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Oscar Noya: del cielo al infierno del control de enfermedades | por Carolina Jaimes Branger

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El director del Laboratorio de Malaria del Instituto de Medicina Tropical hace un diagnóstico de la salud pública en Venezuela: «la situación está muchísimo más grave y el control de todas las enfermedades está por el piso»

Carolina Jaimes Branger

Conocí al doctor Oscar Noya hace unos 10 años, cuando llevé a mi hija Irene al Laboratorio de Malaria que él dirige, adscrito al Instituto de Medicina Tropical de la Universidad Central de Venezuela. Irene había contraído el paludismo cuando trabajaba como voluntaria en Mozambique. Médicos amigos que lo conocían me aseguraron que no había nadie mejor que él en el país para tratarla, y como mi papá había sido durante buena parte de su carrera investigador en el Instituto de Medicina Tropical, no dudé ni un segundo. Cuando busqué en Google su hoja de vida, me quedé impresionada de todo lo que había estudiado, de todos los premios y honores que le han sido otorgados, siendo el Lorenzo Mendoza Fleury el último, en junio de este mismo año.

A las siete de la mañana de un lunes (Irene había llegado a Venezuela el domingo por la noche) llegamos al Instituto, dispuestas a permanecer allí el tiempo que fuera necesario. No tuvimos que esperarlo: él ya había llegado. Su serenidad me calmó. Yo estaba muy preocupada porque el plasmodio que hay en Mozambique, el falciparum, es uno de los más peligrosos de los que transmiten la enfermedad, porque siempre está activo. La examinó acuciosamente, leyó los reportes que traía de África y me aseguró que la enfermedad había sido atajada a tiempo y de manera adecuada.

Con el doctor Oscar Noya, en esta oportunidad -cuando también lo entrevisté para el canal EVTV de Miami- conversé sobre el repunte de muchas enfermedades tropicales ya erradicadas, como es el caso, justamente, de la malaria. Venezuela fue el primer país en América del Sur en erradicarla. Y hoy, en el siglo XXI, es el país con mayor cantidad de casos en el continente. Le pregunto a qué se debe este retroceso tan desolador.

-Cuando el doctor Gabaldón supo que estaba enfermo -tenía un cáncer- me pidió que me encargara del Laboratorio de la Malaria. “Te necesito aquí”, me dijo. “Porque la malaria va a volver a ser un grave problema en Venezuela”.

Foto cortesía

– ¿Qué sabía Gabaldón que pudo predecir que volvería la malaria?

– Gabaldón conocía muy bien cómo se manejaba la salud en Venezuela. Era un hombre con una extraordinaria formación académica y se dio cuenta de que los ministerios se estaban llenando de gente con ambiciones políticas, pero cuyas capacidades técnicas eran limitadas.

Hoy en día no digo nada, solo que la situación es muchísimo más grave. Los cargos están en manos de personas que no tienen las competencias. Hay otro aspecto, que tiene que ver con la Ley de Descentralización Administrativa, con la que estoy de acuerdo, pero para el caso de la vigilancia epidemiológica y control de enfermedades, no debería aplicarse y pongo el caso de los Estados Unidos, que es el país más descentralizado que hay, donde nunca descentralizaron el control y la vigilancia de las enfermedades.

En Atlanta está el CDC, Center for Disease Control, que tiene una gran capacidad operativa. Si hay un brote de encefalitis, por ejemplo, en el Estado de Louisiana, ellos averiguan si el estado está en capacidad de controlar el brote. Y si el estado no es capaz, ellos de inmediato asumen el control. Es un problema de seguridad nacional.

En Venezuela el centro de control estaba en Maracay, formado por los profesionales mejor preparados. Pero cuando se produjo la descentralización, todo se desmanteló. La vigilancia y control epidemiológico -que ha debido quedar en manos del Ministerio de Sanidad, pasó a manos de los estados. Está bien que los gobernadores y los alcaldes administren los hospitales y los ambulatorios, pero no llevar el control epidemiológico y su vigilancia. Cada estado empezó a hacer lo que mejor les parecía a los burócratas, en algunos se establecieron oficinas, en otros hicieron fundaciones, pero ninguna resultó.

