De no ser por la primera enmienda de 1973, Marcos Pérez Jiménez pudo convertirse en uno de los candidatos presidenciales en la elección de ese año, tras haber sido senador electo en 1968. Aspectos de su vida escasamente trabajados: el reflector de la historiografía ha estado puesto sobre la dictadura que impuso. A 20 años de su muerte, el historiador José Alberto Olivar responde: ¿por qué un exdictador fue elegido en tiempos de democracia?
Jesús Piñero
El 20 de septiembre de 2001 murió Marcos Pérez Jiménez, el dictador que gobernó Venezuela entre 1952 y 1958. Sobre su figura se ha construido una leyenda llena de muchas mentiras y algunas medias verdades. En 1998, algunos ciudadanos votaron por Hugo Chávez pensando en él. Otros, en el presente, lo defienden oponiéndose al chavismo. Una paradoja que nos dice que el delirio por el militarismo puede trascender cualquier ideología.
El mismo Chávez, en la edición 356 de su programa “Aló presidente”, que salió al aire el 25 de abril de 2010, lo calificó como uno de los mejores mandatarios venezolanos, por encima de los demócratas civiles.
“Yo creo que el general Pérez Jiménez fue el mejor presidente que tuvo Venezuela en mucho tiempo. ¡Uffff! Fue mejor que Rómulo Betancourt, que toditos ellos. No los voy a nombrar. Fue mejor. Ah, lo odiaban porque era militar. (…) Los adecos y los copeyanos lo tuvieron preso en San Juan de los Morros, eso casi no lo sabe nadie. Como cinco años se caló Pérez Jiménez en la penitenciaría de Los Llanos. Después lo echaron del país y además hicieron una enmienda constitucional para impedirle que se lanzara de candidato a nada. Les hubiera ganado una elección. ¡Ufff! Y después, bueno, lo satanizaron: plomo contra Pérez Jiménez, el dictador, el tirano, etcétera”.
Se refería Chávez a una serie de asuntos de la vida del exdictador venezolano escasamente tratados por la historiografía: la extradición por parte del gobierno de Estados Unidos, el juicio, su elección como senador en el Congreso de la República en 1968 y la candidatura en 1973, que terminó generando la primera enmienda a la Constitución 1961.
No se equivocó Chávez al decir que impera el desconocimiento de esos hechos, pues el reflector ha estado puesto sobre los años de la dictadura, dejando a oscuras la vida del personaje durante la democracia, que en sus primeros años ya presentaba alarmas: ¿por qué un exdictador era elegido por los ciudadanos?
José Alberto Olivar, profesor de la Universidad Simón Bolívar (USB) y numerario correspondiente por el estado Miranda en la Academia Nacional de la Historia, es de los pocos historiadores que se ha dedicado a estudiar las controversias de este período. A su consideración, el desgaste político vivido durante la primera década de la democracia, tras las intentonas tanto de la izquierda como de la derecha que pugnaban por el poder, llevó al resurgimiento de alternativas autoritarias, entre ellas la de Pérez Jiménez.
“No fueron en propiedad una suerte de años dorados, los transcurridos durante la década de los 60. La naciente democracia venezolana estuvo desde un primer momento a merced de cualquier zarpazo que podía hacerla sucumbir, dada la tenaz oposición que, desde distintas trincheras, le hicieron personeros de ideologías extremistas. Mas allá del esfuerzo unitario que significo el Pacto de Puntofijo, y la entusiasta militancia que exhibían en las plazas públicas los partidos AD, Copei y URD, resultaba harto visible que hubo un segmento del país profundamente antiadeco y en algunos casos visceralmente antibetancurista”.
—¿Cómo fue posible que se votara por un exdictador cuando la democracia apenas iniciaba?
