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El gallo del magistrado. Por Claudio Zamora

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Soy un abogado provinciano y los escasos encuentros con el Tribunal Supremo de Justicia no dejaron un sabor dulce en mi boca, varios juicios que escalaron esa cúspide y algunas audiencias ante la Sala Civil y la Político Administrativa, en esta última casi expulsado de la misma por mi irreverencia juvenil que todavía me acompaña, es el caso que representaba a la Cámara Municipal de mi Ciudad en un conflicto de Contralores y me encontraba cursando el postgrado de Administrativo con lo cual me prepare concienzudamente para mi exposición ante los Magistrados y litigando contra uno de los Bufetes más reconocidos del país TPA, la mayor decepción fue ver la cara de fastidio de los magistrados y la poca atención que prestaban a las disertaciones, razón por la que en medio de la mía, me detuve de golpe y transcurrí algunos segundos mirando fijamente a los tribunos para recibir una observación del Secretario de la Sala acerca de mi silencio y le respondí que era para comprobar si los magistrados se encontraban despiertos, para risas de los asistentes entre ellos muchos pasantes de derecho, la audiencia se detuvo y el secretario llamado al estrado por el Presidente de la Sala, acto seguido me hacen una reprimenda que de volver hacer alguna observación fuera de lugar y no relacionada con los hechos debatidos, seria invitado a abandonar la audiencia. Es decir de las pocas veces que concurrí a su sede intentaron sacarme. Otra vez fui acompañando a unos compadres que bajo la conseja que “Más vale un centímetro de Juez que kilómetros de leyes” llevaron regalos como lapas o el más folclórico un gallo, no era un gallo cualquiera, era un campeón en los desafíos y el Magistrado un fanático de ese pasatiempo, el ejemplar fue traído de las tierras de oriente en aire acondicionado y fue todo un proceso poderlo dejar en uno de los sótanos-estacionamientos del TSJ, jamás había visto tanta seguridad, escoltas, cámaras, captahuellas, decenas de ascensores privados, niveles subterráneos y otros, el magistrado bajo a recibirlo en compañía de una corte de guardaespaldas y ordeno que lo metieran en una camioneta con el aire acondicionado hasta la hora de su salida, dejando un chofer solo a vigilar al plumífero. Traigo este cuento a colación para analizar la nueva payasada del gobierno al abrir una oficina de la Corte Penal Internacional (CPI) en Caracas, en cualquier otra circunstancia podríamos aplaudir la iniciativa, pero cuando me entero que la misma va a funcionar en uno de los sitios más protegidos, vigilados y monitoreados del país lo que me provoco fue nauseas. Se supone que a dicha fiscalía debería concurrir a denunciar, declarar, consignar pruebas, ampliar declaraciones etc las víctimas o familiares de violaciones de los Derechos Humanos cometidos por el Gobierno, razón por la que el organismo internacional sería el último en enterarse si el aparataje de inteligencia cubano-ruso-venezolano lo permitiese. En qué cabeza cabe que podre llevar a declarar a varios testigos en contra de militares, policías y fuerzas armadas que cumplían órdenes del gobierno a un sitio donde hay drones vigilando y filmando las proximidades, miles cámaras en todas las direcciones, cientos de policías camuflados de alguaciles, asistentes o escribientes, se debe dejar tu identificación en la entrada, pasas varios detectores de metales y de facciones, eres escoltado a escaleras y ascensores, te revisan carteras, maletines, bolsillos, no puedes entrar en grupos etc, etc solo al Fiscal Karim Khan se le ocurre que en un país violador en extremo de los Derechos Humanos te vas a meter en la cueva del lobo a denunciar al mismo gobierno, o es demasiado cándido o vive en Narnia, siendo más extremos podríamos decir que le hace el juego al gobierno, para saliendo de la oficina apresaran a los denunciantes o les hicieran debido seguimiento para hacerlos desistir de forma no muy amigable de sus denuncias. Sería lo mismo que ir a quejarse de los maltratos de tu esposa a la casa de tus suegros, la experiencia ha demostrado que si fueron capaces de arrojar de un décimo piso a un detenido o presentar en audiencia otro masacrado por las torturas que murió a los pocos días, que no pueden hacer con esos incomodos denunciantes. El confesionario está en el fondo del prostíbulo, veremos cuantos feligreses son capaces de contar sus pecados.
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