El politólogo Ángel Álvarez asegura que la fragmentación de la oposición facilitará la victoria del gobierno el 21-N y que la dirigencia opositora que promovió el eslogan del «cese de la usurpación, elecciones libres y gobierno de transición» ha debido renunciar, como acto simbólico importante y darle el liderazgo a otro sector
La oposición venezolana ha estado recorriendo un ciclo desde 2005 en el que cuestiona y deja de participar en procesos electorales para, seguidamente, volver a transitar el camino electoral; pero esto no se debe a la falta de formación o de capacidad por parte de la dirigencia de los sectores que adversan al gobierno de Nicolás Maduro sino a un juego que el propio gobierno ha impuesto en el país, al convertirse en un régimen autoritario electoral.
Esta es la explicación que da Ángel Álvarez, Phd en Ciencia Política y profesor de la Universidad de Otawa, Canadá, a esa especie de círculo vicioso en el que se pasa de la abstención a la participación sin que se observen cambios significativos en las condiciones electorales y que se da como respuesta a una dinámica mediante la cual el Ejecutivo chavista envía mensajes de supuesta apertura democracia seguidos de una fuerte represión cuando se ejerce la protesta contra él.
En entrevista con TalCual, Ángel Álvarez explica que esto no ocurre solo en Venezuela sino que es típico de regímenes similares al venezolano, como Egipto, Rusia, México en la época del PRI, Bielorrusia y otros.
Para Ángel Álvarez, la oposición reacciona a incentivos del gobierno
«La oposición venezolana —y es típico que esto ocurra con la oposición en todos los regímenes autoritarios con elecciones o, como las llaman algunos autores, especialmente en México, autoritarismos electorales— es naturalmente inconsistente, contradictoria; especialmente como ocurre en el caso venezolano, donde esa oposición está fragmentada en una enorme cantidad de grupos que no tienen ninguna capacidad de imponerle sus preferencias al resto de los que, eventualmente, formarían parte o han formado parte de la misma coalición», asevera al politólogo.
Añade Álvarez que este tipo de regímenes, como son mixtos —ya que tienen un componente autoritario y otro electoral—, desarrollan incentivos contradictorios para la oposición. «Por una parte, generan la percepción de que la oposición no es capaz de ejercer el poder si gana elecciones, limitando la capacidad de acción de la oposición cuando gana algún cargo público o invalidando elecciones o, incluso, como en algunos casos en México, mediante el fraude electoral, y ese mecanismo lleva a algunos sectores de la oposición a intentar acciones insurreccionales, y la respuesta para las mismas son represiones ejemplares».
«El régimen electoral autoritario —continúa— necesita que haya una oposición insurreccional, porque le sirve de efecto de demostración para aquellos que quisieran levantarse contra el régimen. Incluso dentro de la propia coalición gubernamental, porque las élites que forman parte del poder dentro del régimen, al ver la represión brutal que se ejerce contra aquel que se levante en contra del orden político, recibe el mensaje de que es mejor no hacerlo. La sublevación política tiene altísimo costo».
Considera que esa dualidad de incentivos genera la combinación de estrategias insurreccionales y electorales por parte de la oposición, así como la fragmentación de la oposición en torno a esas estrategias entre los que creen solo en la vía electoral, como la del sector representado en la Asamblea Nacional, que algunos refieren como «la mesita» y que él llama leal al gobierno; los que creen solo en la vía insurreccional, como Antonio Ledezma, María Corina Machado y los sectores que han combinado tanto la vía electoral como la insurreccional, como el llamado G4, ninguno de los cuales se hace mayoritario porque el electorado duda entre un sector y otro y pasa de la preferencia de uno a otro.
Ciclo sin solución
—¿Cómo evalúa que se hayan abstenido de participar en las elecciones de diputados a la Asamblea Nacional, que sí tiene incidencia en la política nacional y, aun cuando se mantienen las mismas condiciones electorales, van a participar en una de gobernadores y alcaldes?
—Esa inconsistencia usted las viene viendo en la oposición venezolana desde 2005 y va a seguir ocurriendo, porque es la naturaleza del juego político venezolano. En 2005 se abstuvo, en 2006 participó, en 2007 ganó, participó en 2008 y dijo que hubo fraude, participó en 2010 y se entusiasmó porque ganó muchos votos, participó 2012, 2013 y en 2015, año en que comenzó a utilizar la ruta insurreccional de nuevo. En 2017 repitió lo que había hecho en 2014, «la salida», con las protestas en la calle; después de la represión masiva se repliegan, renegocian, crean el gobierno de transición, siguen con la expectativa de una salida insurreccional ahora con la hipótesis de una intervención internacional, fracasan completamente y vuelven a negociar. Ese ciclo se va a seguir repitiendo, no tiene solución porque es algo que no controla la oposición.
