“Pa’ Barranquilla me voy”, solía pregonar Billo con su orquesta, cada vez que se acercaban los carnavales de esa importante ciudad colombiana bañada por el Atlántico.
“Barranquilla”, barrunto que es el diminutivo de barranco, de un barranco acaso hecho por el río Magdalena a cuyas riberas se sembró la ciudad de carnavales pomposos que además cuenta con un puerto industrioso. De allá, nos viene Shakira con sus cadenciosas caderas millonarias colmadas de los tributos que le reniega a la Madre Patria, y nos viene también con su máscara de carnaval (“el carnaval del mundo engaña tanto / que las vidas son breves mascaradas / aquí aprendemos a reír con llanto y también a llorar con carcajadas”) dice el poema del payaso Garrik. De allá nos vino con su máscara de muchacho bueno. Alex Saab, cuyo apelativo de origen árabe coincide con el del Fiscal del Ministerio Público. No sé por qué he de suponer también que fue él, seguramente pariente, quien lo introdujo en el Huerto de Miraflores donde cosechó buenos frutos. Frutos que a la larga se ablandaron cuando maduraron y gotearon sobre tierra mal arada. Dicen que dicen que allí Alex Saab aprendió mucho. Tanto que superó al pariente y por eso el vulgo jugaba con su apellido: “saabe mucho”. Saabe mucho más que el otro Saab que debería salvarse repitiendo la socrática máxima: “sólo sé que nada se”.
Lo cierto es que el hombre, como pez, cayó en las redes del pescador del Norte y que el Gobierno dueño del huerto, pagó a un bufete internacional 170 millones de dólares para su defensa, millones obtenidos de la misma caja que sirvió irónicamente, los 20 millones para pagar octubre y un mes de aguinaldo a jubilados y pensionados del IVSS. Alex tenía hasta un avión particular en el que se desplazaba su segunda esposa la modelo italiana de 25 años, Camila Fabri, que ahora vacila, cabila y FABRIca su defensa ante la Justicia de su país que la investiga por tráfico ilegal de oro, lavado de dinero y malversación de fondos. “Una Guaráa” dijeran los barquisimetanos. (AF).