—Transcurridos dos periodos de gobierno, con AD al frente, era natural que el desgaste político pasara factura. Por encima de las políticas de reforma social y el impulso al desarrollo económico que caracterizó el decenio (1958-1968), había un país en permanente sobresalto. Secuestros políticos, guerrilla urbana y rural, conciliábulos que no solo involucraban a militares sino escurridizas voces provenientes de sectores privilegiados de la sociedad.
De manera que para 1968 cobró fuerza una interesada campaña en algunos medios de comunicación, en torno a la incapacidad de la democracia dirigida por los partidos políticos para asegurar la paz pública, en tanto que denostaba como mediocre la obra física realizada hasta ese momento. Allí radica el origen de esa mordaz etiqueta que en adelante insistiría en juzgar a la democracia como un régimen ineficiente frente a los resultados materiales de la dictadura.
Sin duda fue parte de la estrategia orquestada hacia la opinión pública de revitalizar políticamente la figura de Pérez Jiménez, tal como por esos años se estaba ejecutando en Colombia para concitar el posible retorno al poder del ex dictador Rojas Pinilla y con mayor resonancia en la Argentina a favor del general Juan Domingo Perón. Así la candidatura al Senado por parte de Pérez Jiménez en las elecciones de 1968, pretendía abrir la rendija para hacer sucumbir a la democracia de partidos, utilizando sus propios mecanismos de legitimación.
—A pesar de que se dice que la democracia no pudo escribir su propio relato histórico, y que ha corrido suficiente agua sobre la dictadura, el juicio y la elección de Pérez Jiménez han sido episodios escasamente trabajados, incluso por los mismos perezjimenistas. ¿A qué se debe ese vacío historiográfico?
—Es un tema de investigación que aun está pendiente por abordar con la rigurosidad científica debida por parte de estudiosos en el campo de la historia del derecho, la historia de los procesos electorales contemporáneos en Venezuela e incluso en la historia de las relaciones internacionales. En su hora, fueron publicados varios escritos, naturalmente todos enganchados al modo de pugilato que reinaba entre los interesados.
Ahora bien, por ejemplo, los pormenores del laborioso proceso de extradición de Pérez Jiménez iniciado en 1959 pueden permitir revisar las tensiones que suscitó el caso entre Caracas y Washington. Se tiende a creer en forma errónea que los procesos históricos son lineales, llenos de hechos que se dan por descontado. La revisión de archivos diplomáticos, traería consigo una marejada de datos que obligarían a resetear interpretaciones que hasta ahora lucen categóricas. Y tal como lo aseveró recién, el historiador Tomas Straka, el juicio a Pérez Jiménez, revisado desde una perspectiva más amplia, puede ser considerado el primer ensayo de un tipo de procedimiento judicial tendente hacer valer el Estado de Derecho a escala continental.
—A Pérez Jiménez lo señalaron por muchos crímenes, sin embargo, la sentencia que recibió en Venezuela fue por peculado y malversación de fondos. ¿Por qué no fue condenado por violación a los derechos humanos?
—Es importante ver los hechos según la complejidad del momento en que ocurren. Para 1963, cuando finalmente el Departamento de Estado norteamericano aprueba la extradición del exdictador venezolano, la Declaración Universal de los Derechos Humanos aprobada por la ONU tenía un poco más de diez años de vigencia. Los horrores del nazismo en Europa y los métodos estalinistas seguían concitando el interés del mundo en evitar nuevos desmanes. Pero toda la arquitectura que hoy conocemos en materia de derechos humanos aun con sus falencias, en aquel entonces estaba erigiéndose.
Más allá de lo dispuesto en el Tratado de Extradición, suscrito entre Venezuela y Estados Unidos en los años veinte, no debe obviarse que el régimen militar venezolano había sido avalado por la Casa Blanca, como parte de su política de contención al comunismo internacional. De modo que las víctimas de la dictadura en Venezuela y la saña que encarnaron sus procedimientos, no fueron considerados lo suficientemente lesivos como para proferir una acción contundente en material judicial en contra de un antiguo aliado que cumplió su cometido. Hubo sí, por parte de la Procuraduría General de la Nación –que cumplía funciones hoy competencia del Ministerio Público–, el objetivo de encausar a Pérez Jiménez por los delitos de homicidio y enriquecimiento ilícito. Pero al final, el proceso seguido fue asumido como una muestra del “combate sin cuartel contra la corrupción” que la naciente democracia deseaba asentar.
