POR Hugo Prieto
Recomposición, esa parece ser la palabra clave en la oposición venezolana. La narrativa del cambio político fracasó -ilustrada en distintos episodios que tuvieron lugar entre 2015 hasta la fecha-. Hay tareas y acciones estratégicas pendientes que pasan por el discurso, la desafección de la base electoral y el entendimiento de lo que hoy es el chavismo y la lógica de poder del señor Nicolás Maduro.
Las negociaciones que arrancaron en México no son para buscar un cambio de gobierno sino para obtener garantías de que, a través de un proceso electoral, contribuyan a la democratización del país. Quien habla es Colette Capriles*, y lo hace de una forma descarnada y sin complacencias.
Todos quisiéramos que en Venezuela se llegue a un modus vivendi, pero los antecedentes del conflicto no apuntan en esa dirección. Lo que ocurrió entre 2017 y 2018 -las protestas, las violaciones a los derechos humanos, el fracaso del referéndum revocatorio, la Asamblea ad hoc del chavismo y la reelección de Nicolás Maduro en unas elecciones fraudulentas- está muy presente en la memoria de los venezolanos. ¿Qué razones tendríamos para tener expectativas con relación a las conversaciones que tendrán lugar en México?
Yo creo que hay una gran diferencia con respecto a lo que pasó en el país hace dos años. El país es otro, entre otras cosas, porque la manera en que se planteó el conflicto político en Venezuela ya no arroja ganancias para nadie. Nos aproximamos al punto a partir del cual podría surgir un proceso de negociación que, necesariamente, llevará tiempo en ambos casos. Es evidente que la oposición está en una situación de debilidad inédita. Entonces, es muy obvio que tiene incentivos para que su relación con el proceso político cambie. Para el Gobierno es menos visible, pero eso no quiere decir que pueda avanzar en su proyecto político. Todo el campo político, en estos momentos, tiene una posición colateral con relación a la gente. ¿Por qué? Porque la gente está ocupada en otra cosa, está ocupada en una circunstancia extrema que es sobrevivir. Está desafectada de la política. Eso lo dicen todas las encuestas. No es nada nuevo. Creo que hay circunstancias que favorecen la negociación (además del inmovilismo del proceso político), hay sectores del chavismo que están conscientes del fracaso histórico de su proyecto y que el Gobierno de Maduro es una suerte de bastión asediado por el mundo. Ellos tienen que salir de ese bastión, sabiendo que no tienen una amenaza directa, para enfrentarse al hecho de que no pueden gobernar. La gobernabilidad está en juego y el chavismo lo sabe porque ha perdido buena parte del control sobre el Estado, no solo en cuanto a la cuestión territorial, sino a la propia gestión. El Gobierno de Maduro ha permitido una economía negra y la redistribución de renta a través de la corrupción, al por mayor y al por menor. Eso deterioró, totalmente, la capacidad de gestión del Estado y lo ves en el colapso de los servicios públicos. Entonces, hay incentivos para sentarse a negociar unas reglas de juego.
¿Esa realidad, ese nuevo país, es lo que nos lleva a la negociación?
Y también a una pregunta. ¿Qué tipo de negociación se está planteando? Hay algunas preguntas que podríamos hacernos. ¿Qué prefigura esta negociación en particular? ¿Qué tipo de proceso va a ocurrir y qué resultados puede haber en el terreno político? Y eso es muy importante, porque el terreno político está amenazado por no tener un campo de reglas.
La oposición ha fracasado en sus políticas, en sus estrategias, el Gobierno interino de Guaidó, tal como lo llamó Capriles, es un Gobierno de internet. No es otra cosa. Después tenemos al Gobierno del señor Maduro, ahogado en la crisis económica, en la emergencia humanitaria compleja, en las sanciones. Ambas fuerzas desconectadas de sus bases, además. ¿Por dónde debería comenzar la negociación?