—Es un círculo vicioso, entonces.
—Es una lógica propia de los regímenes autoritarios electorales. ¿Cómo se rompen los regímenes electorales autoritarios? No se rompen porque la oposición lo decida ni porque hagan una insurrección, porque generalmente son reprimidos salvajemente, salvo casos muy esporádicos, por ejemplo, en algunos países de la Primavera Árabe, eso se intentó y uno solo tuvo éxito, Túnez, y en menor grado Jordania, pero esa democracia es muy inestable.
Generalmente esas insurrecciones fracasan, son reprimidas salvajemente, la oposición vuelve al cauce electoral, vuelve a sentir que le hicieron fraude o que le invalidaron los resultados electorales en la práctica y vuelven a la vía insurreccional. Las estrategias de la oposición no son sino reactivas a la estructura del juego que el gobierno determina. ¿Cuándo se producen transiciones en regímenes de este tipo? No cuando la oposición se subleva ni cuando participa; en ninguno de los dos casos, sino cuando el propio gobierno se fractura en facciones, una de las cuales quiere la transición y logra imponerse.
Explica Ángel Álvarez que las transiciones en este tipo de regímenes se hacen desde el gobierno y no desde la oposición y que un ejemplo típico es el caso mexicano. «En México estuvo ocurriendo durante 70 años esto que le he estado diciendo y en 1996 el PRI se fragmenta. Es cuando el gobierno quiere pasar unas reformas de mercado, necesita respaldo entre factores de la oposición, se divide entre llamados dinosaurios y tecnocráticos liderados por Ernesto Zedillo, y en 2000 se produce la transición porque gana el PAN. Es el resultado del fraccionamiento del PRI lo que produce la transición».
Advierte, entonces, que para que ese fraccionamiento de la élite en el poder tenga resultados democratizadores, la fracción democratizadora de la coalición dominante tiene que tener interlocución confiable con un sector de la oposición. «Eso es lo que no ocurre en Venezuela en este momento. Si hubiese en este momento un fraccionamiento de la élite madurista y un sector del gobierno apostara por una apertura o liberalización del autoritarismo y la democratización del juego político, ¿con quién conversa cuando ningún sector de la oposición es mayoritario ni demuestra tener liderazgo de la mayoría de la oposición? La enorme mayoría de los venezolanos no apoya a ninguna de las facciones opositoras. Allí es cuando las elecciones pueden tener algún uso para la oposición. No tienen un uso para gobernar porque no la van a dejar hacerlo».
—Usted ha dicho que ambas partes de las que negocian en México tienen que ceder. ¿Qué puede perder el gobierno o a qué puede apostar para ceder a alguna de las demandas de la oposición?
—El gobierno necesita básicamente que le suspendan las sanciones. Es su punto central, todo lo demás es secundario para ellos. El gobierno está dispuesto a hacer algunas concesiones en términos de participación electoral porque, además, está muy fortalecido. El gobierno va a ganar las elecciones mayoritariamente, aún sin ningún fraude, básicamente por la fragmentación y descrédito de la oposición. En esas condiciones sumamente ventajosas para ellos incentivan la participación de todos los sectores de la oposición y el fraccionamiento de esos sectores. Existen los que usted llama «la mesita», los que llama el G4 y el sector más radical que se va a abstener y no va a participar. Esa fragmentación, en al menos tres sectores —que pueden ser más, porque Henrique Capriles es un factor distinto al G4—, pero también con la oposición que yo llamo leal y que usted llama la mesita, hay por lo menos cuatro factores de la oposición, y esos cuatro factores es muy difícil que se pongan de acuerdo y el proceso para ponerse de cuerdo va a resultar sumamente traumático.
«Usted está viendo lo que está ocurriendo en Miranda —señala Ángel Álvarez—, la disputa entre (David) Uzcátegui y (Carlos) Ocariz. El escándalo es brutal y desestimula al electorado opositor. En Libertador ocurre más o menos lo mismo. Esa fragmentación, sumada a su incapacidad de hacer lo que se promete, transiciones pensadas más o menos de manera mágica como el eslogan de tres partes de Guaidó, hace que el electorado se inhiba y eso facilita el triunfo del gobierno. Entonces, el gobierno logra lo que quiere, que la oposición participe, envía señales a los que ejercen presión internacionalmente en términos de que el gobierno ha permitido las libertades políticas que estos países demandan, principalmente la UE, EE. UU. y Canadá, y seguramente algunos sectores que están dispuestos a hacer negocios con el gobierno venezolano, tanto en Europa, Canadá como EE. UU. presionan a sus respectivos gobiernos diciendo ‘hubo elecciones en Venezuela, el gobierno ganó y debemos hacer negocios con ellos’.