—¿Y hubo temor de los gobiernos civiles a su posible candidatura presidencial? ¿Temían que fuera electo? Hablamos de los años del bipartidismo y aun así lo inhabilitaron sancionando una enmienda.
—Es muy aventurado afirmar en forma tajante que si Pérez Jiménez hubiese podido postularse como candidato presidencial en las elecciones de 1973 hubiese barrido a sus competidores. Me inclino a pensar que hubiese sido más bien un tercero con suficiente significación, traducida en votos, como para legitimar su bandera política, obligando a una indeseada y forzosa cohabitación entre adversarios naturales. Ante esa hipotética posibilidad, el liderazgo de los partidos AD y Copei no dudaron en cerrar el paso a la sistemática campaña del perezjimenismo, y procedieron con la mayoría que ostentaban en los cuerpos deliberantes a aprobar la Enmienda N° 1 de la Constitución.
—Lo paradójico es que en los 90 no se tomó una decisión similar frente a otro militar que también había atentado contra la democracia. ¿A qué se debió eso? ¿Fue muestra de que el sistema estaba deteriorado o las instituciones subestimaron a Hugo Chávez?
—Son momentos históricos muy distintos. La democracia de partidos, léase la democracia encauzada por AD y Copei de los años 60 y 70, era muy distinta a la democracia exangüe de los años 80 y 90 del siglo pasado. Como declaró estupefacto un connotado dirigente de Acción Democrática, Humberto Celli, esas mismas “negritas” que antes vestían franelas blancas en las romerías adecas, ahora portan su inconfundible boina roja o más reciente una gorra tricolor con la abreviatura 4F.
Se tiende a pecar de simplista cuando se escurre el bulto afirmando que el sistema democrático venezolano no supo defenderse. Sí lo hizo, desde un principio en 1958 y hasta su decrepito final en 1998. Los métodos empleados pueden resultar discutibles, pero no hay duda de que se defendió. Hacer aprobar una enmienda exprés a la Constitución, cuando cuentas con un importante margen de maniobra y legitimidad política, tal como ocurría en 1973, era mucho más fácil que pretender inhabilitar en 1994 a unos militares catapultados por el fenómeno inducido de la antipolítica, que casi a diario en la primera plana de los periódicos o en programas de televisión alentaban la idea de que las instituciones peor valoradas por la opinión pública eran el Congreso y los partidos políticos. En tanto, las Fuerzas Armadas salían mejor paradas junto a la Iglesia católica y por supuesto, los propios medios de comunicación.
—A 60 años del 23 de enero, hay quienes se definen como perezjimenistas. Aunque la mayoría de ellos ni siquiera haya vivido el período, son muestra del delirio por el militarismo. ¿Cree que en el futuro exista un fervor chavista como existe con Pérez Jiménez? ¿Se parecen los personajes? Ideológicamente no, pero ambos son militares.
—Vista la manera de concebir la actividad política por parte de quienes se alimentan de la banalidad y hacen causa común con prácticas oportunistas y en otros escenarios de exaltado extremismo, no resulta extraño, aunque suene inverosímil, que en la postrimería de este siglo haya elementos que se proclamen abiertamente neochavistas, no tanto apegados a un constructo ideológico, sino por el objeto de vender falacias de empaque genérico. Lo único que tienen en común Pérez Jiménez y Hugo Chávez, fue haber utilizado la institución armada para ponerla al servicio de dos proyectos políticos diametralmente opuestos en lo ideológico, pero amalgamados en la idea de hacer inviable la consolidación del proyecto histórico de erigir una república de ciudadanos.
El Estímulo