“En 1936, después de que murió Juan Vicente Gómez y en los albores de un posible desenlace democrático, Andrés Eloy Blanco escribió esta frase: ‘No hay en la tierra un pueblo de mayor resistencia ni más bueno que el mío’. Estas palabras siguen estando vigentes en la Venezuela de hoy y deben ser motivo de esperanza”. Extracto del capítulo IV del libro “La Patria que viene”, y que uno de sus autores lo reproduce en esta entrega
JULIO ANDRÉS BORGES
| 03 ABRIL 2023
El capítulo IV del libro “La Patria que viene” decidimos abocarlo única y exclusivamente al título de la obra, esa Venezuela que tenemos hoy y que hay que cambiar radicalmente. Porque Patria no es esta que tenemos, Patria es la que está por venir. Patria es algo distinto a esta Venezuela sumida en corrupción, crimen organizado y dictadura.
Precisamente sobre esto último, Paola Bautista de Alemán y yo tuvimos una conversación profunda. Tenemos una dictadura que está orientada a crear una atmosfera de falsa normalidad, con bodegones, portentosos edificios y restaurantes de lujo. Todo dentro de un reino de corrupción al que solo tienen acceso los que ostentan el poder. Y, por otro lado, tenemos una especie de zona gris que se ha creado, refrendada por las elites venezolanas, que están buscando su propio refugio de la dictadura, sin mirar que se está perdiendo la República.
A propósito del teatro de Maduro sobre la lucha contra la corrupción, vale la pena recordar los puntos centrales de la conversación del libro La Patria que viene…
La aguas negras y blancas
PB: Tal como lo comentaste, hay una crisis global de la democracia. El avance de las autocracias es una realidad mundial que ha sido registrada en los principales índices internacionales de calidad de la democracia109. Además, distintos autores han encontrado que detrás de esta tendencia, se encuentra un debilitamiento integral de la cultura democrática110. El caso venezolano no es distinto. Pareciera que somos testigos del nacimiento de una nueva élite económica y social que está distanciada de los principios y los valores que sostienen y hacen posible a la democracia. Por eso, quisiera saber tu opinión sobre las élites venezolanas de hoy y su relación con la dictadura: ¿cómo ves este fenómeno?
JB: Este es un tema espinoso que está relacionado con el anterior. Soy de la opinión de que en nuestro país nunca ha habido una élite consolidada o consistente. Sin embargo, ha habido momentos de nuestra historia en los que han despuntado liderazgos colectivos que se han aproximado bastante a lo que entiendo por “élite”. Conviene preguntarse qué es una “élite”. Comúnmente, cuando hablamos de “élite”, salta a la vista la imagen de una clase pudiente. Y esa categoría puede aplicarse a la historia de algunos países, pueblos o ciudades. Pero, ese puede ser un reduccionismo marxista que no responde a la realidad en su totalidad. Para mí, la noción de élite está necesariamente ligada a la noción de historia. Élite es el grupo de personas que es capaz de ver más allá de sus narices e intereses y tiene la disposición de comprender de dónde venimos, dónde estamos y hacia dónde vamos. No se trata de profetas o de historicistas. Es lo contrario. Es tener los pies en la tierra e intuir hacia dónde debe ir el país. Es como si un país está sumergido en total oscuridad, como la Venezuela de hoy, y sin embargo, hay un grupo de líderes que tienen visión infrarroja y pueden ver con claridad en esa inmensa oscuridad, cuál es el camino para salir de la cueva. La generación de la independencia fue una élite111. La generación que hizo la transición del gomecismo a la democracia112 fue una élite. Puedo decir lo mismo sobre quienes diseñaron la democracia que nació en 1958. En los episodios que refiero hubo trabajo cooperativo entre militares, hombres y mujeres de la Iglesia, partidos políticos, estudiantes, obreros, periodistas y empresarios. Eran élites agrupadas y ordenadas en instituciones representativas que compartían una visión histórica del país. Este asunto es muy importante. En el caso venezolano, la construcción de las élites en el s. XX no se trató únicamente de un tema de clases sociales. Fue un proceso amplio transversal. El día de hoy, lamentablemente, no tenemos ese sustrato que hizo posible la democracia el siglo pasado. En el s. XXI, la represión y la corrupción han anulado a una parte importante de las potenciales élites. “Plata o plomo” ha venido funcionando como uno de los mandamientos de Maduro y su entorno. A mí me parece que en el país hay conciencia de esta dura realidad. En el futuro, cuando podamos ver lo que hemos vivido a través del tamiz del tiempo, nadie podrá decir que no sabía lo que estaba pasando. Todos reconocemos que la dictadura es una enfermedad moral terminal, pero en el estado actual de las cosas, a diferencia de años atrás, muy pocos -muy pocos- están dispuestos a dar un paso adelante y combatirla con firmeza.