Errores de la oposición se deben al juego del gobierno
—Ahora que habló del lema del cese de la usurpación. Esa fue la estrategia durante dos años y ahora aparecen hablando de un acuerdo de salvación nacional. ¿Es aceptable que esa dirigencia que promovió eso esté ahora en el proceso de negociación y al frente de una estrategia electoral? ¿Cómo queda esa dirigencia luego de ese fracaso?
—Queda muy mal y honestamente en un mundo ideal han debido renunciar y dejarle el liderazgo a otro sector. Pero eso sería en un mundo ideal, no existe en Venezuela en este momento. En Venezuela son los que son y van a seguir en su juego, porque tampoco es que cualquier otro que estuviera en su posición lo hubiese hecho diferente, o muy diferente. A menos de que desde el 2015 alguien hubiese tenido la convicción clara de que no se iba a aprobar ninguna ley, a poder ejercer el Poder Legislativo y hubiese utilizado el triunfo electoral para seguir organizando una oposición, seguir demostrando que tienen fuerza, seguir ganando otros espacios, sin ningún poder hasta que las propias contradicciones del madurismo llevaran a una negociación entre ese factor y el madurismo disidente.
Indica Ángel Álvarez que eso hubiese podido ocurrir, como efectivamente ocurrió, entre los partidos PRI y PAN en 1996 en México, pero que la oposición venezolana creía que iba a gobernar y por ello no pasó. «Todos lo creían, AD, PJ, Voluntad Popular y María Corina Machado, creían que habían ganado unas elecciones en las que podían gobernar. Resulta que no habían ganado ningunas elecciones en las que podían gobernar porque el centro de poder no estaba en el Legislativo, está en la Fuerza Armada y cuando estas se mantienen unificadas en torno al Ejecutivo es muy difícil que una Asamblea Nacional pueda hacer absolutamente nada. Lo que sorprende es la ingenuidad, ignorancia o falta de formación o de claridad política de todos los dirigentes políticos venezolanos, tanto los que propiciaron la vía insurreccional de 2017 como los que no, porque todos pretendieron que podían gobernar».
«Convencieron al electorado que era así, que podían legislar y resulta que no. Suponga que para honrar su propia dignidad, Guaidó hubiese renunciado. Si yo hubiese sido él hubiera renunciado sin duda alguna, eso de todos modos no cambia mucho las cosas, sino desde un punto de vista puramente simbólico. La profundidad de los errores de la oposición no tiene que ver con ellos mismos sino con la estructura de un juego que ellos no controlan.
Peligro de una mayor frustración
—Usted dice que esa dirigencia queda muy mal. ¿Cree que los venezolanos pueden volver a confiar en el voto con esa dirigencia? ¿Es posible rescatar para unas elecciones aquel entusiasmo que se vio en 2015?
—No sé. Insisto, no sé si con esta dirigencia ni con ninguna otra. Creo que al electorado en 2015 se le vendió una utopía que era imposible de realizar, y en 2019 le vendieron otra peor; creo que eso le restó mucha confianza a la oposición y mucha duda de parte de los votantes opositores en cuanto al poder del voto, básicamente porque los engañaron; les dijeron que la AN podía legislar, luego le dijeron que el gobierno interino llevaría a una transición y no cumplieron; las dos cosas desmoralizan al votante opositor. Tal vez, si hubiera una renuncia de varios de sus dirigentes, se podría crear una nueva expectativa, siempre y cuando la promesa no sea que ahora van a ganar las gobernaciones y derrotar a Maduro, porque si la promesa es ganar las gobernaciones para sacar a Maduro van a crear una nueva frustración.
«El problema —resalta Ángel Álvarez— no es tanto quiénes dirigen, aunque insisto, la renuncia de uno o varios hubiese sido un acto simbólico considerablemente importante, no solamente cambiar caras sino estrategias, sería lo más adecuado. Seguir con la idea de que a través de las elecciones van a derrotar a Maduro y provocar un cambio es una estupidez. Y seguir con la estrategia de que va a haber una invasión o un golpe de Estado también lo es. Ninguna de las dos cosas funciona, habría que cambiar ambas estrategias, pero no lo hacen porque sean brutos o estúpidos sino porque el sistema funciona de forma tal que esos son los incentivos que genera».