Los resultados están a la vista. Desarticularon todo el sistema ¿Por qué? Porque quienes nombraron no tenían, repito, las competencias para manejarlo. El remate es el aumento de la minería ilegal: en los estados del sur y del oriente hay una anarquía y ahí es donde hay las mejores condiciones para la transmisión por la biodiversidad. Minerven progresivamente permitió la minería ilegal -donde hay grupos armados nacionales e internacionales que se llaman sindicatos- y hemos perdido la soberanía en esos lugares, porque el propio Estado abandonó las minas como Brisas del Cuyuní y Planta Perú, que estaban organizadas técnicamente. En esos lugares están presentes todos los vectores de transmisión. Y las personas que van a trabajar allá, cuando regresan a sus casas, no solo llegan enfermas, sino que transmiten la enfermedad a sus familiares.

– ¿Hay cifras de cuántos casos de malaria existen actualmente?

– Desde hace años, el Estado venezolano no publica el boletín epidemiológico y eso es gravísimo. Pero hay datos que le da a la OPS (Organización Panamericana de la Salud). Según, de 2017 a 2020 representaban el 63% de toda la malaria del continente, cuando fuimos el primer país reconocido por la OMS como el primer país que había erradicado totalmente la malaria en 1961. Éramos los campeones de las Grandes Ligas… Hoy no llegamos ni a Triple A. Los datos oficiales hay que multiplicarlos por cuatro. Entonces ya no estaríamos hablando de 63%, sino de más del 80-85% del continente.

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– ¿Qué podemos hacer nosotros como sociedad?

– Nosotros participamos en la promoción de que entrara la ONG Médicos sin Fronteras, que ha repartido mosquiteros impregnados, una de las medidas de control más importantes y eficientes. Nosotros en el IMT servimos de facilitadores. La OPS nos ha dado insecticidas, vehículos y medicinas…

La población debe tomar medidas de prevención, como eliminar la exposición a los mosquitos. Los mosquitos que transmiten la chikungunya y el dengue pican en horario diurno y viven principalmente en basureros. Los que transmiten la malaria pican de noche. Se crían en charcos y pozas naturales en épocas de principio y fin de las lluvias. En época de lluvias fuertes, las mismas lluvias se llevan los criaderos. Se debe usar tela de mosquitero para evitar que entren por puertas y ventanas. Esto protege no solo contra la malaria, sino contra el Chagas y las moscas que contaminan los alimentos y causan diarrea. Se debe llevar ropa clara. A los mosquitos les atrae la ropa oscura. Y en zonas de riesgos, usar repelente. Hay mosquiteros que vienen con repelentes de alta efectividad y que no afectan a los humanos. Aun cuando tengan huecos, no pasan los mosquitos. Incluso, si se lava, el repelente sigue adherido a la fibra. Por favor, reciban y usen los mosquiteros que reparten.

– ¿Qué otras enfermedades exportamos, además de la malaria?

– Con más de 6 millones de venezolanos en la diáspora, exportamos difteria, sarampión, tuberculosis, VIH/Sida… Esa diáspora que se ha ido a pie -como quienes hoy están cruzando el Darién, arriesgando sus vidas y las de sus hijos- tiene un impacto sanitario a nivel regional. Tuvimos la cobertura de vacunación más alta del continente. Ahora resulta que la cobertura es bajísima, por eso repuntaron enfermedades que habían desaparecido.

– ¿Y el brote de fiebre tifoidea?

El covid nos ha afectado grandemente como país. El control de todas las enfermedades está por el piso. La falta de combustible empeora la situación. Y con los servicios de agua potable que no cumple con los requerimientos mínimos, tenemos el cocktail perfecto para el brote de la fiebre tifoidea y el riesgo de que entre una epidemia de cólera como la que está sufriendo Haití en estos momentos.

