El economista y director de Ecoanalítica reflexiona sobre la turbia realidad económica del país, a la luz de la reconversión monetaria recientemente anunciada, la relación entre el Estado y el gremio empresarial y también sobre las sanciones impuestas. Un diagnóstico económico a mitad de 2021
Mientras algunas zonas de Caracas se reafirman como centros cosmopolitas, con restaurantes de lujos y pagos en dólares; en las barriadas populares, al margen de la misma ciudad, el trueque funciona como mecanismo de intercambio. Por ejemplo: dos kilos de harina de maíz “Doña Arminda” equivalen a cinco cambures en Petare. O tres kilos de frijoles igualan a una bolsa de guayabas, de parchitas, zanahorias, tomates.
Esa dinámica de pagos tan contrastante es definida por el economista Asdrúbal Oliveros como una “economía primitiva de mercado”, categoría empleada recientemente en un reporte publicado por la banca de inversión internacional Credit Suisse. Y Oliveros, director de Ecoanalítica, la respalda: “Es una economía insana, primitiva, fuera de las macrotendencias globales y una de las más pobres de toda Latinoamérica”.
—A principios de este año usted planteó cosas que iban a ocurrir, como el contacto –ya abiertamente- del empresariado con el gobierno. Eso hoy, en agosto 2021, es un hecho, vimos lo ocurrido en la Asamblea Anual de Fedecámaras. Frente a esta nueva realidad: ¿qué significó la visita de Delcy Rodríguez a ese encuentro gremial?
—Eso generó mucho ruido en redes sociales, pero yo tengo una lectura diferente. Fíjate que Delcy fue la que fue a Fedecámaras y no Fedecámaras a Miraflores, porque yo creo que la relación de poder entre el sector público y el sector privado cambió totalmente. En Venezuela todo el mundo ha sufrido, incluso el Estado. Más allá de que se sientan triunfadores porque retienen el poder –y para ellos ese es el triunfo más importante–, desde la perspectiva económica y financiera el Estado venezolano luce colapsado. Hay una caída brutal del gasto público que no tiene precedentes. El gasto público es una métrica del tamaño del Estado. Es un Estado minúsculo, que no tiene capacidad para hacer políticas públicas, ni pagar subsidios. No tiene el poder para imponer controles de precios draconianos ni expropiaciones masivas.
La relación del Estado –en esa situación de debilidad– con el sector privado es muy diferente, más allá del discurso. El Estado y la economía hoy dependen de los privados. La actividad de los privados se divide en tres ejes: los formales, que son las grandes empresas; los internacionales, porque hay una dependencia importante a lo importado; y toda la estructura de informalidad o de pequeña empresa y emprendimientos. Esa dinámica hace que la forma en la que el Estado y los privados se relacionen sea muy diferente a la del pasado. En esa negociación, de privados y Estado, hay más áreas de cooperación que en otras, incluso que en la misma que se abre entre el gobierno y la oposición.
—Pero, por otro lado: ¿eso no podría significar también que los empresarios del país se están rindiendo ante la realidad política?
—Es una pregunta compleja porque tiene varias aristas. El sector privado venezolano también ha tenido que cambiar su concepción de lo que es la economía, de lo que es la relación con el sector público y con la sociedad. Tal como está cambiando todo el país. El sector privado venezolano, por lo general, siempre tuvo resistencia a competir. Es un sector que de alguna manera en el pasado se aprovechó de los subsidios, de la renta petrolera. Pero eso ya hoy no existe. Eso lo llevó a una recomposición y a un cambio importante en cómo había venido operando. Ahora dependen más de su esfuerzo y de su propio criterio en la gestión de sus empresas para poder sacarlas adelante.
El que tiene el poder es el gobierno de Nicolás Maduro y hay que entenderse con él, porque es el que en el día a día puede poner trabas o quitar trabas. Es iluso pretender que tengas una empresa en Venezuela y no te entiendas con el poder público, dada su influencia institucional y fáctica. No es una rendición, es entender quién tiene el poder.
—¿Está comenzando una nueva era en la que los empresarios no se vincularán más con la oposición? Como pasaba en Nicaragua. Porque los empresarios tuvieron relevancia política por mucho tiempo y no solo en el presente, también en el pasado cercano.
—El mensaje del gobierno es muy claro y no sé si Fedecámaras lo tomará: te doy espacio para que actúes y gestiones tus empresas siempre y cuando no te metas en política.