Yo no considero que los procesos anteriores hayan sido fracasos, digamos, en el sentido literal de la palabra. Porque en cada una de ellas se ha podido avanzar en algo, aunque sea en saber cuáles son los obstáculos, precisamente, para negociar. Podemos advertir, en el análisis de esos procesos, que hubo factores que impidieron que el proceso continuara. Eso es lo que en realidad pasó. Las negociaciones fueron interrumpidas, bloqueadas, por distintos factores en diferentes momentos. ¿Cuál es el punto ahora? En los procesos anteriores se consideró a la negociación como un escenario nuevo del conflicto político y eso es, exactamente, lo contrario de lo que es una negociación. La negociación es para resolver el conflicto político, no para prolongarlo. Parafraseando (en clave de pregunta) la frase de Clausewitz: ¿la negociación es la política por otros medios? No. Y eso es lo que ha pasado en Venezuela por el desgaste de los propios actores; no porque piensen que la guerra es mala o que la población pueda sobrevivir en medio de este conflicto, sino porque sus capacidades, para lograr sus propios fines, ya no son las mismas. Por otra parte -y esto es más relevante- la negociación que se está planteando, ciertamente, ya no tiene ese carácter beligerante que pudieron tener las anteriores.
¿Por qué lo dice?
Porque hay una asimetría entre las partes. El Gobierno no se siente directamente amenazado en el poder y la oposición, como lo dije anteriormente, está en una situación de fragilidad, de debilidad política. Esa asimetría posibilita que la negociación no tenga que ser la reiteración del conflicto, sino que pueda abrirse para que ambas partes puedan poner sobre la mesa su posición.
Si se acabó el «todo o nada», ¿qué espacios podría ganar la oposición para fortalecerse?
Queda claro que ninguna de las dos partes puede ganar el objetivo que ambos se plantearon en las negociaciones anteriores, en el sentido de que «podemos resolver el conflicto con un ganador». Eso no existe en este momento. Lo que existe es la posibilidad de que cada uno gane algo. ¿Qué quiere el Gobierno del señor Maduro? Ganar gobernabilidad. Eso implica el retiro de algunas de las sanciones que más lo aprietan. No es la única razón. También está interesado en que la oposición se ubique en un campo político reconocible, que no se convierta en una amenaza como ocurrió cuando la oposición declara el gobierno interino. Allí hay un incentivo importante. ¿Qué gana la oposición? Obtener garantías políticas para llevar adelante su acción (no olvidemos los costos a los que se han enfrentado: inhabilitaciones de liderazgos, expropiación de los partidos políticos, elecciones amañadas, persecuciones penales y detenciones de dirigentes). Ese es el objetivo de la oposición. Es decir, negociar unas reglas de juego para llegar a un lugar… -vamos a decirlo así, porque es una palabra muy fuerte, pero esa va a ser la situación en el fondo-, en donde las dos partes se reconozcan como actores políticos. Creo que ese debería ser el objetivo de esta negociación en particular. Es decir, una cosa muy básica y si te pones a ver muy elemental.
Si tomamos en cuenta que han transcurrido 20 años, pues sí, es algo que produce asombro, quizás expectación…
…vértigo.
Si se trata de que ambos factores consigan algo y la característica de la realidad política es la asimetría, diría que el Gobierno va a obtener «algo» más que la oposición.
¿Qué es lo que tú esperarías de una negociación? Esta (la que inició en México) no es para un cambio político. Son para crear unas reglas que, si todos respetan, eventualmente, podrían abrir la puerta para la alternabilidad política. Lo que todo el mundo quiere, porque es la vía hacia el cambio. Es el vértigo, porque estamos en una situación muy anterior a lo que podría ser el cambio. Tenemos que empezar por las reglas de juego. De nuevo. Las negociaciones no son para que haya un cambio de Gobierno, para nada. Son para establecer, repito, reglas de juego. La cláusula de un contrato para saber cómo queda cada parte con respecto a su proyecto político. El del Gobierno es seguir en el poder. Pero con una legitimidad que provenga de unas elecciones aceptadas por todos y que la gente reconozca. Ese es un incentivo muy claro. La oposición necesita garantías políticas para recorrer la ruta que conduzca al cambio político, precisamente, a través de elecciones. Esa es la realidad actual. No hay otra.
Aquí hay un punto que va a pesar. Si rebobinamos la película, nos vamos a encontrar con una secuencia que yo resumiría de esta manera: 2015, seis meses y Maduro se va; 2017, el fracaso del referéndum revocatorio; 2020, el mantra de la oposición: cese de la usurpación, Gobierno de transición y elecciones libres y, finalmente, el Gobierno interino de Juan Guaidó. Toda esa secuencia va a quedar sepultada en México. Entonces, la oposición va a tener que reconocer que su estrategia fracasó y a motu proprio se va a tener que tragar el sapo que ella misma creó. ¿Qué piensa alrededor de este punto?
