La regla de oro, para tejer una red de contactos personales, rica en capital social de alta calidad, es increíblemente sencilla: “Dar para recibir”; es bíblica, además. Podemos verlo, con claridad, en las enseñanzas del sociólogo Brian Uzzi (2008), al centrarse en el manejo de la información privada (muchas veces confidencial) que circula en nuestras redes de contactos, basada en la confianza y producto de las relaciones interpersonales. Estas transacciones sociales ocurren en nuestra vida diaria, personal y profesional, a través de las interacciones fundamentadas en la pluralidad de los individuos que integran la red y en el poder derivado de la estructura social.
Como vemos, la regla de oro antes referida tiene mucho sentido, porque la cantidad y calidad (diversidad) de la información que circule en nuestra red personal dependerá en buena medida de nosotros mismos, al compartirse ese capital social entre los actores, con base en la confianza interpersonal. Cumplidas las premisas de la confianza, la diversidad y la estructura facilitadora de oportunidades, sólo faltaría que los líderes realicen funciones de promoción, colaboración e intermediación, para que se genere y acumule capital social de calidad, en la red. Si todos en la red piensan igual, es porque no existe diversidad y el capital social, en consecuencia, será bajo. Debe haber un balance entre confianza y diversidad, la cual incrementa con el número de puentes que logremos crear entre grupos o comunidades, integrados en nuestra red personal, pues sólo se desean construir “lazos débiles” de amistad.
La mejor manera de promover la participación de una gran diversidad de personas y opiniones, es generando actividades que luego logren enmarcarse en proyectos de interés colectivo. Con tan solo compartir, en actividades sencillas y de corta duración, se está promoviendo la creación de capital social e invitando a la conformación de una red de amigos, con intereses comunes, y con quienes pudiésemos estar interactuando en distintos escenarios, inclusive geográficamente muy separados. Esta función la cumplen los llamados “promotores” y su rol es conocer gente, sin establecer mayores compromisos, pues sólo se desean construir “lazos débiles” de amistad.
Para consolidar nuestra red personal debemos crear grupos o equipos de trabajo (proyectos), cuyos integrantes han de compartir “lazos fuertes”, basados en la confianza interpersonal. Esta función la cumplen los llamados “colaboradores” y su rol es primordialmente mantener espacios sociales y no crear nuevos, función esta de los promotores. Aun cuando no se caracterizan por la diversidad, estos cliques (como también se les conoce), son importantes para generar la suficiente cohesión social en la red y garantizar su integridad. De otra parte, las destrezas de los actores sociales, representadas en los distintos grupos que logren crearse en la red, deberán repetirse y, en lo posible, complementarse como medida de seguridad (aumentando con ello su fidelidad), ante posibles eventos hostiles que pongan en riesgo al sistema social en su conjunto.
Con la Tecnología Social SAI es posible coordinar las actividades diarias de los promotores y colaboradores, además del importante trabajo de los “intermediadores”, quienes a través de una combinación de “lazos débiles y fuertes” entretejen a los distintos equipos de trabajo. Como podemos ver, es con promoción, colaboración e intermediación que una red personal es capaz de construir capital social. Finalmente, por extensión, múltiples redes personales, al ser creadas por otros individuos u organizaciones, e integrarse, permiten realizar proyectos generadores de capital social colectivo, en las comunidades, organizadamente y con propósitos bien definidos.
Referencia:
Uzzi, B. (2008). Keys to understanding your social capital.
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