a una Ordenanza Municipal luego que fue declarado Patrimonio Cultural de la Nación, se halla paralizado, podríamos decir, todo el tiempo que lleva el actual Gobierno al iniciarse el año 2000. Una verdadera antilogía: La ciudad que lleva el nombre del Bolívar que tanto veneran quienes se llaman y se hacen llamar “bolivarianos”, es soslayada en su atractivo histórico más importante, incluso exaltado por el Primer Encuentro Cultural de las Américas.
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