Han transcurrido 32 años desde el 27 de febrero de 1989, un punto de inflexión para la democracia venezolana, momento en el que se gestó la crisis política que devino en el ascenso de Hugo Chávez. Aquel día se rompió la vitrina y Venezuela, pese a los deseos del presidente, quedó estancada en el tercer mundo. Moleiro reflexiona sobre el Caracazo a propósito de su nuevo libro

Jesús Piñero

Alas cinco de la tarde del 27 de febrero de 1989 las principales ciudades del país se encontraban encendidas. Y a esa hora, Alonso Moleiro salía de un curso de inglés en el Centro Venezolano Americano (CVA). Tenía 18 años y estaba recién graduado de bachillerato. Esperaba un cupo para estudiar periodismo en la Universidad Central de Venezuela. Fue en ese momento cuando vislumbró la magnitud de un suceso que partió en dos a Venezuela.

Su memoria conserva recuerdos muy vívidos de aquel día: “La gente pensó en la mañana que aquello sería una cosa del momento, pero se desbordó y en la noche más todavía. La policía no intervino. Había activistas de Bandera Roja en la ciudad. Era un evento que no se había experimentado nunca en el país, que produjo unos trastornos profundos, que plantearon una regresión cultural”.

Sobre los hechos ocurridos entre febrero y marzo de 1989 no hay verdades absolutas. Ni siquiera la cifra oficial sobre la cantidad de muertos es creíble: 276. Las extraoficiales apuntan a 3.000. La única certeza es que, en el transcurso de la mañana de aquel último lunes del mes, una protesta en Guarenas frente al alza del costo del pasaje –debido al aumento de la gasolina y al programa de reformas económicas propuesto por el presidente Carlos Andrés Pérez– se replicó en varias ciudades, siendo Caracas el epicentro. El Estado venezolano suspendió las garantías constitucionales y reprimió con fuerza la desobediencia civil.

“El Caracazo” fue huérfano de una narrativa oficial. El descontento en las calles fue expuesto por los medios sin ningún tipo de control. La ferviente oposición al gobierno construyó un único relato del que finalmente el chavismo se apropió tiempo después. En el presente, Alonso Moleiro ya tiene 50 años y reflexiona sobre la hecatombe de la democracia en La nación incivil, su segundo libro que acaba de ser publicado por la Editorial Dahbar.

—Usted señala en La nación incivil que una de sus principales fuentes fue La rebelión de los náufragos de Mirtha Rivero. Un libro en el que, si bien la autora no toma partido sobre el Caracazo, sí asoma la posibilidad de que pudo haber sido provocado. ¿Qué piensa al respecto?

—Esa hipótesis es un supuesto de los defensores del programa económico del 89. Creo que lo protuberante del Caracazo es que fue un hecho mal atendido, reprimido con una brusquedad desproporcionada. Se cometieron crímenes de Estado hacia personas inocentes. ¿Fue provocado? Creo que en alguna medida sí lo fue. La protesta social venía en aumento. Había un problema importante de desabastecimiento en todo el país. El presidente Pérez no se dio cuenta, nadie se dio cuenta. La televisión tenía un control sobre las masas, una influencia sobre la población, que denunciaban las torpezas de la democracia, aunque todo Estado va a tener siempre unos enemigos. Si no fue provocado, había una arena muy fértil para que se diera.

—¿Qué credibilidad tiene la tesis de que hayan participado agentes cubanos en la organización de las protestas?

—La ultraizquierda tuvo una participación colateral en aquellas protestas, pero el cuento de la presencia de espías cubanos a mí, hasta ahora, me luce un mito urbano sin nombres ni apellidos. Es una de las varias leyendas que le retoñó al Caracazo, en este caso del lado opositor. Ha tomado vuelo en la misma medida que el chavismo prolongó su presencia en el poder en el país.Caracazo

(Foto: Guillermo Suárez / Cortesía Editorial Dahbar)

—También comentó en la presentación del libro que el chavismo ha construido una especie de sistema o caparazón político para evitar otro Caracazo. ¿Cómo funciona eso?

—El chavismo tuvo episodios de grandes rupturas o de grandes sustos para su presencia en el poder, como el 11 de abril de 2002. Momentos que sentaron precedentes y aprendizajes. El chavismo construyó la unión cívico militar, que es una expresión política que trabaja en la formación de civiles armados y politiza a los militares, creando una doble función, dejando claro, además, que es un movimiento que tiene una naturaleza armada con una variante legal, y eso produce un trastorno en la composición de la legalidad en Venezuela.

Creo que la técnica represiva chavista en las calles claramente está más elaborada, más diferenciada que la de la democracia, donde la policía era particularmente torpe: cada vez que había una manifestación estudiantil en la democracia había uno o dos estudiantes muertos. Y, ojo, eso todavía pasa, pero, en general, hay una policía que está pensada para imponer la autoridad del Estado al precio que sea posible. Eso pasa por una interpretación muy adecuada para lo que ellos estiman que fue el 27 de febrero de 1989, interpretación que se expresa en cosas como el “Dakazo”.

—Y eso les ha permitido atajar el descontento de la gente.

