Y cuando la ideología prevalece sobre los principios, deja de ser ideología y se convierte en vulgar fanatismo
Por: Diana Giraldo
Lo sucedido en el Perú esta semana fue inusitado. Aunque el mando de Pedro Castillo se enfrentaba a la posibilidad de terminarse ante la votación de su destitución en el Congreso, las cuentas no alcanzaban a sumar los votos necesarios para que la moción de vacancia se impusiera y Castillo dejara el Gobierno. Por eso, el clima político era más bien de calma en Perú, pues nada pasaría con esa votación. Pero horas antes de la votación, sin que esté claro por qué, el presidente peruano declaró que disolvía el Congreso y proclamaba un “gobierno de excepción”, en un pretendido golpe de Estado que terminó siendo el más lánguido y triste de la historia latinoamericana. Lejos de que las Fuerzas Armadas respaldaran el pedido de Castillo, el Congreso siguió adelante, votó y con 101 sufragios decidió que Castillo era indigno de seguir proclamándose presidente de Perú. Y desde el miércoles Dina Boluarte, la vicepresidenta, es la nueva mandataria de los peruanos.
Pero mientras todo el continente aplaudió la prevalencia de la institucionalidad peruana ante el intento de golpe de Estado de Castillo, el presidente de Colombia, Gustavo Petro, salió en su defensa. De forma vehemente, Petro justificó el actuar de Pedro Castillo afirmando que lo llevaron a un suicidio político, y aunque reconoció que fue un error que el exmandatario de izquierda intentara disolver el Congreso, justificó su actuar argumentando que se trataba de una especie de persecución por su origen humilde. “Pedro Castillo por ser profesor de la Sierra y presidente de elección popular fue arrinconado desde el primer día”, trinó el presidente Petro, para luego pedirle a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) medidas cautelares en favor de Castillo, lo cual fue negado por la CIDH en un comunicado en el que rechazaba las decisiones contrarias al orden constitucional y hacía un llamado a la preservación de la gobernabilidad en Perú.
Es sorprendente ver cómo se transforman los principios y creencias de muchos de nuestros líderes dependiendo de si están de su lado ideológico. Y esto pareciera ser lo que le pasa al presidente Gustavo Petro.
En el 2017, el entonces senador criticaba con furia las expresiones de su predecesor Iván Duque frente a la realidad política de Venezuela y su presidente, Nicolás Maduro. Con furia, el senador Petro insistía en sus redes sociales: “Nuestra Constitución le ordena a nuestro Presidente respetar la autodeterminación de los pueblos… Esto es lo que ordena nuestra Constitución al gobierno en materia de política internacional. Es el acumulado de sabiduría de la humanidad”. Pero este respeto por cada país en su política interna que reclamaba el Gustavo Petro senador ya no le gusta al Gustavo Petro presidente si se trata de decisiones que afectan a los mandatarios afectos a la izquierda.
No es la primera vez que el presidente pasa de ser un crítico de la injerencia de los presidentes en la política de otros países latinoamericanos a ser él mismo el crítico de las decisiones que se toman en otros países.
Su primera expresión en ese sentido, cuando apenas iniciaba su mandato, se dio cuando en Chile se rechazó el referéndum propuesto por Gabriel Boric a través del cual se reformaba la Constitución del país austral y que fue derrotado en las urnas. En ese entonces, Petro trinó: “Revivió Pinochet”; y luego afirmó: “Solo si las fuerzas democráticas y sociales se unen, será posible dejar atrás un pasado que mancha a toda América Latina y abrir las alamedas democráticas”.
Esta salida desconcertó a muchos, pues hasta el mismo Gabriel Boric aceptó la decisión de los chilenos en las urnas como una decisión democrática.Pero el presidente Petro ha ido más allá de trinar opiniones en redes sociales. El mandatario colombiano firmó una carta junto con el presidente de México, Juan Manuel López Obrador, y el presidente boliviano, Luis Arce, en la que apoyaban a la hoy condenada vicepresidenta de Argentina, Cristina Fernández. En esa carta, Petro y los demás presidentes firmantes aseguraban que todo el proceso de corrupción que adelantaba la Fiscalía argentina en su contra era un montaje, que solo buscaba apartar a Kirchner de la vida pública, política y electoral, “así como sepultar los valores e ideales que representa, con el objetivo final de implantar un modelo neoliberal”. Hoy la defendida por el presidente Petro está condenada a seis años por corrupción.
Solo van cuatro meses del nuevo gobierno, pero ya ha sido tiempo suficiente para ver cómo lo que antes a muchos seguidores de este gobierno les parecían prácticas grotescas, como nombrar personas no aptas en embajadas para pagarles favores políticos o cortarles las intervenciones a los miembros de la oposición en el Congreso, ahora no parecen tan graves por estar en la misma orilla ideológica.
Como dijo el exministro Gabriel Silva Luján, pareciera que el petrismo privilegia la identidad ideológica sobre la vigencia de las libertades.
Y cuando la ideología prevalece sobre los principios, deja de ser ideología y se convierte en vulgar fanatismo.
Tomado de.Revista Semana