—Los venezolanos han pasado de la crisis económica y social, pasando por la pandemia, a estar abocados a buscar su supervivencia, resolver el día a día ¿puede trazarse una estrategia electoral mediano o largo plazo para cambiar el rumbo político del país?
—Creo que los venezolanos, ciertamente como usted dice, están dedicados a sobrevivir, es otra de las características de ese tipo de regímenes, colocar a la población en un punto en el cual la sobrevivencia cotidiana sea lo más importante, de forma tal que no dé tiempo a pensar en política ni ninguna otra cosa, sino qué hacer para comer hoy y llevar comida para la casa. Es algo muy típico de este tipo de regímenes políticos y de sus gobiernos. Ahora bien, lo que debería (hacerse), si me pidieran a mí que aconsejara a la oposición venezolana, creo que hay dos cosas que son como obvias, en primer lugar, que haya una renovación del liderazgo, que sean otras caras las que sean voceros para crear más credibilidad, pero eso es solamente comunicacional, lo más importante es que haya un cambio de estrategia política, que se entienda que ni las elecciones ni la insurrección cambian al gobierno.
«La oposición lo que tiene que hacer es organizarse lenta y paulatinamente para que en algún momento se aproveche la oportunidad de negociar con un segmento del gobierno que esté dispuesto a liberalizar la economía y abrir un poco el juego político. Generalmente esos cambios son graduales, no son abruptos. Esos cambios son muy lentos, negociados uno por uno; no hay un paquete de reformas en el que se aprueban todas y cada uno, sino reformas graduales, aperturas graduales que van haciendo que el sistema económico sea un poquito más eficiente y que el sistema político sea un poco más liberal, pero es lo máximo que puede aspirar la oposición», añade el politólogo.
Subraya Ángel Álvarez que eso es, por cierto, a lo que apuestan algunos sectores que en la oposición venezolana son descalificados con el adjetivo de «la mesita». Al menos explícitamente es lo que dicen, son descalificados por el resto, acusándolos de vendepatrias, traidores, vendidos al gobierno, colaboracionistas. No sé si son vendidos o no, pero apuestan a negociar pequeñitos cambios con el gobierno. Es lo que ha funcionado. No sé si es la élite capaz de liderar ese proceso, pero es lo que ha funcionado en este tipo de regímenes a largo plazo».
Agrega que no ha habido democratización en este tipo de regímenes por invasión, con casos excepcionales en gobiernos claramente autoritarios como Panamá o en países en guerra civil, pero incluso en algunos países en guerra civil abierta, como lo acaba de demostrar Afganistán, y también Siria, no funciona. «No sirve la intervención militar tampoco» recalca.
A juicio de Ángel Álvarez, está muy claro que es doloroso ese camino —el de reformas y aperturas graduales—. «Es fácil para mí decirlo porque no vivo en Venezuela, entiendo muy bien cuando me critican. Justamente, porque es más fácil decirlo desde aquí es que lo puedo decir, pero no veo ninguna posibilidad de transición violenta ni electoral a corto plazo en Venezuela, solamente una transición gradual y la oposición lo que debería es acumular fuerzas para hacerse creíble en un proceso de negociación progresivo y lento con el gobierno».
—¿Cree que los venezolanos aún creen en la democracia o respalda cada quien un autoritarismo con distinto signo económico? Lo decimos por la virulencia y la vehemencia de los ataques que se producen.
—Está muy claro en las encuestas que se han hecho sobre el tema. Latinobarómetro, que es una de las más confiables de América Latina y la encuesta de la Universidad de Van der Bilt que se llama Lapop, Latin American Public Opinión Project, que muestran que Venezuela es el país de América Latina donde los votantes favorecen más a la democracia, pero además la diferencia es abismal, mientras que el promedio histórico en Venezuela supera el 75% desde 1995 hasta hoy, en el resto de los países de América Latina en conjunto no supera el 51%. Venezuela es uno de los países, junto con Nicaragua, donde la democracia es más valorada que el resto de los países latinoamericanos, pero incluso con Nicaragua hay una diferencia brutal en términos de cómo los venezolanos respaldan a la democracia. En los últimos tres años ha caído un poco, de 78 a 75%. Eso no quiere decir que los venezolanos crean que hay democracia, la mayoría cree que no la hay, pero la mayoría valora positivamente la democracia, no valoran ningún proyecto autoritario, ni de izquierda ni de derecha.