Percibo que en la actualidad el pueblo está ávido de un testimonio distinto al que están dando las potenciales élites de hoy. Porque, además, tengo que decir que esta dictadura es especialmente abrasiva. Nicolás Maduro, a diferencia de otros autócratas, es un tirano que se guía por un plan político que se asienta en la demolición de los valores occidentales. Ese es su pretexto para crear enemigos externos y aliados en el totalitarismo mundial. Entender esta dimensión de la dictadura es especialmente importante y ayuda a comprender el acoso del régimen a la cultura venezolana. Esto explica que la dictadura se empeñe en destruirlos espacios cívicos -independientes del Estado- en donde se promueve y se resguarda la libertad de conciencia, la democracia, los derechos humanos y la transparencia, entre otros. Por ello, es fundamental que la élite potencial venezolana tenga claro todo lo que está en juego. No es solo una empresa, un comercio o unos derechos particulares. Lo que está en juego es la esencia de la nación venezolana tal como ha sido desde la independencia hasta nuestros días. Junto a este tema, hay otro que también es importante: un cambio sustancial en el espectro político y social que condiciona esta etapa inédita que estoy describiendo. Ese cambio sustancial lo describo de la siguiente manera: durante dos décadas de lucha, Venezuela ha estado dividida en dos bloques. Una mayoría prodemocrática que repelía con firmeza a la dictadura y una minoría proautocrática que estaba cohesionada por la corrupción, el poder y el clientelismo. Al no lograrse el esperado cambio político, y después de varias decepciones, Maduro logró romper las tuberías que separaban las aguas negras y las aguas blancas de la sociedad venezolana. Y ha producido un efecto político y económico que ha sido devastador. Ha surgido así un tercer grupo con un falso empresariado y fuerzas políticas que simulan ser oposición que se han mudado a una zona gris en la cual han hecho tratados limítrofes con la dictadura a fines de enriquecerse materialmente, guiados por una mentalidad botín. De esta nueva dinámica nacen expresiones como “Venezuela se arregló”113 o “la reconciliación económica”. Expresiones que describen una terrible realidad: una parte importante de la sociedad venezolana se sometió y prefiere salvarse a sí misma, antes que ayudar a salvar al país. Es el predominio del “yo” sobre el “nosotros”. Es la pérdida del sentido de bien común. Esta reacción humana responde a consideraciones políticas y psicológicas que la pueden explicar como, por ejemplo, la frustración ante la postergación del cambio político. Solo creo que es importante resaltar que este es el estado actual de las cosas y estas realidades hay que entenderlas para medir el grado de putrefacción de una parte importante de la sociedad. En este punto, no perdamos de vista un hecho que es determinante que no necesariamente está unido a una dictadura cualquiera: tengo total convicción de que lo que ha venido ocurriendo en Venezuela en los últimos tiempos es el caso de mayor corrupción, mayor daño antropológico y mayor degradación de la dignidad humana de Occidente. Esto no es poca cosa, además de una dictadura hay una cultura de corrupción, saqueo, impunidad, complicidad, botín, ostentación, vulgaridad, materialismo y nuevorriquismo que ha dañado el alma del venezolano y que no tiene parangón.
La salvación no depende solamente de los políticos
En este punto, quisiera introducir otra lección que creo que puede ayudar a transitar el momento inédito que estamos a punto de iniciar: la salvación de Venezuela no puede estar exclusivamente en manos de los políticos. Es una lucha que nos convoca atodos. Circunscribir la lucha democrática únicamente al mundo político es un error y es una incomprensión. Es como si una persona tuviera cáncer de hígado y su razonamiento fuera: “Bueno, eso es problema de los médicos… y del hígado”. Es una insensatez. Ese tipo de razonamientos solo nos llevará al fracaso. Y, volviendo al tema de las élites, debo decir que percibo que esta es la lógica que está moviendo a ciertos sectores del país -empresarios, militares y grupos sociales- que quieren plantear nuestra tragedia únicamente en términos políticos, como si se tratara de un enfrentamiento convencional entre políticos que se disputan el poder. Y, esto, lo reitero, no es así. Verlo así es esconder la cabeza en la tierra. Esta realidad me hace recordar una frase de Ángela Merkel con ocasión de la visita de un presidente de Argentina a Alemania: “El problema de América Latina es que los ricos no quieren pagar nada”. Obviamente es una generalización muy dura, pero hay muchas iniciativas sociales, políticas, culturales, religiosas, comunicacionales que deben hacerse y quizá la indolencia la dejan en meras ideas.