Yo creo que el momento de reconocer que la teoría del cambio de la oposición era errónea ya llegó. No creo que eso sea mayor obstáculo, no lo veo así. Lo sería en la medida en que siga impidiendo que se construya una nueva narrativa de la democratización de Venezuela. Aún más, tiene que haber una negación de teorías que han resultado ineficaces. El otro punto de tu pregunta remite al Gobierno interino, que desde el año pasado ha sido un problema para la oposición. Es un asunto con el cual tienes que lidiar. Es decir, ¿cómo sostener una instancia cuyo fundamento ya no existe? Aquí hay varios procesos. Uno, un proceso de cambio de la teoría del cambio de la oposición. Dos, un proceso de reconfiguración de sus propias fuerzas internas, que se vieron muy alteradas por la existencia del Gobierno interino. ¿Por qué? Porque el Gobierno interino sustituyó a la dirigencia política de la oposición, que era fundamental para garantizar la unidad de propósitos, la unidad estratégica desapareció. En ninguna parte del mundo un Gobierno es la fuente de la dirección política de nada. Un Gobierno tiene que hacer cosas, no estar dirigiendo a las fuerzas políticas que lo acompañan. Esas son cosas que ya no funcionan y van a ser corregidas, no a partir de las negociaciones que se inician, pero es parte del mismo proceso. Queda una incógnita muy grande y tiene que ver con lo siguiente: ¿cómo se ve la oposición a sí misma? ¿Cómo se va a reconstruir? ¿Con qué proyecto? ¿Con qué discurso? Eso está construyéndose. La oposición -todas las fuerzas que la conforman- están en una situación en la que no tienen una oferta que le permita a uno ver que hay un camino por recorrer. No se trata de sobreestimar al Gobierno de Maduro, que también tiene los mismos problemas estratégicos. ¿Cuál es la oferta del Gobierno de Maduro para el país? Ese es un problema. Muy serio. Cuando digo que hay una asimetría, estoy diciendo que hay un Gobierno que tiene una voluntad de poder y unas capacidades de control de la situación política que no tiene la oposición, pero eso no quiere decir que ese proyecto sea el único posible, ni siquiera para las fuerzas del chavismo.
Usted es psicólogo y sabe muy bien que la frustración tiene implicaciones profundas en el ánimo y la actitud de la gente. Yo creo que la población venezolana tendrá que confrontarse con dos fuerzas políticas que van a negociar. También creo que, de alguna manera, la sociedad venezolana asumió los costos de las teorías erróneas del cambio que ensayó la oposición. ¿Pero podemos decir lo mismo de la dirección política? Eso también es un problema, ¿no?
Absolutamente. Creo que hay dos obstáculos muy grandes para que la oposición pueda arrancar un proceso de recomposición. El primero es no reconocer la desafección de su base política. Y uno lo ve cuando la gente dice que aquí hay que negociar, rápidamente, unas elecciones presidenciales, como si tú tuvieras -como oposición- una base electoral, firme, sólida, incondicional, que se manifestaría cuando tuvieras las reglas electorales aceptadas por todos. Eso es una fantasía. No sabemos cómo va a responder el liderazgo frente a una coyuntura como podría ser una elección presidencial. No creo que la dirección opositora esté considerando la fragilidad de su base política. Ahí tiene que haber un baño de realidad. Como sabes muy bien las encuestas están mostrando lo que estamos diciendo clarísimamente. Sin embargo, pareciera que eso no se traslada al discurso ni a las prácticas de la oposición. El segundo obstáculo -lo veo incluso más grave- es el desconocimiento que tiene la oposición de lo que es el chavismo, de su lógica, de su historia, de su significación, de lo que es el chavismo hoy y de cómo funciona la lógica del señor Maduro. ¿En qué condiciones está? ¿Cómo funciona la cohesión interna? ¿Cuáles son los elementos del poder que están bajo amenaza dentro del chavismo? Esto pasa mucho en países que atraviesan una crisis como la nuestra. Empiezas a tener una visión de grupo en la que no entran los datos incompatibles con esa visión. Te vas encerrando en un mismo tipo de análisis y de pensamiento, que te ponen a la defensiva, sin ver las oportunidades. Hay que salir de eso, a pesar de las condiciones hostiles y del elevado costo que tiene hacer oposición en el país.
La escucho y pienso en el caso del diputado Juan Requesens.
