Médicos, enfermeros, peluqueras, educadores, emprendedores y hasta sepultureros y vendedores de urnas tienen en común que logran un ingreso en el mercado informal muchísimo más alto que en el sector formal de las economía. Estas son las historias de trabajadores que prosperan en Venezuela pese a la crónica depresión económica, la hiperinflación y la parálisis agravada por la pandemia de covid.
El Estímulo
10 de septiembre de 2021
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La novedad es que en Venezuela miles de personas cada día encuentran la forma de ganar más ingresos trabajando por su cuenta. El mercado informal es hoy por hoy más rentable en este país sumido en crisis perpetua donde el salario mínimo alcanza a dos dólares mensuales y no existe un sistema de crédito al consumo, ni al comercio ni a la compra de bienes duraderos.
Para cualquiera es más negocio trabajar por cuenta propia en oficios diversos que emplearse en una de las pocas empresas manufactureras o de comercio que quedan en pie en el país.
Después de todo, el modelo socialista del chavismo aniquiló todas las ventajas que en los países normales confiere tener un trabajo sólido y estable en el sector formal.
En Venezuela no existen las tarjetas de créditos y ni los préstamos hipotecarios ni para compra de automóviles; entonces no hay que ir al banco a presentar constancias de ingresos.
Sin sueldos reales ni beneficios
En términos reales, con valor de compra, en Venezuela tampoco existen ya prestaciones sociales, ni seguro contra el desempleo; remuneración de bonos por vacaciones ni pagos de beneficios de fin de año. Tampoco hay ya planes vacacionales para los hijos y trabajadores; transporte propio a los centros de trabajo; ni servicio médicos asistenciales, ni seguros de salud, hospitalización, cirugía y maternidad, ni de vida ni funerarios.
Todos esos beneficios antes pagados en bolívares fueron aniquilados por la hiperinflación y por la falta de políticas y reformas oficiales para enfrentar este mal que empobrece a las personas, familias y empresas.
Especialmente los trabajadores del sector público están completamente al margen de salarios decentes, por lo que tiene que recurrir a dos o tres actividades para redondear el ingreso.
Como los horarios son flexibles y ajustados a la disponibilidad de luz eléctrica, transporte y a las restricciones de horarios laborales por la pandemia, en ministerios e institutos, centros educativos y de salud, los trabajadores públicos pueden arreglárselas de otra forma.
Aquí no hay quien viva
Las cifras grandes de la economía son un récord del mal para Venezuela: es el país del mundo con el peor desempeño en los últimos 40 años; ha perdido el 80% del tamaño de su economía desde que Maduro asumió el poder como heredero de Hugo Chávez en 2013; la pobreza agobia a más del 90% de la población; uno de cada tres trabajadores está en el desempleo abierto; y de los que trabajan más de la mitad lo hace en la informalidad.
La hiperinflación que lleva cuatro años en línea es una de las más virulentas y sostenidas de la historia mundial. Venezuela además está en el sexto lugar entre los 120 países del mundo con inseguridad alimentaria y el único que sufre este mal sin estar en un conflicto armado abierto.
Los otros son en ese orden Sudán del Sur, Siria, Yemen, Afganistán, Haití, El Congo, Sudán, Etiopía y Nigeria. Son datos de la FAO, la organización de la ONU para la alimentación.
La ONU también proyecta que este año llegará a seis millones de personas el total de venezolanos en el exterior, entre emigrados, exiliados y refugiados, lo que convierta a ésta en la peor crisis humanitaria en la América contemporánea.
A la crisis crónica del país, a la debacle de la economía, a la quiebra de su vital industria petrolera se suma en los dos últimos años el impacto de la pandemia de covid.
¿De qué vive entonces la gente asalariada en Venezuela?
Y encima la pandemia
No todo es blanco, no todo es negro. Hay muchas personas y familias enteras que se las arreglan cada día no solo para subsistir, sino también para ganar mejor que en cualquier trabajo como médico, ingeniero, ejecutivo financiero, profesor, agricultor o administrador.
Encima de esto, tenemos la pandemia de covid que pulveriza puestos de trabajo en todo el mundo y los planes de quienes piensan en emigrar como salida. De paso, Venezuela es uno de los países americanos con menos proporción de población vacunada contra este coronavirus.
La Organización Internacional del Trabajo calcula que en América Latina se han perdido alrededor de 26 millones de empleos por culpa de la pandemia y sus efectos secundarios en la economía.
