En esos días sería la toma de posesión. En el país todo se movía con prisa. La andanada de acontecimientos empujaba a la toma de decisiones sin mayor reflexión. Eran momentos en los que sólo los que habían meditado profundamente con antelación tenían ante sí el panorama claro. Rómulo Betancourt era de esos pocos. Su experiencia previa de gobierno le había enseñado mucho y, una vez en el exilio, profundizó en los errores cometidos para no repetirlos nuevamente. De algo estaba seguro: a la segunda va la vencida.

Tan pronto se supo ganador de la contienda electoral, Rómulo se dedicó a celebrar reuniones con el Alto Mando Militar y a visitar los cuarteles a lo largo y ancho del país. Su mensaje fue categórico y claro: acatamiento y respaldo de las Fuerzas Armadas a la institucionalidad democrática, y su compromiso de que la política no entraría en los cuarteles.

El 13 de febrero de 1959 se llevó a cabo el acto de juramentación en el Congreso Nacional. Entre los invitados especiales se encontraban Salvador Allende, Eduardo Frei, José Figueres y Tom Dewey, excandidato a la presidencia de Estados Unidos. En el discurso que pronunció para la ocasión hizo un detallado recuento de los años de la dictadura. También hizo un reconocimiento a la Junta de Gobierno en las personas de Wolfgang Larrazábal y Edgar Sanabria. Y explicó al país que las conversaciones para la formación de su gobierno de ancha base, las había circunscrito a los suscriptores del Pacto de Puntofijo, excluyendo al Partido Comunista por decisión razonada de las organizaciones que lo firmaron.

“En el transcurso de mi campaña electoral –dijo el presidente Betancourt– fui explícito en el sentido de que no consultaría al Partido Comunista para la integración del gobierno y en el que respetando el derecho de ese partido a actuar como colectividad organizada en el país, miembros suyos no serán llamados por mí a desempeñar cargos administrativos en los cuales se influyera sobre los rumbos de la política nacional e internacional de Venezuela. Esta posición es bien conocida de todos los venezolanos; y la fundamentaron los tres grandes partidos nacionales en el hecho de que la filosofía política comunista no se compagina con la estructura democrática del Estado venezolano, ni el enjuiciamiento por ese partido de la política internacional que deba seguir Venezuela concuerda con los mejores intereses del país”.

El jefe del Estado no perdió la oportunidad para informar las líneas generales de su mandato: castigo sin contemplaciones de los delitos de peculado y tráfico de influencias; obligación de todos los funcionarios a prestar declaración jurada de sus bienes ante un juez; diversificación de la fisonomía monoproductora del país; establecimiento de un sistema moderno de telecomunicaciones; utilización racional del crédito público; mejoramiento de los servicios de acueductos y cloacas; mayor actuación en la industria siderúrgica y petroquímica; creación de fuentes permanentes de trabajo; y ejecución de programas de reforma agraria, educación, vivienda y salud pública.

Poco antes de la toma de posesión, el 1° de enero de 1959, triunfó en Cuba la revolución y su líder, Fidel Castro (1926-2016), visitó el país tres semanas después para agradecer el apoyo moral y material que recibió de Venezuela. Para la ocasión se realizó una multitudinaria concentración en la plaza de El Silencio, en la que intervinieron Jóvito Villalba, Wolfgang Larrazábal, Jesús Sanoja Hernández, Fabricio Ojeda y el propio Fidel Castro, quien habló por más de dos horas y generó gran entusiasmo entre los presentes por su retórica antimilitarista.

La noche del 25 de enero se reunieron Fidel y Rómulo en la casa del segundo. El encuentro se inició a las 11:00 de la noche y terminó a las 2:00 de la madrugada. El único testigo fue el embajador de Cuba, Francisco Pividal. Más tarde, Betancourt le confió a Ramón J. Velásquez: “Es un hombre interesante. Vamos a tener más tempestades en el Caribe”.

@EddyReyesT