Nadie puede negar el impacto que la represión tiene en todo esto. No estamos hablando de un juego de ajedrez. Pero sí de unas reglas para enderezar el tablero, de tal forma, que parezca inteligible.
La desconexión no es solo con la base electoral sino con los gremios, que sin duda es más visible. Ahí están los acercamientos del gremio empresarial (Fedecámaras) con el Gobierno de Maduro. Pero no hay un componente político en la oposición. Tampoco hay un marco institucional. Digamos, una visión liberal, que es indispensable para el desarrollo de la iniciativa privada.
Difiero. Lo que se está planteando es lo siguiente. Hay cada vez más la convicción -en las élites, así como en la sociedad en general- de que el problema de Venezuela no se resuelve solamente con una negociación política, en la que tú tengas reglas de juego para la disputa del poder político, sino que tú tienes que reconstruir el país institucionalmente. Recuperar reglas en general, no solo para el juego político. Lo que está haciendo Fedecámaras es parte de una estrategia, que también tiene que ver con una nueva teoría del cambio político y por eso mismo aparece el hecho de que no está siendo acompañada por los factores políticos que deberían estar interesados en eso. Es decir, si el proyecto democrático es en esencia un proyecto liberal, debería construirse de tal manera que cualquier cosa que nos avance hacia la recuperación de las libertades económicas debería ser bienvenido. Cualquier cosa. Ahí entramos en el famoso tema de cómo avanzas tú, incrementalmente, en la recuperación de las reglas de juego, de las instituciones y de las libertades y cómo abonas -mientras tanto- para que el cambio político se haga posible.
Lo que vamos a ver en esta negociación es una dosis de realismo, tanto para el chavismo como para la oposición, e incluso para la sociedad venezolana, porque con la desafección política no vamos a ninguna parte y también la idea de que no va a haber un cambio político en el corto plazo.
Llegamos al realismo político. No solo la dirigencia, también la sociedad tiene que reflexionar en ese sentido, aunque (en ese asunto) la sociedad va por delante del liderazgo. Lo otro es una pregunta, porque cambio político es una cosa y cambio de gobierno es otra. Entonces, depende cómo lo definas. Puedes tener cambios políticos sin que te lleven, necesariamente, a un cambio de gobierno, sino que lo preparen en todo caso, como puedes tener un cambio de gobierno que no cambie nada. Eso también pasa, ¿no? Entonces, es un poco la idea del proceso político. Podríamos pensar en el cambio político como un proceso en curso, que no será un evento salvador, algo que nos haga despertar y digamos: oh, hemos recuperado la democracia. Eso no va a ocurrir. Y eso también hay que pensarlo. ¿Cómo es ese proceso? No lo veo escrito en ninguna parte.
Mientras tiene lugar la negociación política, el Gobierno anuncia la creación del Estado comunal. ¿Qué diría alrededor de este punto?
El Estado comunal es una amenaza permanente que tenemos los ciudadanos de este país desde 2010. Eso no es nuevo. Yo creo que es un mecanismo de coerción, digámoslo así, que tiene el Gobierno de Maduro en caso de que el juego político se tranque más; en el supuesto de que la negociación no avance para nada. En el caso de que las elecciones regionales y locales fracase, cosa que dejaría al Gobierno en la misma situación que el año pasado, algo que no quiere. Correr solo en una elección no es lo que funciona. Creo que la idea que predomina en el Gobierno es que, si no va a haber más elecciones en este país, porque la oposición no participa, vamos a legalizar el Estado comunal y las elecciones serán asamblearias. El Gobierno fija un límite, pero también es un mecanismo de coerción y de presión. El discurso es lo más parecido a «si ustedes no entran en la institucionalidad que hay, entonces nosotros podemos crear otra», cosa que no es real, es un espacio que está fuera de la Constitución. Tampoco es que tú puedas construir un Estado comunal de la nada. Eso no existe. Es un anuncio de lo peor que podría pasar y, por lo tanto, es una amenaza. Hay una estructura -entre comillas- de ese Estado comunal, pero en la esfera del chavismo, pertenecen y son controladas por el PSUV, a duras penas, por cierto.
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*Politóloga, licenciada en psicología (UCV), maestría en Filosofía (USB), escritora y columnista en distintos medios. Ha publicado dos libros de crónicas políticas. La revolución como espectáculo y La máquina de impedir. Asesoró a la oposición venezolana, como parte de la sociedad civil, en las conversaciones que tuvieron lugar en República Dominicana.
Con información de PRODAVINCI