Es un cambio importante en el chavismo, porque todo lo que ocurrió entre 1999 y 2003 –sobre todo el golpe del año 2002– cambió la manera en que Hugo Chávez vio al sector al privado. Y eso, de verdad, perjudicó al país. Chávez asumió en ese momento que el sector privado era un enemigo clave. Y que si ese sector privado crecía y se fortalecía lo tumbarían. Por eso, a partir de 2004, cuando empezó el ciclo petrolero alcista que fortaleció al Estado, Chávez lo que hizo fue hacerse fuerte y minimizar a los privados. Una medida política para evitar que lo sacaran.
Ahora, con el Estado chiquito cambia esa relación de fuerzas, aunque el tema de la retención del poder sigue siendo importante y el mensaje sigue siendo claro: si vuelves a la arena política obviamente las cosas cambiarán. Y eso ha sido perjudicial también, o sea, que los gremios hagan política partidista. Cada gremio tiene una política institucional y cada miembro de gremio puede tener o no su posición política, pero lo importante es que cada gremio defienda sus intereses. Entonces, claro, hay una oportunidad por parte de los empresarios de crear esa discusión.
—¿Los empresarios pueden confiar en un gobierno que patea la mesa casi siempre y que solo parece entenderse con sus aliados?
—No es un tema de confianza, se trata de medir cada paso en ambos lados, porque el gobierno podría preguntarse también: ¿confío en los empresarios que siempre me han querido sacar? Es la misma lógica. O sea, hay desconfianza mutua entre ellos y eso no va a desaparecer en el corto plazo. Lo que debe buscarse son áreas donde se minimicen las diferencias, pero no desaparecerá la desconfianza. En el interín habrá señales contradictorias que, por cierto, ya han ocurrido: después de la visita de Delcy y de su discurso, Maduro fue un tanto duro con los empresarios con lo que dijo. Esa desconfianza, por la misma naturaleza del gobierno, no va a desaparecer. Es un gobierno con visos autoritarios, que no es democrático y la dinámica es totalmente distinta a otros países.
—En la entrevista anterior usted habló del auge de los emprendimientos, vemos por ejemplo las nuevas tiendas en Sabana Grande o a la chichera que se hizo famosa por las redes sociales. ¿Esos negocios son sanos? Muchos los condenan, dicen que no les compran a enchufados o que esos negocios son efímeros.
—Hay varias cosas: una dimensión social, una dimensión microeconómica y una dimensión macroeconómica. Desde el punto de vista de la economía familiar, y de cada una de esas personas, el hecho de salir a la calle, de generar ingresos y comprar cosas es positivo, porque no dependen de un subsidio o exclusivamente de una caja de comida. Son los protagonistas de su propio destino. Por eso yo no satanizo eso.
Esa dimensión social es interesante, porque al montar un pequeño negocio la gente empieza a entender los criterios de las empresas. Si eres un chichero tienes que manejarte con ingresos, gastos, costos, margen de utilidad, competencia. Eso cambia la percepción económica de la gente. Luego, desde el punto de vista microeconómico, ciertamente eso genera movimiento, actividad, intercambio de bienes. Hay un tejido económico importante.
La cosa es que desde el punto de vista macro –y ahí viene la discusión que se da en redes y que a mi juicio no tiene el panorama completo porque obvia estas dos cosas– eso es insuficiente para que el país se recupere y crezca. Es decir, hacen falta más que unos chicheros para que eso ocurra. Levantar industrias y tener capacidad de inversión. Te lo resumo en una frase: los emprendimientos son positivos pero insuficientes. Es erróneo asumir que a punta de chicheros la economía se va a levantar, eso no tiene sentido.
—Ahora, ¿cómo ve el panorama para los siguientes meses? Teniendo en cuenta que se acaba de anunciar otra reconversión monetaria.
—Para el panorama económico de Venezuela uno podría utilizar varios símiles. Uno de ellos podría ser el de un aterrizaje forzoso: imagínate un avión que viene en picada, y la posibilidad de que sus tripulantes sobrevivan es mínimo. Al final, se estrellan en medio de una selva o de una isla desértica y el avión queda destruido. Sin embargo, hay sobrevivientes. La economía venezolana se parece mucho a ese panorama. Un país que tiene una contracción en ocho años de 80%, donde prácticamente no ha quedado nadie inmune a la crisis –y por supuesto los ciudadanos somos el eslabón más débil–. De la cual todos se han afectado: el Estado y las empresas. Es un aterrizaje forzoso donde esos supervivientes empiezan a moverse en medio del entorno.