No hay cifras sobre el impacto en Venezuela, dond el covid es como una tormenta después de una inundación.
Pero muchos son los profesionales venezolanos, que en medio de la crisis han visto una oportunidad de negocios, que han aprovechado, aquí algunos ejemplos.
Oportunidad con el teletrabajo
Lucas Rodríguez tiene 40 años de edad, responsable de la crianza de sus cuatro hijos, de entre dos y 12 años de edad. Es técnico en el área de telecomunicaciones y encontró una gran oportunidad de negocios con la llegada del teletrabajo.
“Con la llegada de la pandemia, también llegó la modalidad de trabajar desde la casa, o el llamado teletrabajo. Para eso es necesario la instalación de equipos, programas, reparación de computadoras, instalación de redes. Yo ofrecí todos esos servicios, por lo cual mi cartera de clientes se incrementó en pocos meses”, señala.
En un país con uno de los peores sistemas de internet en el mundo a Rodríguez le ha tocado ayudar a muchos de sus vecinos con las fallas en el servicio de internet. También los asiste en la actualización de los programas de las computadoras y tabletas, que utilizan para cumplir con las clases virtuales.
“Tengo una tarifa de $10 por cada visita a domicilio. Pero también hay empresas que me han llamado para la instalación de redes completas, con las cuales he firmado buenos contratos, comprendiendo la situación y para ser solidario, a muchos de mis amigos los ayudo sin pedir nada a cambio”, dijo Rodríguez.
Alice Ortiz ayuda a sus bisnietos Ender y Eider con sus tareas. El cierre de las escuelas abre oportunidades a maestros para trabajar por su cuenta ayudando a las familias en estos menesteres. Foto: EFE
La muerte como negocio
«Limpio las tumbas, le compro flores y hasta le rezo al difunto».
Luis Manuel Castillo (nombre ficticio) trabaja como sepulturero en el Cementerio Municipal de El Junquito, en la periferia de Caracas. Desde hace unos cinco años cumple las labores de sepulturero y también de mantenimiento en el Campo Santo.
Desde hace más de un año, con la llegada de la pandemia por covid, las visitas al cementerio disminuyeron significativamente, y también la demanda de servicios de los cuidadores del lugar.
“Con la aplicación de la cuarentena, sumado a las restricciones de acceso al cementerio en las semanas radicales, en donde solo se permitía el paso a personas que requerían los servicios de sepelio o cremación, las visitas al Campo Santo disminuyeron. Esta situación afectó las tareas que ofrecía de mantenimiento de terrenos y tumbas”, dijo Castillo.
Comenzó a recibir contratos, no solo para cortar el monte de las tumbas, sino también para que les comprara flores, pues los familiares estaban imposibilitados de venir al cementerio, por varias razones.
La principal razón es la pandemia, así como la falta de gasolina, el poco transporte público y la falta de dinero en efectivo para los pasajes, explicó.
Honor a los muertos
“La tarifa básica mensual por la limpieza de las tumbas es de $ 5. Muchas de las personas que me han contactado, se encuentran fuera de Venezuela y no pueden asistir a las exequias de sus familiares, son casos muy tristes», dice sobre el impacto de la diáspora en el culto a los difuntos.
«Una de estas personas me llamó desde Estado Unidos, su mamá falleció y no pudo estar presente para despedirla. Me pidió que limpiara el terreno, le compara flores, le mandará a hacer un responso y llevara hasta la tumba un grupo de músicos para que le hicieran unos canticos. Mientras se realizan todas estas actividades, yo me contactaba con la persona a través de una video llamada, para que de manera virtual, estuviera presente”, explicó Castillo.
También lo han contratado para los arreglos ornamentales de las tumbas.
“Para darles la facilidad ofrezco el servicio, poniendo los materiales y la mano de obra por $90. Si me traen el material, el costo les queda en $ 30, el contacto se realiza por vía WhatsApp, y les mando fotos y videos de los trabajos”, señaló Castillo. Cada mes completa unos tres de esos trabajos.
Cofres para cenizas de difuntos
«El covid-19 afectó mi empresa y también la hizo resurgir», dice Michele Leo. Tiene 59 años de edad, es dueño de un taller de artesanía, dedicado a elaborar todo tipo de adornos en madera, especialmente de figuras religiosas populares en Venezuela.