El problema venezolano es integral y nos convoca a todos. Se trata del dilema existencial más profundo que hemos enfrentado como nación desde los tiempos de nuestra independencia. Nada es comparable al dilema de esta Venezuela ocupada por extranjeros… corrompida y violentada. Lo digo con responsabilidad. Endosarles la solución de esta crisis únicamente a los políticos no se compadece con el tamaño del desafío que enfrentamos. Ciertamente, los políticos tenemos mayor responsabilidad frente al bien común y hemos tenido la mayor responsabilidad en los errores que se han cometido. Pero esa realidad de justicia no debe servir de excusa para que otros se refugien cómodamente en el pantano de las aguas grises mientras el país entero se hunde.
PB: Estas ideas sobre las élites nos puede llevar a reflexionar sobre los cambios culturales que ha sufrido nuestro país en los últimos tiempos. ¿Cómo ves la dinámica actual de la sociedad venezolana?
JB: La dinámica del pueblo venezolano también ha sufrido un cambio sustancial que debemos analizar con sentido pedagógico. Venezuela no es la misma. Hay heridas profundas que están marcando nuestra situación cultural. Pero, antes de profundizar en esta idea que describe este contexto inédito, creo que debemos destacar dos asuntos: la valentía del pueblo venezolano y la urgencia de referencias morales para la lucha democrática. Comencemos por la primera idea: la valentía del pueblo venezolano. En 1936, después de que murió Juan Vicente Gómez y en los albores de un posible desenlace democrático, Andrés Eloy Blanco114 escribió esta frase: “No hay en la tierra un pueblo de mayor resistencia ni más bueno que el mío”. Debemos recordar que la dictadura de Gómez duró más de veintisiete años y fue especialmente salvaje con la disidencia. Y, al calor de esa injusticia, nació y se forjó una generación de hombres y mujeres que marcaron el desarrollo democrático de nuestro país en el s. XX. Y, a pesar de todo lo que he descrito en esta conversación -una nueva élite complaciente, mezcladas en las aguas blancas y las aguas negras- y de la gravedad de las heridas, pienso que las palabras de Andrés Eloy Blanco siguen estando vigentes en la Venezuela de hoy y deben ser motivo de esperanza.
El pueblo venezolano es noble y valiente. Debemos enaltecer su espíritu de lucha. Don Rómulo Gallegos, en su discurso de investidura en 1945, se refirió a él como “pueblo señalador de rumbos”. Y Betancourt, dictadura de por medio, destacó en 1958 “la pasión por la libertad del pueblo venezolano”. Es un ímpetu que se ha extendido y renovado por más de dos décadas. Es verdaderamente inspirador mirar para atrás y volver a vivir las enormes movilizaciones, los sacrificios del Firmazo, del Reafirmazo, del 16 de julio, del triunfo parlamentario de 2015, la petición de Referéndum el 2016, las protestas de 2017 y decenas de eventos en donde el pueblo venezolano ha mostrado su casta libertaria y digna. Hoy podemos recordar estos eventos y enumerarlos uno tras otro con soltura. Pero lo cierto es que, detrás de cada uno de ellos, hay un relato de esfuerzo y superación que nos ha marcado a todos. Nunca olvidemos este talante bondadoso y generoso que se ha cristalizado cada vez que la patria nos ha convocado. Nunca olvidemos eso. No dejemos que el cinismo nos lleve a desvalorizar este testimonio que es nuestro mayor tesoro. Esa fuerza está allí y está esperando su oportunidad para manifestarse a favor del cambio político y la democracia.
Se trata de un pueblo valiente que hemos visto salir a la callea pelear por sus derechos laborales y lograr su cometido115. Y, al mismo tiempo, es un pueblo que ha sufrido los brutales ajustes económicos que ha hecho la dictadura. La dictadura destruyó los sectores productivos, aniquiló nuestra moneda y dolarizó de facto nuestra economía. Es un modelo despiadado que ha creado una desigualdad salvaje. Además, más de 7 millones de venezolanos hemos salido del país huyendo de la pobreza, de la violación sistemática de sus derechos humanos y de la destrucción de la calidad de vida. Todo esto, sumado a las expectativas de cambio insufladas y no logradas, han llevado a nuestro pueblo a una conclusión muy dura: la política es un instrumento que no me sirve para nada, no hay salida política en Venezuela, o lo que es peor, la oposición es tan negativa o corrupta como Maduro. Son aseveraciones muy duras que, lamentablemente, el país alberga con honestidad en su corazón.
Reconocer esta aversión a la política y a los políticos es el primer paso para avanzar. Negar la realidad no hará que desaparezca. Estos sentimientos hay que revertirlos con hechos, con acciones concretas, con testimonios de vida y con coherencia.
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