Siempre hay oportunidad de corregir los entuertos de una educación básica que se empeña en estimular, únicamente, las capacidades técnicas y se olvidan de que la única vacuna posible ante tanta inhumanidad es la salud emocional
Ricardo Adrianza
Hace poco más de un año escribí un artículo titulado Educación emocional en el cual expresaba mi postura por la imperiosa necesidad de impulsar a nuestros jóvenes –desde las tempranas aulas– en el conjunto de herramientas que llamamos inteligencia emocional.
Sin embargo, nada ha cambiado. El mundo sigue revuelto y la covid-19 causando estragos en las familias, en las sociedades y en las economías.
Parece mentira, pero este flagelo que se instaló hace más de año y medio, lejos de animarnos a corregir y a ser mejores personas, nos ha ganado la partida y con creces.
Las consecuencias económicas y las pérdidas familiares son predecibles, pero percibir el escaso avance emocional de adultos y, consecuentemente, de sus hijos, no proyecta un futuro prometedor para la humanidad.
Aun así, la buena noticia es que siempre hay una oportunidad de corregir los entuertos de una educación básica que se empeña en estimular, únicamente, las capacidades técnicas y se olvidan de que la única vacuna posible ante tanta inhumanidad es la salud emocional.
Esta asignatura debe ser atendida desde el hogar y reivindicada en las aulas. Al fin y al cabo, somos seres sociales y la evidencia de la influencia de nuestras emociones en el ámbito personal y profesional han sido suficientemente comprobadas.
¿A qué le llamo agilidad emocional? A estar plenamente conscientes de nuestras emociones, de percibirlas, entenderlas y mejor aún, exteriorizarlas.
Nos han inoculado el chip del silencio, de callarlo todo. ¡No llores!, ¡ni lo menciones!, son dos ejemplos. Y, así, un sinfín de frases que se imponen a lo largo de la vida y que, en definitiva, nos limita el desarrollo.
Por lo tanto, ser ágiles emocionalmente, es una tarea que debemos atender sin más distracciones y replicarlas en nuestros descendientes. Como apoyo, para iniciarte, te dejo estas reflexiones compartidas por Susan David, profesora de la escuela de medicina de Harvard, quien acuñó este término –agilidad emocional– como base para la realización personal y el éxito profesional.
Exterioriza tus emociones
Admitamos que la tristeza existe y se presenta de vez en cuando. Expresa tus emociones conscientemente y educa a tus hijos para que hagan lo mismo. Razona con ellos.
No te bloquees y cuando se presente, acepta que tus hijos –sin importar la edad– también sufren de baches emocionales. Conversa con ellos y explora sus temores.
No hay mejor manera de estar presente en su educación que ayudarlos a entender lo que están sintiendo. Estar triste es válido, no pasa nada. ¡Lo que no es válido es estar tristes siempre!
Aléjate
Date una oportunidad de ver, objetivamente, tus propias emociones. Este ejercicio de distancia es muy efectivo para llegar a la raíz de nuestras emociones.
Una buena práctica es mirar lo que te pasa como un alguien imparcial. Ponerte en el lugar del otro –si fuere el caso– también funciona. No te centres en la emoción per se. Céntrate en el acontecimiento que generó tu reacción y mírala con escepticismo.
No hay mejor curador que ser tu propio juez.
Pregúntate tus por qué
Identificar tus valores, cómo ser mejor, y como crecer profesionalmente, debe ser una constante de reflexión que te lleve a contactar con tu mejor versión.
No dejes de cuestionarte, aún en los logros. La vida es muy dinámica y la reflexión profunda es necesaria.
Avanza
En este punto te pido ponerte en acción. Significa qué cosas vas a hacer, qué hábitos vas a cambiar. Por supuesto que, para hacerlo, debes tener un plan, pero no se te olvide que este debe plantearse desde el Ser.
No te dejes llevar por lo que aspiras tener, sí en lo que debes Ser para hacer las tareas que te conduzcan al éxito.
Creo que lo que nos queda transitar de ahora en adelante está muy claro. Hoy luchamos contra el covid, pero mañana lo haremos en el plano espiritual.
No nos dejemos vencer por la cruzada de los antivalores, y sumemos esfuerzos para lograr la sanidad emocional.
Avancemos en enarbolar la bandera de la inteligencia más allá del intelecto. Les aseguro que, bajo esta filosofía, estaremos educando individuos con capacidad infinita para gestionar los caminos de la vida y construir sociedades más justas y humanas.
¡El planeta y tus hijos lo agradecerán!