“En mi taller logré generar, por lo menos 20 empleos de forma directa, pero con la llegada de la pandemia las ventas se desplomaron y necesariamente tuve que reducir la nómina”, indicó.
Ante la necesidad de reinventarse fabricó unas muestras de cajas, para el depósito de las cenizas de las personas cremadas, y las ofreció en varias funerarias de Venezuela.
“El modelo y los acabados son de excelente calidad, el producto gusto mucho y comenzaron a hacerme pedidos hasta de 300 cajas semanales, con lo cual pude reactivar mi negocio”, dijo Leo.
Admite que construir cajas para la cremación no se encontraba en sus planes. Pero la grave situación sanitaria, con el lamentable fallecimiento de personas por covid-19, le abrió paso a este nuevo modelo de negocios.
Hoy tiene varios modelos y tamaños de las cajas y los pedidos se mantienen de forma constante.
“Yo he tenido conocidos que han muerto por covid-19, me ha tocado donar cajas a los familiares, que no pueden pagar por los actos fúnebres. Mi negocio es un servicio necesario, muy necesario, en estos tiempos de pandemia”, dijo Leo.
En los abandonados cementerios de Venezuela es común el saqueo y la profanación de tumbas para robar huesos destinados a ciertos rituales. En esos lugares hay abundante trabajo por cuenta propia.
Salud a domicilio
«Consultas personalizadas».
Isis Bruce, tiene 30 años de edad, es médico y labora en un hospital público en el estado Barinas. Es madre de dos niñas de siete y tres años de edad.
Trabajando por su cuenta logra evadir la dura realidad de su profesión.
“Los bajos salarios que los profesionales de la medicina devengamos en los centros de atención pública, los altos costos de los alquileres de consultorios y por supuesto la pandemia generada por covid-19, nos ha impulsado a ofrecer nuestros servicios a domicilio. En mi caso, las redes sociales han sido mis grandes aliadas para promocionarme entre los pacientes a quienes les ofrezco los chequeos, interpretación del resultado de los exámenes y seguimiento, hasta tanto se recuperen”, explicó Bruce.
Cada consulta a domicilio cuesta $25.
“Pero hay casos en que ajusto mi tarifa, pues me han tocado atender una familia completa, de cuatro integrantes infectados con covid-19 y entiendo que los gastos en medicamentos y exámenes son muy costosos. No todas las personas tienen para hacerle frente a estas emergencias, más si tomamos en cuenta que según la evolución del paciente, durante la enfermedad hay que cambiar los tratamientos”, señaló.
En la comodidad del hogar
Francisco Duran, es enfermero, con una experiencia de más de 30 años en el área. Labora en un hospital público y una clínica privada, pero además ofrece sus servicios para suministrar tratamientos a domicilio.
“Para nadie es un secreto que los bajos salarios, la hiperinflación y dolarización que se vive en Venezuela, además de la llegada de la pandemia, han obligado que muchos profesionales diversifiquemos nuestras labores para poder aumentar los ingresos. En mi caso y el de muchos de mis compañeros, ofrecer la aplicación de tratamientos a domicilio ha sido una de esas opciones”, explicó Duran.
Sus servicios cuestan $10 por tratamiento endovenoso, siguiendo todas las indicaciones del médico tratante y con la condición que el paciente tenga todo lo necesario a la mano, como inyectadoras, soluciones, adhesivos, algodón y los medicamentos.
“Al acudir a cualquiera de estos servicios, nos colocamos todos los elementos de protección: doble tapaboca, la máscara facial, guantes…No solo se atienden casos sospechosos de covid-19, sino también otras patologías o enfermedades crónicas”, dijo Durán.
Algunos de sus compañeros han sido contratados para el cuido diario de pacientes en sus casas. Los costos de esos servicios pueden varias entre los $450 a $550.
“También he atendido casos, en donde no le cobro nada a los pacientes, ya que tienen que hacer un gran esfuerzo para cancelar los honorarios del médicos, exámenes de laboratorio y la compra de medicamentos”, señaló Duran.
La escuela en casa
«La maestra me visita».
Rosangel Navas, es maestra, tiene estudios de Magister en Procesos Didácticos y Cognitivos, es coach Neuropedagógica, Investigadora, docente integral y adelanta un emprendimiento que ha denominado Programa Educativo Neuro Ross, con la teoría de que los niños necesitan aprender usando todo el cerebro.