La fiebre tifoidea aparece cuando hay muy malas condiciones higiénicas y los servicios de agua no trabajan de forma regular. El agua, si viene con algún color u olor, trae bacterias, virus y parásitos. En los cerros, al bajar la presión del agua, se hace una especie de vacío que permite que en las tuberías entren las aguas negras y contaminen las aguas blancas. Hay que hervir el agua. Siempre. Porque en los cerros de Caracas las aguas siempre estarán contaminadas.

– ¿Cuán grave es la fiebre tifoidea?

– La Salmonella typhi, que es la que produce la fiebre tifoidea, tiene la capacidad de llegar a la sangre, producir infecciones y amibiasis intestinales, atacar las válvulas cardiacas, el tubo digestivo y puede terminar en shock, septicemia y la muerte. Es curable si se ataja a tiempo. Existen vacunas, tanto inyectadas como por vía oral, pero en Venezuela no hay.

Repito: el agua hay que hervirla. Pero allí se complica la cosa: la gente no quiere gastar gas porque hay dificultades para conseguir las bombonas. Y si tienen hornillas eléctricas, lo más probable es que no haya luz. Supe que hubo alcaldes y gobernadores que expropiaron las hornillas eléctricas por la crisis eléctrica. Toda esta situación favorece la proliferación de enfermedades entéricas.

Se puede usar también de cinco a tres gotas de cloro por litro de agua para desinfectarla. Pero no hay nada tan eficiente como hervir el agua. Para hacerla insípida, debe oxigenarse revolviéndola u pasándola de un recipiente a otro.

– ¿Qué otras enfermedades tropicales tenemos?

– Hay enfermedades no tropicales que afectan a las enfermedades tropicales, como el VIH/Sida. Durante varios años no se conseguía el tratamiento. Muchos emigraron en busca de los medicamentos en Brasil o Colombia. Hay pueblos waraos con altísima prevalencia de VIH/Sida y eso facilita que contraigan muy fácilmente enfermedades como tuberculosis o cualquier otra enfermedad bacteriana, parasitaria o viral, porque están inmunosuprimidos.

Tenemos también leishmaniasis, lesiones con úlceras en todo el cuerpo que transmiten los roedores. Los vectores son angoletas o jejenes. El mejor tratamiento es el glucantime, pero escasea. Sin embargo, en el núcleo de Trujillo de la ULA, el Dr. José Vicente Escorza, hijo, está produciendo ese mismo medicamento bajo el nombre de Ulamina. Están haciendo un grandísimo esfuerzo.

La lepra también está repuntando en el país. Antes había unos pocos casos en Apure, en la frontera con Colombia. Pero ahora sé de investigadores del IVIC que están trabajando en el piedemonte andino en la zona de Barinas y Portuguesa, donde hay poblaciones hasta con el 30% de personas enfermas. El tratamiento es difícil, pero se cura. Nosotros en el Instituto de Medicina Tropical tenemos algunos casos en Chichiriviche de la Costa.

Otra enfermedad que nos preocupa por el repunte que tiene en Venezuela es la enfermedad de Chagas. Una dolencia que erradicamos del medio rural venezolano en tiempos cuando el doctor Gabaldón fue pionero en cambiar las casas de bahareque por casas rurales. Se construyeron más de 400.000 casas. Hoy, somos pioneros en casos de Chagas en el mundo, con los brotes que hubo en Chacao y en Chichiriviche de la Costa. El Chagas afecta el corazón.

– ¿Alguna otra recomendación?

– La sociedad tiene que saber que después del agua potable, la medida sanitaria que tiene mayor impacto en la calidad de vida y la salud mundial, son las vacunas. Hubo un médico inglés que dijo que las vacunas producían algún tipo de deterioro mental, como el autismo. Posteriormente se demostró que había sido él quien había inventado los casos. Eso llevó a que creciera la población antivacunas, por desgracia con un poder mediático muy alto. Ahora hay un creciente porcentaje de personas que desconfían de las vacunas. Las redes sociales han servido para la promoción de estos grupos. Uno puede ser alérgico a un medicamento como también a algún alimento. Pero el beneficio de las vacunas es extraordinario. Confíen en las vacunas, que son medidas de prevención muy importantes.

El Estimulo