El Francotirador
La intelectualidad tiene la tendencia de arrogarse la inteligencia como suya, así como los tenebrosos servicios de inteligencia de las dictaduras, crearon para el blindaje de sus investigaciones secretas, la contrainteligencia. Nadie sabría explicar cuándo la intelectualidad se convirtió en un feudo todopoderoso al apropiarse del acto de pensar como la máxima expresión racional para marcar el rumbo de la condición humana, la cual no necesariamente otorga y asegura que la intelectualidad es sinónimo de máxima lucidez, sensatez y ética. Porque la lucidez es hallar por entre las hendijas de la tensa y compleja realidad histórica, psicológica, social o metafísica, aquello que no todos logran encontrar y descubrir con la luz del espíritu.
El pensamiento es mucho más que una acumulación de información, análisis y conclusiones supuesta de las apariencias de la realidad, las cuales en su superficie, tiende a revelarse o cambiar con simulaciones que confunden la percepción de la misma, en su expresión falsamente subjetiva y objetiva. Entonces, pensar más allá de la costumbre de la razón lógica, debería ser revelar lo oculto de lo denominado realidad y lo intangible de la misma. Porque cuando la duda también se afinca desde el inexplicable presentimiento, intuición o precognición, se puede llegar a la certeza de la verdad no como un absoluto conceptual, sino como un desnudo o crimen inesperado que yace sepultado en la tumba fría que nadie se había atrevido a descubrir.
Grave es cuando la intelectualidad en las crisis políticas y sociales de un país o un continente, representada por filósofos, artistas, científicos, etc., se convierten en sujetos que apoyan y refrendan con sus ideas, argumentaciones y acciones, al cobijo del laberinto del derecho penal, o desde su falta de pronunciamiento condenatorio por la violación de los derechos humanos desde el Estado, en la instalación y perpetuidad de dictaduras, revoluciones o de los totalitarismo en todas sus variadas formas con las cuales muta en el tiempo que no cesa. Así ocurrió con brillantes pensadores de la revolución francesa al justificar el horror representado con el instrumento de la guillotina, con la que se decapitaba en medio del delirio que conduce el fanatismo o la militancia, en un frenesí que celebraba la ejecución como una legitima fiesta del pueblo redimido, o de aquellos pensadores que se refugiaban en el cautiverio del silencio o la indiferencia cómplice y peligrosa en la que se convertían ante la arrolladora revolución francesa, y que después llegaría a expandirse por el mundo, como un paradigma de la libertad. Pero, cuando se comenzaron a decapitar las cabezas de los verdugos, se produjo un frío de terror en aquellos intelectuales que tanto habían aprendido de los enciclopedistas franceses que les antecedieron.
Cuando la revolución volvió a reencarnar en el sigo veinte, lo hizo con un pensador que convocaba la dictadura del proletariado, su principio era abolir de otra manera las desigualdades sociales, la explotación laboral y las injusticias que eran concebidas con el desarrollo del capitalismo. El pensamiento de Carlos Marx se expandió por el mundo, no como una expresión de libertad, sino como una forma de sojuzgamiento que aún pervive. Un cáncer que modifica su metástasis de acuerdo con la geografía, la cultura de cada país donde empolla. Nunca el pensamiento de un hombre ayudó a exterminar a buena parte de la humanidad en nombre de la dictadura del proletariado. Lo que deseó Carlos Marx, Joseph Stalin lo implementarla por primera vez con su peculiar estilo de exterminio. Allí, en la novela El Archipiélago Gulag, de Alexander Solzenisky, está uno de los testimonios más estremecedores.
La revolución cubana transformó el estado, en base al guion stalinista de la Unión Soviética, y en sus primeros años, buena parte de los intelectuales franceses se sumaron a esa naciente nostálgica que los devolvía a la revolución francesa y a la utopía monstruosa de Carlos Marx, en una isla del Caribe. El filosofo Jean Paul Sartre, que llegó a Cuba para ver el deslumbramiento de la promesa revolucionaria en el trópico, lo hizo desde un yate conducido por el mismo Fidel Castro, en ese mar azul que ya la sangre de los fusilados enrojecía. Jean Paul Sartre se atrevería a decir del Maximiliano Robespierre de la revolución cubana, El Che Guevara, que era el espíritu más puro del siglo XX. Un compatriota suyo, filósofo también, pero en menor valía porque no ha escrito todavía una línea notable en su existencia se convertiría en una figura de uso pensante que ayudaría no sólo al posesionamiento del paradigma de la revolución cubana a manos de Fidel Castro, sino que también en el expansionismo de ésta por América Latina. A pesar de no ser un virtuoso, su libro Revolución en Revolución, causó furor en una Legión de idiotizados.
Regis Debray apoyaría y hasta participaría en los crímenes de Fidel Castro hasta en la guerra de centro América donde estuvo presente, hasta que aquel Fidel Castro que había mitificado, ordenó fusilar a un preciado amigo de éste: Tony de la Guardia. Miembro del comando élite de la contrainteligencia cubana que actuaba a la sombra donde todo puede ocurrir. A partir de ese hecho, Regis Debray decide divorciarse del carismático líder tropical Fidel Castro, pero no del paradigma de la revolución. Porque luego lo veríamos desde París, en complicidad con Ignacio Ramonet, en ese entonces, director de Le Monde Diplomatique, con el que apoyaba y promocionaba a Hugo Chávez en la dictadura que instaló la tragedia en Venezuela. No hay que olvidar que cuando Hugo Chávez estuvo en París, los intelectuales de la izquierda francesa se arrobaron ante su figura de buen salvaje, a punto de convertirse en buen revolucionario. Regis
Estimo que como así fue cuestionado el rol del notable filósofo Martín Heidegger por su apoyo al nacionacisialismo en Alemania y sus horrores, y escapó de ser juzgado y condenado, gracias a la intervención de quien había sido su discípula y amante, la notable filosofa Hannah Arentd, quien escribiría después ese magno libro Los orígenes del totalitarismo, la Corte Penal internacional, a partir de ahora debe sumar en su lista de cómplices de crímenes de Lesa Humanidad a juzgar y condenar, a aquellos intelectuales que apoyaron y apoyan con sus fundamentaciones y consejos en nombre de la inteligencia que se lo permite todo, a dictadores de cualquier parte del mundo. En el caso de Venezuela, la lista de los cómplices internacionales debe comenzar con Ignacio Ramonet y Oliver Stone. Y la lista de aquellos intelectuales Nacionales, debe iniciarse con la figura más oscura y siniestra de la llamada inteligencia de la revolución bolivariana,
Luis Britto García
Venezuela RED Informativa