Rosalía Moros de Borregales/Analitica.com
Ciertamente vivimos en un mundo en el cual se han logrado grandes avances en todas las esferas de la sociedad. El ser humano ha explorado hasta los lugares más recónditos del planeta, exponiendo ante la vista de todos las más maravillosas obras de la naturaleza. Hemos sido capaces de grandes avances tecnológicos que nos han permitido desde el uso de los recursos más escondidos y pesados como el petróleo hasta la capacidad de comunicarnos en el instante de un pestañeo con personas a miles de kilómetros de distancia, aún fuera de la órbita de la Tierra.
Sin embargo, vivimos tiempos en los cuales la maldad se ha recrudecido hasta tal punto que pareciera que la norma de la violencia de tiempos antiguos, el ojo por ojo y el diente por diente permanecieran arraigadas en el ADN de muchos. Por una parte, podríamos decir que la humanidad ha logrado conquistar al mundo que nos fue dado para beneficio propio. Pero, por otra parte, pareciera que lo único que no hemos logrado conquistar es ese lugar donde se gestan las más cruentas batallas o los más nobles gestos y acciones del ser humano, el corazón.
¿Cómo podríamos llegar a someter las más bajas pasiones, el egoísmo, el odio y el desatado deseo de hegemonía sobre otros, alejados del autor de la vida, del creador del universo y el dador de toda buena dádiva? Imposible, el hombre por el hombre sólo puede destruirse. Es necesario agregar a Dios a la ecuación de nuestras vidas. Porque el ser humano inspirado por la luz divina movido por el amor más grande de la historia, el amor de la cruz del calvario y dirigido por la voz del Espíritu Santo se convierte en el instrumento más sublime excelso al servicio de la humanidad.
¿Cómo lograr que cada ser humano pueda desarrollarse de tal manera que se convierta en las manos de Dios para bendecir esta Tierra? Solo hay un lugar donde esto puede suceder. Ese lugar no está fuera de nuestro alcance. No necesitamos de avanzadas tecnologías para extraer de allí los más preciados recursos para nuestra vida. No necesitamos de ninguna clase de armas para que las voluntades de los que allí viven puedan estar al servicio de unos y otros. Es un lugar diseñado por Dios para enlazarnos con su corazón. Es una fuente de sabiduría y amor. Es el seno de la familia, es tu perla preciosa.
¿Cómo estamos cultivando esa perla? En el evangelio según Mateo 13: 45-46, habla Jesús refiriéndose al reino de los cielos les dice: “También el reino de los cielos es semejante a un mercader que busca buenas perlas y habiendo hallado una perla preciosa fue y vendió todo lo que tenía y la compró.
Hoy, quisiéramos semejar esta perla, una perla preciosa, a la familia. La familia es la institución que Dios creó desde el principio para cumplir su propósito, para establecer el reino de los cielos en medio de nosotros; es decir, su voluntad. La perla es un molusco y cada vez que este molusco atrapado en su concha se abre para tomar el agua del océano, ésta arrastra hasta su interior granitos de arena y pedacitos de coral rotos, los cuales le producen irritación. Entonces, el molusco segrega una sustancia blanquecina y brillante llamada nácar.
El nácar sepulta y envuelve a las partículas agresoras por completo. Con el pasar del tiempo, cada vez que el molusco abre su boca y entra una nueva partícula extraña se repite el mismo proceso. Después de muchas capas de nácar se forma la perla. ¿Cómo estamos nosotros formando la perla de nuestra familia? ¿Estamos produciendo ese nácar cada vez que nuestra familia es sometida a una agresión?
Si cada vez que respondemos a uno de los integrantes de nuestra familia y aún a las personas que están fuera de nuestro ámbito familiar, lo hacemos con algún tipo de agresión estamos produciendo en nuestro organismo una sustancia llamada Cortisol, denominada la hormona del estrés. Esta sustancia es responsable de procesos de alteración y deterioro de nuestro organismo. Por el contrario, cuando cultivamos una manera sosegada, razonada y apacible de responder ante la agresión estimulamos la segregación de una sustancia llamada Dopamina.
La Dopamina ha sido denominada la hormona de la felicidad. La misma que segregamos cuando hacemos ejercicios, cuando como acariciados por un ser amado, cuando recibimos un abrazo, cuando recibimos un regalo, cuando tenemos éxito en nuestros proyectos, cuando vivimos eventos hermosos y experimentamos sentimientos nobles y hermosos. Esta es la hormona que segregamos cuando tenemos relaciones que nos proporcionan amor, ternura y nos hacen vivir momentos agradables.
¿Cuál es el camino que estamos tomando para formar nuestra perla preciosa? ¿Estamos produciendo el nácar? o ¿estamos respondiendo con violencia?
He aquí algunos versos que quisiera compartir con Ustedes:
“La blanda respuesta quita la ira, más la palabra áspera hace subir el furor?
Prov. 15:1.
“Panal de miel son los dichos suaves; suavidad al alma y medicina para los huesos”: Prov. 16:24.
“Antes del quebrantamiento es la soberbia, y antes de la caída la altivez del espíritu”. Prov. 16:18.
La irritación que causan todos estos factores externos que se cuelan y penetran en tu hogar son, como para el molusco, todos esos granitos de arena o partículas del coral roto que entran a la concha cuando ésta se abre para alimentarse. Pero, a diferencia de nosotros que segregamos cortisol en cada mirada fulminante, en cada grito e insulto, en cada gesto de indiferencia y con cada acto de violencia, a causa de la irritación el molusco segrega esa sustancia blanquecina y brillante que conocemos como nácar, cubriendo cada partícula que le ocasiona dolor.
Luego, al cabo de unos años, la causa de la irritación ha sido sepultada en esas blanquecinas capas de nácar que la transforman en una perla preciosa. Son pequeños actos de amor cada día los que van afianzando tus pensamientos en lo bueno, lo noble, lo puro, lo virtuoso, lo alegre. Es decidir responder con la palabra amable, dulce como la miel. Es guardar silencio ante la inminencia de abrir el chorro amargo de las descalificaciones. Es estar presentes con la consciencia, abrazar con el corazón cuando se demanda tu atención, es aprovechar la ocasión para permitir que tu mirada transmita el mensaje del amor, mientras tus hijos o tu cónyuge te hablan. Es el lenguaje de la piel, la caricia suave que consuela el alma y también el abrazo de oso que alegra el corazón.
Es practicar el arte de la paciencia, visualizar el efecto de cada capa de nácar con el pasar de los días, es un proceso de restauración, son las posibilidades del amor.
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