Los Objetivos de Desarrollo Sostenible nacieron hace casi seis años como hoja de ruta para construir un futuro más justo y saludable tanto para el planeta como para los que vivimos en él.
El calor empezaba a aflojar en la ciudad que nunca duerme. Era un 25 de septiembre de 2015, y los neoyorquinos recorrían, con el usual ajetreo de una gran ciudad, la Primera Avenida, ajenos a lo que estaba ocurriendo en la sede de Naciones Unidas. La Asamblea General llegaba a un acuerdo histórico que se materializaría apenas un par de meses después en París: nacía la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible que hoy está en boca de políticos, empresarios, activistas y líderes mundiales.
De la mano de la Resolución 70/1 se sentaban las bases de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) que se plasmarían, el 12 de diciembre de ese mismo año, tras largas horas de negociación, en el aclamado -aunque también criticado– Acuerdo de París. Así, con un tratado internacional sobre el cambio climático y el futuro (sostenible) del planeta, adoptado por las 196 partes en la COP21, el mundo empezaba a transformarse.
Apenas un año después de aquella cumbre del clima que quedó grabada en la retina de los que, durante décadas, llevaban alertando de la necesidad de un gran pacto mundial para frenar el calentamiento global y sus consecuencias, el 4 de noviembre de 2016, se ratificaba ese texto jurídicamente vinculante por el que, ahora, los 189 Estados firmantes se guían.
Casi seis años después de que países ricos y empobrecidos se diesen la mano para recorrer juntos el sendero de la agenda climática y social más ambiciosa hasta la fecha, el mundo se mueve a paso firme -aunque demasiado lento para los expertos, como dejó entrever el último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC)- hacia ese horizonte común (y descarbonizado) que es 2030.
A las puertas de la COP26, que se celebrará en noviembre de este año en Glasgow, la euforia inicial se desinfla. Sobre todo después de que la última cumbre del clima, celebrada en Madrid hace dos años, concluyese en una mera declaración de intenciones. Pero, como alertaron los jóvenes activistas de Juventud por el Clima (Fridays For Future España) en la COP 25, «os estamos vigilando».
Un manifestante durante la COP21 de París en 2015. Efe
Desde 2015, y especialmente desde que comenzaran las marchas por el clima en marzo de 2019, el mundo observa con atención los movimientos y decisiones de los líderes políticos y económicos, demandando cada vez más acción para garantizar un futuro sostenible. Pero tan importante como construir el mañana es el camino recorrido hasta llegar aquí.
El fracaso de los ODM
La Agenda 2030 no vio la luz en 2015 de manera fortuita. Quince años llevaban fraguándose, a fuego lento, lo que acabarían siendo unos ODS que al inicio del siglo se perfilaban tímidamente en los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM). A pesar de que la primera década del siglo vio avances en materia de mortalidad materno infantil o educación, los ODM fracasaron especialmente en su habilidad para comunicar la urgencia del cambio climático o la transversalidad de todas las patas de la sostenibilidad planetaria (medioambiental, social y económica).
Para algunos expertos, como los autores del informe Limitations of the Millenium Development Goals (Limitaciones de los Objetivos de Desarrollo del Milenio) publicado en la revista científica Global Public Health en 2013, fueron dos los principales escollos a los que se tuvieron que enfrentar estas metas del milenio: la crisis económica y financiera de 2008 y su falta de adaptación a las necesidades específicas de los países, especialmente los más empobrecidos.
Se volvía primordial, en aquel momento previo a la histórica resolución firmada en Nueva York, encontrar una manera de abordar los desafíos del siglo XXI de manera integral y transversal. Así, se llegó a una máxima que se viene repitiendo en el seno de la ONU -y de la Unión Europea- desde entonces: «No dejar a nadie atrás». Y la Agenda 2030 se presenta como una herramienta para conseguirlo: plantea una transición ecológica y social justa, que no se olvide de los más vulnerables y, por tanto, se adapte a sus capacidades y necesidades.
Una nueva estrategia
Los ODM fueron el caldo de cultivo, forjado en la prueba y error, que dio paso a una Agenda 2030 que se autodefine como «un plan de acción en favor de las personas, el planeta y la prosperidad». Su objetivo, según el propio texto, radica en «fortalecer la paz universal dentro de un concepto más amplio de la libertad». Pero ¿va la Humanidad bien encaminada en esta tarea titánica?
A simple vista, parece que las potencias mundiales se están centrando sobremanera en el aspecto climático de la agenda y ese más humano que se deriva de garantizar la paz se ha quedado por el camino: conflictos armados como los de Yemen, Etiopía, Congo o Libia siguen sangrando este 2021; los talibanes se han vuelto a hacer con el control de Afganistán, con lo que eso significa para los Derechos Humanos y los de las mujeres; a finales de 2020, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) contabilizada 82,4 millones de personas desplazas forzosas en todo el globo.
Las potencias mundiales se están centrando sobremanera en el aspecto climático de la agenda y el objetivo más humano que se deriva de garantizar la paz se ha quedado por el camino
Además, como recuerda el economista y asesor de Naciones Unidas Jeffrey Sachs en el último informe sobre el desarrollo sostenible de la Sustainable Development Solutions Network (SDSN), «la pandemia de la Covid-19 no sólo es una emergencia sanitaria global, sino también una crisis del desarrollo sostenible«. Y, así, un largo número de etcéteras.
Sin embargo, planeta, seres humanos y economía son aspectos indivisibles para la ONU y la propia agenda para el desarrollo sostenible reconoce e incide en que no pueden tratarse unos sin los otros. Y ACNUR lo ejemplifica: el año pasado, los desastres naturales (tormentas, ciclones, huracanes, inundaciones, incendios y sequías) provocados por la emergencia climática generaron 30,7 millones de desplazamientos internos en más de 140 países, y se calcula que en 2050 el número de personas que necesitarán ayuda humanitaria anualmente asciende a los 200 millones.
Pero para la consecución de ese ambicioso objetivo que es el desarrollo sostenible, los Estados que han ratificado el Acuerdo de París necesitan cumplir un requisito indispensable: la «erradicación de la pobreza en todas sus formas«, como reconoce el texto. Pero, como ocurre en incontables ocasiones, la desigualdad entre países es palpable.
Los Estados que han ratificado el Acuerdo de París necesitan cumplir un requisito indispensable: la «erradicación de la pobreza en todas sus formas»
Mientras la Unión Europea se erige como adalid de la transición ecológica, la economía circular o los derechos humanos, países de África subsahariana, Asia meridional o América Latina avanzan más tímidamente en la consecución de los objetivos. Entre los motivos de estas diferencias se encuentran los conflictos armados o los desastres naturales que propician el empobrecimiento de la población y los desplazamientos forzosos.
Sea como fuere, como dicen desde la ONU, nos encontramos en la década de la acción, un momento clave para actuar y darle el impulso que necesita a la Agenda 2030 y sus ODS. Aún hay esperanza: ese futuro sostenible para planeta y humanos es aún alcanzable. Está en la mano de todos -gobiernos, empresas, oenegés y ciudadanía- que dentro de diez años el mundo sea más justo, saludable y habitable.
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