“La pandemia vino a trastocar la vida escolar de los niños, en muchos aspectos especialmente en el área pedagógica y de socialización, en donde la peor parte la han llevado los pequeños con condiciones especiales. Los padres y representantes, sin tener ninguna experiencia y tampoco la paciencia, les ha tocado convertirse en los maestros de los niños, en distintas áreas, situación que ha dificultado la calidad de la educación que reciben los alumnos”, dijo Navas.
En medio de esta compleja situación, ella también vio una oportunidad de ganar un dinero extra, ofreciendo su asesoramiento pedagógico en la casa de los niños.
“Mi hora de trabajo, de atención integral, tiene un costo de $10. En mis visitas tengo conmigo todos los equipos de bioseguridad y exijo que un representante del niños nos acompañe en cada sección. Según la edad del niño y el área en donde tenga mayor dificultad de aprendizaje, llevo juegos y materiales didácticos que ayuden a que las orientaciones sean más amenas”, señaló la docente.
“Gracias a estos trabajos que he realizado en este año de pandemia he logrado comprar una nevera, para poder reemplazar la otra que se me dañó con los apagones que son constantes donde vivo. También adquirí un televisor, realicé varias reparaciones en mi casa, mientras que con el salario que gano mensualmente como docente, en una escuela pública, no me alcanza ni para comprarme un par de zapatos”, señaló.
El dulce negocio
«Tortas al tamaño de su bolsillo»
Florangel de Berrios tiene 60 años, es secretaria jubilada de la administración pública, recibe una pensión que alcanza a $ 3 dólares mensuales, dinero que no le alcanza, ni siquiera, para comprar sus medicinas. Con eso se compran tres barras de pan.
“Tortas y gelatinas, para fiestas eran los principales productos que ofrecía, con la llegada de la pandemia la gente dejo a un lado las celebraciones”, explico Berrios.
Después, con la hiperinflación y dolarización del mercado era muy complicado poder ofrecer los presupuestos, pues los costos de los materiales aumentaban casi a diario.
“Por la pandemia, las celebraciones son en la intimidad familiar. Comencé a recibir nuevos pedidos, les decía a mis clientes que debían traer todos los ingredientes y yo les cobraba la mano de obra, según el tipo de torta que querían, me adecuaba al tamaño del bolsillo del cliente”, explicó.
Así que por una pequeña torta, adornada de manera simple, cobra $15. Pero si se trataba de un pastel grande o de varias tortas en conjunto, el costo podría rondar entre los $ 50 a $60. Atiende entre dos y tres encargos semanalmente.
Bellas hasta en pandemia
«Mirada seductora».
Johana Pérez, tiene 45 años de edad, de profesión periodista y fanática del maquillaje.
“Me gusta el mundo de la belleza, el maquillaje, la peluquería, cuidado de las manos, la moda. Completé varios cursos, de delineado de cejas y aplicación de pestañas postizas. Vi la oportunidad de tener un emprendimiento atendiendo a domicilio”, cuenta Pérez.
Sus servicios por cliente varían entre los $2 a $5, por depilar y pigmentar las cejas. También ofrece otros tratamientos de belleza, cuyos costos van de los $25 a $60.
“Suspendí mis servicios varios meses, por miedo a los contagios de covid-19. Pero los altos costos de la comida, los bajos salarios por mi trabajo de periodista y los gastos para mantener a mi hija, me obligaron a redimensionar mi emprendimiento. Y en vez de atender clientes, ofrecí los talleres y cursos para que otras mujeres aprendieran este oficio, con la oportunidad de montar su propio negocio”, señaló Pérez.
Para la promoción de los talleres aprovecha las redes sociales, muy populares en Venezuela.
“En cada taller atiendo unas seis participantes, que invierten $25, en su capacitación. Comencé con dos talleres semanales, pero con la demanda que hemos tenido, vamos a aumentar el número de participantes y de cursos”, explicó Pérez.
Dice que a la mujer venezolana, le gusta estar siempre presentable, arreglada, bonita “así sea en pandemia y utilizando una tapaboca. Las venezolanas siempre guardan dinero para su arreglo personal, en pandemia le ofrecen un cuidado especial al maquillaje de los ojos, que son los que más resaltan al usar la mascarilla. Siempre se quiere mostrar una mirada seductora”.
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