—Claro, claro. En aquel momento era un Estado democrático que no tenía ningún control sobre las relaciones públicas. Era un régimen de libertades plenas. Como me cuenta Luis García Mora en el libro, hubo denuncias importantes de casos de corrupción, decisiones de las que salían ministros a partir de campañas televisadas. Había total libertad y eso fue algo que se perdió, algo que antes era posible hacerlo. Hoy el chavismo ejerce un control sobre el Estado que garantiza su dictadura. Incorporó a la política elementos que no estaban, a partir de una interpretación que hace del propio Carcaza.

—¿Y cree que se pudo haber evitado con más control sobre los medios? Es decir, si no hubieran transmitido imágenes de saqueos y violencia.

—Definitivamente, el saldo del Caracazo hubiera sido mucho menor si a los medios se les hubiera controlado. Esa era la única manera que tenía la gente de enterarse de lo que estaba pasando. No había celulares, ni mensajes de textos, ni Whatsapp, ni Internet. El papel de la televisión tuvo un efecto multiplicador, donde hubo mucho de mala fortuna, de mala suerte. Por eso, desde entonces, las televisoras se cuidan muchísimo de lo que sacan al aire. El ejemplo del Caracazo y el temor a que un suceso como ese pasara, que se repitiera, hizo que el control de las imágenes cambiara.

—Claro, está el caso de 2002, de donde surgió la Ley Resorte. Lo que dice es que a Chávez le faltaba ese elemento y lo cuidó desde entonces.

—Exacto, porque digamos que el 27 de febrero era una fecha sin narrativa y Chávez apareció para crearle una. Claro, se trata de una narrativa adulterada, pero que es parte de la comunidad internacional de la izquierda, esa que habla de un pueblo bravío que se alza contra el neoliberalismo.

Caracazo

—¿Qué elementos habían quedado por fuera en el análisis del Caracazo a lo largo de estos años? ¿Por qué al estudiar al chavismo se hace un recuento del Caracazo como punto inicial?

—El Caracazo es un suceso precursor del chavismo. Es cuesta arriba decidirse a estudiar el chavismo evadiendo el Caracazo y sus consecuencias. Lo más importante que no se ha dicho del 27 de febrero es que fue una masacre perpetrada en democracia y que las élites nacionales de entonces no comprendieron la magnitud de aquel episodio, expresado en las fosas comunes de la peste, por ejemplo. La forja del movimiento de derechos humanos, la ruptura del pacto político e interclasista que sostenía a la democracia, todos esos son los elementos que desconfiguraron la cotidianidad del país y le abrieron el camino a la revolución bolivariana.

—Y aparte de servir a Chávez para elaborar una narrativa, ¿qué otra cosa dejó el Caracazo a los venezolanos? ¿El aprendizaje del miedo?

—Las consecuencias del Caracazo fueron casi todas negativas. El miedo a una poblada parecida pervivió por mucho tiempo entre la gente. La única consecuencia que podría dejarnos el Caracazo consiste en comprenderlo para evitar que vuelva a ocurrir. El trastorno que produjo dejó dispersas unas enseñanzas, que ojalá queden entre nosotros: el criterio de los medios masivos en las transmisiones ante situaciones desbordadas; la existencia de una jurisprudencia para que se respete el derecho a la vida en una suspensión de garantías constitucionales. La democracia es un campo cultural que es necesario cuidar y para eso es necesario comprender, evitar, inhibir episodios como el Carcaza.

—Decía que las organizaciones de derechos humanos en Venezuela despegaron con el Caracazo. ¿Ese fue otro saldo positivo del suceso?

—Sí, el Caracazo cristalizó el movimiento de derechos humanos en Venezuela, pero eso era algo que ya venía con Provea y otras organizaciones de los 80, aunque fue Cofavic la que le dio el tejido final. De hecho, el Caracazo fue tan importante en eso, que el capitulado de derechos humanos de la Constitución de 1999 parte de una jurisprudencia sobre ese suceso.

—El descontento actual es mayor al de 1989, ¿el país está preparado para un estallido social similar? Muchos siempre hablan de la bajada de los cerros de Caracas como posible estallido social contra el chavismo.

—No hay manera de saberlo, es difícil. Fíjate que uno de los capítulos del libro se titula “El segundo estallido que jamás llegó”. Siempre estamos pensando en que va a venir otro Caracazo, y lo que pasó fue lo contrario: jamás se repitió una cosa como esa. Han surgido cosas parecidas, pero con variantes: las protestas de 2017 o de 2014, por ejemplo.

En el Caracazo, 90% de los muertos fueron personas inocentes, la mayoría de zonas populares. La gente estaba harta, porque las democracias son más fáciles de subvertir, porque tienen que ser eficientes, depuradas en el control, con respeto a la legalidad y además saber defenderse, mantenerse de pie. Aquí se puso de moda burlarse de la democracia, descreer del orden democrático. Se consolidó la antipolítica y eso particularmente bajó de las ideas conservadoras de algunos grupos venezolanos. Esa visión de Arturo Uslar Pietri que criticaba el acuerdo de los partidos, acusándolo de un reparto de cuotas donde no había democracia, fue un reclamo muy nocivo porque rompió la idea del pacto democrático. De esa situación nació Chávez.

—¿El aumento de la gasolina es el «coco» de los gobiernos desde entonces?

—En uno de los capítulos del libro queda asentado que el aumento de la gasolina se volvió, luego del Caracazo, en uno de los fetiches históricos de la política venezolana durante los siguientes 25 años. Esa fue una de las varias consecuencias del 27 de febrero de 1989.

El Estímulo