Creo que el peor momento, al menos en términos macroeconómicos, ya pasó. No creo que Venezuela vuelva a repetir esos niveles de contracción, sobre todo el de los últimos cuatro años. Incluso, la caída que nosotros estimamos en 2021 es la más moderada en comparación al lustro anterior.
La economía puede crecer, pero eso no significa recuperación ni superación de la crisis, sino que la misma crisis ha adquirido otro matiz y otra etapa, caracterizada por la desaceleración de la inflación. Por ejemplo: pasamos de medio millón por ciento de inflación a 1.500% por mes, un exabrupto cuando lo comparas con cualquier país, pero no cuando lo haces con la economía nuestra, la de los últimos años. Eso porque la dolarización generó cambios –te lo decía en la entrevista que me hiciste hace unos meses– en actores sociales que se han beneficiado de ese proceso, porque les ha dado la posibilidad de recuperar poder de compra, les ha dado certezas y certidumbre a algunas empresas.
—¿Y cómo entra la nueva reconversión en ese panorama?
—Esta reconversión, a mi juicio, será muy diferente a las otras. Es una reconversión que se da en una economía donde dos tercios de las transacciones se hacen en dólares y en donde hay cinco veces más dólares que bolívares. Eso marca una dinámica muy diferente a lo que fueron las reconversiones previas, incluso su duración y utilidad. El impacto de esa reconversión será mucho menor porque la gente se mueve en otra moneda. Ese contexto cambió.
Por supuesto, sigue habiendo cosas pendientes en la dinámica económica: no tiene una capacidad de crecimiento importante, porque tiene limitaciones, y la principal es que no hay financiamiento ni para el Estado ni para los privados. Una economía sin financiamiento es una economía cuya capacidad de crecimiento está muy limitada. Además, tiene un problema de servicios públicos, sobre todo los ligados a la electricidad. Una remora para crecer. Hay problemas de deudas, Venezuela está en default: no le ha pagado a sus acreedores y no puede asumir otras deudas que le permitan crecer.
Tiene, a su vez, un problema político importante que le impide construir consensos y acuerdos con organismos multilaterales que son necesarios. Tiene unos niveles de empobrecimiento extremadamente elevados que han reducido la capacidad de consumo. Una crisis tan larga y profunda ha dejado secuelas en el sector privado: la competencia, la expansión de los sectores productivos está seriamente afectada porque tienen ocho años cayendo ininterrumpidamente. No es cualquier cosa, eso deja efectos permanentes.
El panorama es claroscuro. Uno puede hablar desde esa perspectiva optimista pero la crisis está, solo que con otro cariz, más benevolente quizás, pero es otro cariz de la crisis.
—A pesar de que las sanciones se mantienen hay expectativas sobre su posible relajamiento. ¿Será posible una flexibilización de sanciones en este contexto? ¿Cuál sería el impacto de eso en esta maltrecha economía?
—El tema de las sanciones está atado a la negociación política que está por empezar en México. En la medida en que ambas partes, y sobre todo el gobierno, empiecen a dar señales de respeto a esa negociación y se den avances concretos, creo que podrían venir cambios en las sanciones. De lo contrario, no.
¿Puede Maduro sobrevivir con las sanciones? Sí, puede hacerlo. Lo ha hecho hasta ahora, ha construido un ecosistema financiero que minimiza sus impactos. La cosa es que sin las sanciones sería mucho más lo que podría lograr: hacer llegar inversiones, moverse en el sistema financiero internacional, rehabilitar la industria petrolera. Pero tampoco es que las sanciones son un elemento con el que el gobierno no puede vivir.
Ahora, ¿cuál es el dilema que enfrenta el gobierno? ¿Relajar las sanciones a cambio de garantizar condiciones democráticas o convivir con ellas y retener el poder? Y la verdad, y aunque suene pesimista, es que esta última pesa mucho más. El gobierno de Maduro prefiere quedarse con las sanciones que dejar el poder.
Lo que sí es cierto es que: uno, sin avances en lo político no habrá cambios en las sanciones, al menos a mediano plazo; y dos, con las sanciones es imposible que el país despegue para recuperar el tiempo perdido. Entonces, la economía quedaría estancada.